La Capo De La Camorra

Mía

Lanzo la carpeta con la propuesta sobre su escritorio ganándome una de sus irritantes sonrisas. Toda la ira que he sentido desde que llegó esta carpeta al hotel donde me estoy hospedando encuentra una vía de escape.

No me gustan que jueguen conmigo.

–Mi tiempo es valioso, señor Ivanov –siseo–. No me gusta perderlo con negocios infructuosos.

Sus ojos color hielo se clavan en los míos y se estrechan en los bordes.

–Fui muy generoso con mi oferta.

–Esto no es un juego, Ivanov. Sé que el precio que ofertaste no es el correcto.

–Esa es mi decisión, no tuya –devuelve y puedo ver el atisbo de la personalidad que tiene a todos los hombres a su alrededor muertos de miedo–. Y dime Alek.

–Eres pésimo haciendo negocios.

–Quiero a la mejor, y tú eres la mejor.

–Estarías pagando el doble de lo que paga Ming, cualquiera puede ver que esto es absurdo.

Se levanta de su silla y es tan alto, que por primera vez en mucho tiempo me siento pequeña, insignificante, y no es una sensación mala en absoluto.

Los músculos de sus brazos luchan contra las costuras de la camisa. De ese pequeño y flacucho muchacho no queda nada.

Camina a mi alrededor mirando fijamente el pulso en mi cuello, como un predador esperando el momento justo para morder.

Y de nuevo, no es una sensación desagradable.

–Es mi negocio –susurra al lado de mi mejilla–. Yo decido el precio que estoy dispuesto a pagar.

–Pero…

Coloca su dedo índice sobre mis labios, callándome. Lucho contra el escalofrío que recorre mi espalda y cuello al sentir su tacto sobre mí.

–Mi negocio –declara y siento como las vibraciones de su voz hacen cosquillas en mi mejilla–. Puedes relajarte –ordena y es solo entonces que me doy cuenta de lo tensa que estoy.

–Los costos son importantes en un negocio –digo cuando por fin retrocede y recupero mi espacio personal.

–Los costos están bien calculados y aún así esperamos obtener un margen de ganancia del cuatrocientos por ciento –dice mientras pasa su pulgar por su labio inferior.

Trago el nudo que se formó en mi garganta al ver eso.

–¿Por qué no comprarle directamente a Ming? –pregunto tratando de entender.

–Porque no –responde antes de volver a su asiento–. Siéntate –ordena y mi trasero lo obedece como si fuera su perra.

–No me ordenes qué hacer.

Sonríe y se estira para acercarse un poco a mí. –Creo que disfrutas las órdenes –susurra con voz ronca–. Podría enseñarte.

Suelto una carcajada y me detengo bruscamente. Qué mierda está pasando. Yo nunca me rio, menos con un cliente.

Respiro profundamente tratando de serenarme.

–Si esto es una oferta real, la tomo –digo–. Pero quiero agregar una clausula de no modificación de precio hasta que hayamos cumplido un año.

Sonríe y asiente. –Que sean dos años –dice sorprendiéndome–. Como muestra de mi buena fe.

–Haré que mi equipo cambie el contrato y así podremos firmarlo –declaro antes de que se arrepienta–. Tengo que volver a Nueva York esta noche.

–Te veré en tu oficina –dice a modo de despedida.

Me levanto y asiento con mi cabeza en su dirección antes de salir de este lugar.

Aunque no lo vea sé que está sonriendo y eso hace que acelere mis pasos.

Mientras le hago un gesto a Mike, para indicarle que ya nos vamos, me digo una y otra vez que no estoy huyendo.

Mía Saviano no huye de nadie.

*****

Apenas entro a la casa de mis padres me dejo caer en los brazos de mamá, quien me recibe con una hermosa sonrisa.

–¿Estás bien, cariño? –pregunta mientras ordena mi cabello.

–Lo estoy. Vancouver fue agotador –digo.

–¿Todo bien? –pregunta papá.

–Conocí al nuevo Capo de la Bratva –digo mientras me dejo caer en el enorme sofá–. Se trata del muchacho que estuvo en el día de mi iniciación –agrego mirando a papá.

–Ah, los rumores son ciertos. Viktor fue asesinado por su propio hijo –dice–. Ten cuidado –advierte–. Un hombre que es capaz de matar a su propio padre es capaz de todo.

–Quiere hacer negocios. Tiene aliados importantes.

–¿No te dará problemas con La Triada?

Niego con la cabeza y sonrío. Sí, sonrío.

Hay algo muy mal conmigo hoy. Mi período debe estar a la vuelta de la esquina.

–Es amigo de Ming.

Papá eleva su ceja, sorprendido.

–Buenos contactos –declara.

Mamá toma mi mano. –Sabrás sacar el mejor provecho de esta unión, siempre lo haces. Eres como tu papá –agrega con diversión mientras lo mira.

–Siempre obtenemos lo que queremos –devuelve papá con una enorme sonrisa en su rostro–. Ya lo sabes bien, fierecilla.

Mamá sonríe antes de rezongar de una forma para nada femenina, haciendo que papá ría antes de besarla.

Siento como otro pedazo de mi corazón se cae ante la dulce escena familiar.

Imagino que por eso Leo y yo seguimos solteros. Nunca encontraremos algo como lo que tienen nuestros padres. Un amor así no se da dos veces en una misma familia.

Ni siquiera creo que se dé dos veces en el mismo planeta.

–¿Qué opinas del nuevo capricho de Leo? –pregunto.

Mamá golpea mi muslo con cariño. –No es un capricho, no seas injusta con tu hermano.

Pongo los ojos en blanco. –Es como cuando quiso que lo inscribiéramos en clases de esgrima. Practicó y practicó hasta que obtuvo el mayor rango y luego cambió a karate.

–Es ambicioso como ustedes dos –nos acusa mamá–. Pero quizá pueda cambiar las cosas.

–El foco estará sobre nosotros nuevamente –empiezo.

–Lo sé, ya hablé con Dante y Stefano. Estaremos preparados –me asegura papá.

–Si gana será el primer presidente sin una primera dama –digo divertida–. Quizá su partido lo obligue a escoger a una de esas chicas de la elite política.

Papá ríe. –Tu hermano nunca ha seguido las reglas ni ha permitido que alguien le diga qué hacer. En eso es igual a su madre –molesta mirando a mamá, quien se encoge de hombros.

–Tiene los mejor de ambos, eso es seguro –devuelve mamá.

Resoplo. –Diría que tiene lo peor de ambos –discuto–. Y sí, sé que yo también lo heredé –continúo antes de que repliquen.  A pesar de que mi mamá no es mi madre biológica, heredé muchas cosas de ella, como la terquedad y la necesidad de ganar siempre. Ambas somos pésimas perdedoras–. Estoy aquí porque me dijiste que había pasta, la receta de María –digo y como siempre pasa mi corazón se encoge ante los hermosos recuerdos que tengo de mi niñez junto a María, la nona de mis tíos Dante y Stefano, quien nos dejó hace más de quince años.

–Cocinándose.

Comienzo a sobar mis manos ya apreciando el sabor de la rica pasta en mi boca y feliz porque no tendré que compartirla con Leo, quien come como si se tratara de un regimiento.

La puerta se abre y mis esperanzas se vienen abajo.

–No dejaré que te comas la pasta de María tú sola –dice en mi dirección.

–Si saben que la pasta la cocino yo, ¿verdad? –pregunta mamá divertida antes de que mi hermano la levante en un enorme abrazo y bese su mejilla a modo de saludo.

–Pero es la receta de María –defiende Leo mi postura.

–Ustedes no cambian –dice mamá y luego nos sonríe–, y los amo por eso.

Cuando Leo sigue a mamá a la cocina sé que tendré que pelear por poder comer.

Todo sigue igual en esta casa.