De un lado, Emílio D’Ângelo: un mafioso frío, calculador, con cicatrices en el rostro y en el alma. En su pasado, una niña le salvó la vida… y él jamás olvidó aquella mirada.
Del otro lado, Paola, la gemela buena: dulce, amable, ignorada por su padre y por su hermana, Pérla, su gemela egoísta y arrogante. Pérla había sido prometida al Don, pero al ver sus cicatrices huyó sin mirar atrás. Ahora, Paola deberá ocupar su lugar para salvar la vida de su familia.
¿Podrá soportar la frialdad y la crueldad del Don?
Descúbrelo en esta nueva historia, un romance dulce, sin escenas explícitas ni violencia extrema.
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Capítulo 16
El sol entró tímido por las cortinas cuando Paola abrió los ojos. El cuerpo aún vibraba, calentado por el toque de Emilio. Su brazo fuerte la envolvía, firme, posesivo y al mismo tiempo protector, como si tuviera miedo de que ella desapareciera.
Ella lo observó en silencio, los rasgos relajados, tan diferentes del hombre que un día le había inspirado miedo. Ahora, frente a ella, solo estaba el hombre que la amaba. Sin pensar, dejó escapar un susurro cargado de emoción:
—Te amo, Emilio…
Él abrió los ojos despacio, y una sonrisa intensa curvó sus labios.
—Repítelo… quiero oírlo de nuevo.
Paola rió bajito, el rostro sonrojándose.
—Te amo.
Él la atrajo hacia sí, besándola con hambre, como si quisiera devorar no solo sus palabras, sino también cada recuerdo de dolor. El beso incendió la mañana. Las caricias comenzaron suaves, pero pronto el deseo se impuso, arrebatador, intenso, imposible de contener.
Las manos de Emilio recorrieron su piel con reverencia y urgencia, arrancándole suspiros y gemidos bajos. Paola se entregaba sin miedo, sintiendo cada músculo, cada curva de su cuerpo presionando el suyo. Entre sábanas arrugadas y respiraciones entrecortadas, los dos se perdieron en un ritmo solo de ellos, donde el placer se mezclaba con la ternura de un amor recién descubierto en su forma más plena.
Cuando el fuego parecía calmarse, Emilio la tomó en brazos con facilidad. Paola rió, sorprendida, agarrándose a su cuello.
—¿Qué estás haciendo?
—Llevando a la mujer de mi vida al baño.
Bajo la ducha, el agua caliente se escurría por sus cuerpos entrelazados, haciendo los toques aún más intensos. No había espacio para palabras, solo gemidos ahogados contra besos mojados, manos explorando, bocas descubriendo. Paola se dejó llevar por la fuerza de él, por la pasión que parecía no tener fin. Allí, en la intimidad cruda y absoluta, comprendió que nunca más estaría sola.
Más tarde, ya exhausta y con una sonrisa serena en los labios, apoyó la frente en su pecho.
—Estoy tan feliz, Emilio… pero necesito ver a los niños.
Él sujetó su rostro con ternura, besándola suavemente.
—Voy contigo. Quiero compartir todo, Paola. Cada sonrisa de ellos, cada paso, cada instante.
De la mano, entraron en la habitación de los gemelos. Vitor y Vitória jugaban en la alfombra, pero pronto corrieron a abrazarlos. Entre risas, fue Vitor quien disparó la pregunta inocente:
—Mamá, papá… ¿vamos a tener un hermanito?
Paola se congeló, el rostro palideciendo. En su mente, un torbellino: el recuerdo de la noche intensa, de la ausencia de cualquier cuidado, del riesgo dulce que ahora parecía tan real.
Antes de que pudiera responder, Emilio la envolvió por la cintura, los ojos brillando con una emoción rara. Se acercó a su oído y murmuró, la voz grave, cargada de ternura y deseo:
—Relájate, mi amor… si sucede, será el mayor regalo de mi vida. Quiero ver un bebé creciendo en esa tu barriguita linda. No estuve contigo cuando los gemelos nacieron… pero ahora, voy a vivir cada segundo.
Las lágrimas se escurrieron sin que Paola intentara contenerlas. Ella se aferró a él, el pecho inundado por una felicidad nueva, entera. Por primera vez en años, no había miedo. Solo amor… y la promesa de un futuro lleno de vida.
