El Reemplazo De Su Prometida (Los Hoffmann)

Tan pronto como la noche terminó, desde muy temprano en la habitación de Helen se encontraban las trillizas Jackson y Claudia. Le habían puesto un conjunto de ropa; una falda acampanada de color verdoso y una blusa de color gris manga larga que cubría su cuerpo; el cabello cepillado hacia atrás; un maquillaje ligero y un calzado cómodo, todo ese conjunto era lo que usaba Valeria, la verdadera Valeria. Ahora no había rastro de Helen por ningún lado, fue un trabajo perfecto, un trabajo que enorgullecía a las trillizas.

Salieron de la habitación, Claudia caminaba a su lado, optó por ponerse un traje formal, era la ama de llaves y asistente a la vez. En sus manos llevaba una Tablet con todas las indicaciones para el evento. Tras de ellas iban las trillizas Jackson, utilizaban el mismo conjunto de ropa formal, el mismo peinado y hasta los mismos lentes. Cada una de ellas también llevaban consigo una Tablet, donde tenían todo preparado y muy bien calculado, desde los planos de la mansión hasta el historial de los Wertheimer.

Leonardo esperaba al final de las escaleras impaciente, al ver a Helen tragó saliva. Su imagen le recordaba mucho a Valeria, pero muy en el fondo de su corazón sabía que no era ella. Todavía por su mente se paseaban las preguntas del ¿Por qué lo había abandonado? si se juraron amor ¿Por qué lo hizo? Al principio amaba a Valeria, era su mayor tesoro, pero lo abandonó sin dar explicaciones, convirtiendo ese amor en profundo odio, y ahora el rostro que antes había añorado y deseado para toda la vida, estaba donde Helen y no podía evitar sentir lo mismo. Cada vez que la miraba, miraba el rostro de su prometida y su ira estaba ahí carcomiéndolo vivo.

“– ¿Estas segura que te encuentras bien? – preguntó Leonardo a Valeria. Estaba preocupado por ella, sólo había pasado un día desde que su madre murió. Estaban en el coche, él la invitó a pasear, no la quería ver triste ni infeliz. – Podemos aplazar la boda si quieres, no tenemos prisa en casarnos. – sugirió como una alternativa hasta que ella se encuentre mejor.

- No. – respondió de inmediato. Su voz sonaba muy alejada y melancólica. – Esto es un acuerdo familiar y debo de cumplir con mi parte. Además, lo hago porque realmente estoy enamorada de ti, no porque me viera obligada a hacerlo. – levantó sus manos y acarició las mejillas de Leonardo, mientras trataba de sonreír para él.

Leonardo estiró sus labios, se acercó a ella y depositó un tierno beso sobre su frente, la amaba y la quería para él, no sólo como su novia, también como su esposa y eso lo ponía contento.

- Nos vemos en dos días, futuro esposo. – dijo ella sonriendo por esas palabras.

- Nos vemos en dos días, futura esposa. – Leonardo también sonrió.

Se movió un poco para quitarle el cinturón de seguridad, bajó del coche y fue abrirle la puerta para que ella saliera. Como si fuera unos de los pétalos de rosas más frágiles, tomó su mano y le ayudó a salir.

- Te amo, Valeria. – dijo apegándola a su pecho para después besarla.

- También te amo. – los ojos de Valeria se empañaron por las lágrimas. Lo contuvo, mordió sus labios, le dio una sonrisa y se apartó de él.

Sus manos poco a poco se fueron separando, Leonardo la vio entrar a la mansión de los Wertheimer, fue la última vez que la vio, su ultimo recuerdo”

Helen sintió algo de vergüenza, su rostro se tiñó rojo al sentir todas esas miradas sobre ella. Disimulando trató de sonreír un poco y se acercó hasta donde estaba Leonardo perdido en sus pensamientos y recuerdos.

- Señor, estamos lista. – habló Claudia, esperando una orden de su parte.

Leonardo parpadeó un par de veces, volviendo a la realidad y con el rostro duro dijo.

- Es hora. – empezó a caminar solo hasta el coche, donde lo esperaban sus hombres, listos para cualquier orden.

Las mujeres fueron tras él. Al llegar a los coches, Helen subió junto con Leonardo en los asientos de atrás, en el otro fueron las demás mujeres, su siguiente destino era la mansión de la señora Margaret Wertheimer, donde los esperaba el resto de los Hoffmann.