Los Hoffmann son una familia muy temida en todo California, están llenos de oscuros secretos. Por mala suerte, Helen una muchacha de 19 años que salió del orfanato al cumplir la mayoría de edad, cae en las garras de dicha familia, obligándola a casarse con el menor de los Hoffmann, quien la desprecia por parecerse a su prometida.
- ¿Por qué no entras? – escuchó la voz de Leonardo de tras de ella.
Levemente se dio la vuelta y lo vio, su rostro no le decía nada, era un cuerpo sin alma.
- Quiero observar la lluvia. – respondió ella abrazándose así misma.
- ¿Sabes cuánto tiempo y dinero hemos invertido en ti para que te vengas a enfermar? – preguntó él con el semblante duro, hundiendo sus ojos en los de ella.
- No. – Helen dejó de verlo y prefirió observar el jardín inundado por la tormenta que cada vez se hacia mas fuerte. – Ni quiero saberlo.
Leonardo llevó la mano a su frente. Qué carajos había pasado por la cabeza de su madre, pensó. Caminó hacia donde ella y tomándola del brazo para que lo vea le dijo.
- Quiero que subas a tu habitación y te quedes ahí. No pienso perder más dinero en una persona tan deplorable como lo eres tú. – esas palabras salieron de sus labios como si escupiera lava. Mirándola fijamente a los ojos decidió llamar a Claudia, a la vez que un gran relámpago se escuchaba en todo el lugar. - ¡Claudia! – gritó con fuerza y el sonido del relámpago volvió a escucharse.
Para Helen esa escena fue terrorífica, escucharlo gritar al mismo tiempo que el estruendo, se asemejó mucho al llamado del demonio. Contuvo su miedo, mirándolo fijamente a los ojos y sin parpadear se mantuvo seria ante él.
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Un placer en conocerla, futura señora Hoffmann
Abrieron la puerta a las 6 a.m. Helen se levantó de inmediato al escuchar que alguien entraba.
- Le he traído el desayuno. – dijo la ama de llaves llevando consigo una charola con alimentos en sus manos, caminó un poco y la depositó en la mesa. – 10 minutos para las 7 a.m. tendrá que bajar para sus clases. El cuarto se encuentra en la planta baja, mano derecha, puerta negra. La dejo para que desayune y se arregle, sea puntual por favor.
La ama de llaves salió después de dar las indicaciones. Helen observó la gran charola y de inmediato fue a comer. Se alegró mucho cuando al fin su estómago estuvo lleno, no había parado de rugir en toda la noche. Fue al baño para lavarse, tenía 20 minutos para hacerlo. Sacó del armario un vestido holgado y se lo puso. Observó el reloj, ya casi era hora, fue hasta la puerta y salió de la habitación corriendo.
La mansión era enorme y los cuartos de la planta baja parecían no tener fin, todos eran iguales, cada puerta era una réplica de la otra. Abrió puerta por puerta, hasta que al fin pudo encontrar la que estaba buscando. Dentro de ella, estaban tres institutrices una muy parecida a la otra, la ama de llaves y Leonardo, quien tenía una mirada de querer matarla por su impuntualidad.
- Cinco minutos tarde. – dijo cuando él la vio entrar, se dirigió hacia las mujeres y les dijo con voz autoritaria. – Saben que hacer, Claudia. – le dijo a la ama de llaves. – aliméntala, no queremos que nada malo le pase, después que terminen las clases, vuelves a poner su habitación bajo llave, conoce el horario, si se le ocurre escapar castígala, tienes mi permiso.
- Como ordene señor. – respondió Claudia ante su orden.
Él empezó a caminar ignorando por completo a Helen hasta desaparecer por los pasillos. Ella no sabía por qué la odiaba tanto, si nunca en su vida se habían visto. Dejó de tomarle importancia y se acercó donde las mujeres.
- Este es su calendario, señorita Valeria. – dijo Claudia ofreciéndole una Tablet electrónica. – Las señoritas aquí presentes son las encargadas de educación, clase y modales.
Las mujeres utilizaban un conjunto de ropa del mismo color y modelo. Además, eran trillizas. Helen les calculó que tenían la misma edad que Claudia, puesto que no estaban muy señoras como ella se lo imaginaba. Mujeres delgadas, de cabellos largos color negro, su piel muy blanca, rasgos finos y de ojos grises. Todas ellas utilizaban lentes y se movían para el mismo lado.
- Un placer en conocerla, futura señora Hoffmann. – dijeron la tres como si fueran un robot y estuvieran programadas para un solo propósito y objetivo.
Helen las vio algo asombrada, no sabía qué decir o cómo actuar, era la primera vez que veía trillizas actuar de manera mecánica.
- Señorita Valeria. – dijo Claudia al ver que Helen que se quedó muda ante ellas. – por favor, responda al saludo de las señoritas Jackson.
- Un gusto. – dijo de inmediato y limpió su mano en el vestido para saludarlas.
Las tres mujeres vieron la mano extendida de Helen tratando de entender lo que había hecho. Una por una, fueron hablando, respetando un orden jerárquico perfecto.
- A partir de ahora nosotras nos encargamos, claudia.
- Iniciaremos por lo más básico hasta lograr que sea otra persona.
- Después del proceso se le explicará, toda la historia de los Wertheimer.
- Será difícil, pero no imposible – hablaron las tres en un unísono perfecto.
Claudia asentó su mirada entendiendo perfectamente a las trillizas, salió de la habitación y las dejó a solas con Helen.
Nuevamente una por una empezaron a hablar.
- Tienes que estar aquí 10 minutos antes de las 7 p.m. Por cada segundo tarde, tendrás penitencias. La puntualidad es algo fundamental y primordial en las familias con clase, no perdonamos errores.
- De 7 a.m. a 12 p.m. Iniciaremos con la clase de modales, tienes 15 minutos para comer. De 12:15 p.m. a 4 p.m. tienes clase de idiomas y algo de baile. A las 4:01 empezamos con la historia de la familia Wertheimer hasta las 8 p.m. una vez que termines podrás ir a dormir.
- Tus castigos por cada error dependerán del tiempo que tardes y las respuestas incorrectas. Entre más grave sea, peor será el castigo a dar.
Helen escuchó a las trillizas, sus días iban a estar ocupados y para acabar, ellas podían castigarla como si se tratase de una niña que apenas iba al quinder a aprender.
- ¿Te quedó claro? – volvieron a decir las tres poniendo sus manos en la cintura.
- Si, lo he tenido claro – respondió Helen un poco asustada.
Las trillizas estiraron sus labios, asentaron sus miradas y empezaron con la clase.
A mitad de la clase Leonela entró en el cuarto como una reina, sus hombres la hicieron ver así cuando abrieron la puerta por ella. Caminó hacia Helen, la tomó del mentón analizando por completo cada detalle de su mirada.
- ¿Cómo van sus clases? – preguntó. Su hijo la había escuchado y estaba feliz por eso, aunque sus facciones no lo digan.
- Señora Hoffmann. – intervino una de las trillizas. – apenas estamos empezando, los resultados se obtienen al final de cada semana.
- Le aseguramos que somos las mejores educadoras, no pudieron dejar en otras manos a esta muchacha. - dijo otra de las trillizas.
- Cuando terminemos, ella será otra persona, diferente a la que ve hoy. - habló la última trilliza.
- Quiero que quiten esa mirada tan seria. – dijo Leonela escuchando a cada una de ellas. Todavía la tenía del mentón moviendo sus mejillas de lado a lado. – Valeria tiene una actitud alegre, encárguense de eso. – la soltó y caminó para la salida, antes de irse volvió a decir. - espero tener resultados positivos en el fin de semana.
Las trillizas solo asentaron sus miradas, aceptando su petición. Por otro lado, Helen estaba muerta de la rabia, cambiar su personalidad, solo porque ellos lo dicen, no son Dios, ni mucho menos sus dueños, pensó.
Después de esa pequeña intervención, la clase continuó y las trillizas se pusieron más estrictas con Helen.
