Jalil Hazbun fue el príncipe más codiciado del desierto: un heredero mujeriego, arrogante y acostumbrado a obtenerlo todo sin esfuerzo. Su vida transcurría entre lujos y modelos europeas… hasta que conoció a Zahra Hawthorne, una hermosa modelo británica marcada por un linaje. Hija de una ex–princesa de Marambit que renunció al trono por amor, Zahra creció lejos de palacios, observando cómo su tía Aziza e Isra, su prima, ocupaban el lugar que podría haber sido suyo. Entre cariño y celos silenciosos, ansió siempre recuperar ese poder perdido.
Cuando descubre que Jalil es heredero de Raleigh, decide seducirlo. Lo consigue… pero también termina enamorándose. Forzado por la situación en su país, la corona presiona y el príncipe se casa con ella contra su voluntad. Jalil la desprecia, la acusa de manipularlo y, tras la pérdida de su embarazo, la abandona.
Cinco años después, degradado y exiliado en Argentina, Jalil vuelve a encontrarla. Zahra...
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Argentina tierra de olvido
Mariana movio la pieza de ajedrez y miro a su contrincante.
— Se cumple un año de tu coronación. ¿ Cuál es el balance?, pregunto Khalil.
— Bueno ha sido un año difícil, no olvido el comienzo y Jalil no me ha facilitado las cosas los últimos meses.
— Es mi culpa debi ocuparme de ese asunto hace tiempo.
— Supongo que no lo hizo porque no quería enfurecer a mamá.
— En parte, tal vez me siento responsable de todo lo que ha pasado, lo presione demasiado, él no quería casarse, ni la corona.
— Yo tampoco quería casarme ni la corona, no es su culpa la falta de carácter de mi hermano, seamos sinceros, jalil piensa que esta por encima de todos y todos le deben algo. Solo intento salvarlo, aunque mamá no lo vea así.
— Pero tengo una duda ¿ porque Argentina?.
Mariana movio su pieza.—Jaque Mate.
Khalil nego con la cabeza otra vez no lo habia visto venir y habia perdido a su rey.
— La casa de campo produce, pero no hay un control, ni inversión con la atención correspondiente sería mucho más productiva. Además, si se quedaba en Europa seria lo mismo y supongo sería lindo recuperar las raices de mamá.
— Practicaré con mis nietos, exclamó Khalil resignado otra vez había perdido.
Mariana sonrió su padre solía jugar con zuzu y el pequeño Khalil para enseñarles. Era un gran abuelo...
Mientras tanto en Argentina, Jalil abría la puerta y ventanas, hacia frío y había decidido prender la salamandra y todo comenzó a llenarse de humo.
Jalil comenzó a toser y los ojos comenzaron a arderle odiaba ese lugar...
A kilómetros de alli una casona de madera se alzaba al pie de las montañas, como si hubiera brotado del paisaje agreste de la Patagonia. Las paredes de troncos y piedra volcánica aún guardaban el calor del fuego, y sobre el techo de chapa liviana se escapaba una delgada columna de humo que anunciaba carnes asándose lentamente en la parrilla.
Era un lugar sencillo, pero con alma.
La fachada estaba iluminada por pequeñas lámparas amarillas que daban la bienvenida. Un viejo carro de hierro oxidado descansaba en el jardín frontal, convertido en adorno, y un letrero tallado a mano anunciaba el nombre del local; La Cabra de Zahra.
El sendero empedrado guiaba hacia la puerta principal, siempre entreabierta por el ir y venir de los vecinos: mochileros, montañistas, familias del pueblo. Desde adentro se escuchaban las risas, el sonido de vasos chocando y el olor a pan casero, leña ardiendo y especias.
Zahra vivía en unas habitaciónes al fondo, donde cada mañana se despertaba con el murmullo del viento chocando contra los picos nevados. La Patagonia le había arrebatado todo lujo, pero le dio algo más valioso paz y respeto.
Su fonda era su refugio, su sustento y su nueva identidad. Nadie allí sabía que había sido una de las modelos más fotografiadas del mundo, ni que había sido princesa. Para ellos, Zahra era simplemente la brasileña amable que servía café caliente y cocinaba como los dioses, siempre con un pañuelo en el cabello y una sonrisa cansada pero auténtica.
En invierno, la nieve rodeaba la casona como un manto blanco, y en las noches más frías Zahra se sentaba en la galería, mirando las montañas, abrazando su taza de café mientras su hijo Andy, dormía dentro...
El dia amaneció frío. El tipo de mañana patagónica que cortaba la piel.
Jalil salio de la cama con el ceño fruncido, ojeroso, aún con el cuerpo entumecido por el viaje y por la cama incómoda. Encontró la cocina vacía, la pava de metal sobre la hornalla y un termo apoyado al costado. El chofer había sido claro la noche anterior.
Don Ernesto pasaria temprano.
A las ocho en punto se escuchó el motor viejo de una camioneta. Un sonido áspero, constante.
Jalil salió al porche abotonándose la campera.
Don Ernesto bajó del vehículo limpiándose las manos en el pantalón.
—Buen día, don Jalil, soy Ernesto Gutierres el administrador. ¿Durmió bien?, pregunto extendiendo su mano.
—No. —respondió seco.
Ernesto asintió, como si hubiera esperado exactamente eso.
—Bueno… vamos viendo.
Caminaron por el patio delantero. El viento movía las hojas de los álamos Ernesto hablaba despacio, sin apuro.
—El campo no está mal, ¿vio? La base es buena. Pero hace años que nadie se mete en serio con esto. Su madre venía poco… después ya no vino más.
Jalil guardó silencio.
—Tenemos mil quinientas cabezas de ganado entre vacas y novillos. Bien cuidados, pero podrían estar mejor. —Ernesto pateó una piedra—. Después están los caballos. La mayoría son para polo, de buena sangre. Su madre y abuela sabia lo que hacian. Yo seguí el programa como pude.
Jalil frunció el ceño.
Eso sí le interesó. Era algo suyo. Algo que entendía.
—Y los viñedos… bueno, ahí sí que se nota el abandono. Dan uva, pero hay que replantar, reordenar, hacer las cosas prolijas. Con un manejo correcto, esto puede producir de verdad.
—Sé administrar —murmuró Jalil, mirando los alambrados viejos—. No soy un ignorante.
—Ya lo sé, señor. —Ernesto sonrió apenas—. Por eso lo mandaron a usted. Pero acá… la teoría ayuda, eh… pero lo que vale es ensuciarse las manos.
A Jalil le tembló la mandíbula de la bronca.
No sabía si por la frase o por el frío.
Avanzaron hasta la casa principal, que quedaba detrás de una hilera de pinos altos. Jalil la vio desde lejos y casi se detuvo.
Era enorme, clásica y completamente apagada, era la casa donde su madre había crecido.
Las paredes blancas necesitaban pintura. La galería tenía listones flojos. Las ventanas, algunas rajadas, la fuente estaba seca llena de hojas. Aún así… había algo imponente en la estructura.
Ernesto abrió la puerta empujándola con el hombro.
Un chirrido molestísimo llenó el aire.
—Acá vivían antes. —Entraron—. La casa es sólida, pero hace falta trabajo. Electricidad nueva en algunos sectores, cañerías, calefacción. Los pisos de madera se pueden recuperar. Y la chimenea todavía tira bien.
Jalil recorrió los pasillos.
Había olor a madera vieja y a polvo.
Los muebles estaban cubiertos con sábanas blancas.
Las cortinas eran gruesas, de otro siglo.
Se detuvo frente a un ventanal enorme. Afuera se veía todo: el campo, las montañas, el cielo inmenso.
Por un segundo, solo uno, sintió algo parecido a… calma.
Pero lo ahogó rápido.
Ernesto lo observó con atención.
—Usted dirá por dónde empezamos.
—Quiero números. —respondió Jalil sin girarse—. Ganancias, pérdidas. Lo que se invierte, lo que entra. Quiero ver los libros completos.
—Ya se los preparé. —Ernesto señaló una carpeta gruesa que había dejado en la entrada—. Me reporto con don Malek todas las semanas, así que está todo prolijo.
El nombre lo golpeó, su hermano mayor, el hijo perfecto. Si bien habia dejado su puesto a el no se lo reprochaban. Como si Malek nunca cometiera errores. Malek se ocupaba de administrar los negocios de la familia.
Jalil apretó los dientes.
—Bien. Trabajaremos desde ahí.
Ernesto asintió satisfecho.
—Hoy vamos a recorrer todo el campo. Le voy a mostrar los lotes, los potreros, el galpón de maquinaria. Y después, si quiere, vemos el tema de los caballos.
Jalil respiró hondo.
El aire frío le quemó los pulmones.
—Está bien. Vamos.
Salieron al exterior. El viento soplaba más fuerte.
Jalil entrecerró los ojos.
Argentina no dejaba de parecerle una condena.
Pero por primera vez desde que llego sentía que había algo, sobre lo que podía tener control...