"Después de un accidente devastador, Leonardo Priego se enfrenta a una realidad cruel: su esposa está en coma y él ha quedado inválido. Con su hija de 4 años dependiendo de él, Leonardo se ve obligado a tomar una decisión desesperada; conseguir una sustituta de su esposa. Luna, una joven con una vida difícil acepta, pero pronto se da cuenta de que su papel va más allá de lo que imaginaba. Sin embargo, hay un secreto que se esconde en la noche del accidente, un secreto que nadie sabe y que podría cambiar todo. ¿Podrá Leonardo encontrar el amor y la redención en esta situación inesperada? ¿O el pasado y el dolor serán demasiado para superar? La verdad sobre aquella fatídica noche podría ser la clave para desentrañar los misterios del corazón y del destino".
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¿Quien era el?
—Me está confundiendo con otra persona, señor —digo mientras salgo de la habitación, aunque mis piernas apenas pueden sostenerme. La música, los murmullos y las luces no logran borrar esa sensación punzante de que alguien ha descubierto quién soy. Las personas que habían salido vuelven a entrar y yo intento seguir con mi trabajo como si nada, pero cada movimiento se siente mecánico, como si ya no encajara en este lugar.
La verdad es que... ya he ahorrado lo suficiente. Tal vez ha llegado el momento de dejarlo todo atrás.
Con esa idea martillándome la cabeza, termino mi turno y me acerco a la oficina del jefe. Toco la puerta, respiro hondo y entro.
—Señor, ¿puedo hablar con usted un momento?
Él me mira con expresión preocupada y deja el teléfono a un lado.
—¿Todo bien, Luna? ¿Alguien te faltó al respeto? ¿Quieres un adelanto?
—No es eso. Quiero renunciar.
Él se reclina en su silla, como si le hubieran soltado una bofetada.
—Eso es aún peor. Tú eres una de mis mejores trabajadoras.
—¿Usted le dijo a alguien mi apellido?
Frunce el ceño.
—Sabes que jamás haría eso. ¿Alguien te reconoció?
Asiento apenas, sin decir nombres.
—Fue una señal… de que ya debo dejar este trabajo. No puedo arriesgarme más.
Él suspira, resignado.
—Sabes que siempre puedes regresar si cambias de opinión. Te haré un cheque por tu liquidación, te lo has ganado.
Le doy las gracias con un nudo en la garganta. Luego me cambio, guardo mis cosas y me despido de ese lugar que durante meses fue refugio y condena.
Camino sola hacia la parada del camión. La noche está húmeda, pesada. Las luces de los carros me ciegan de a ratos. De pronto, uno baja la velocidad a mi lado. Reconozco el auto de inmediato.
—Luna, sube —dice una voz que me hace detenerme. Es Fernando.
—Vamos, ya es muy noche para andar sola.
—Gracias, pero ya viene el camión —respondo sin mirarlo directamente.
—Si es por tu hermana Estrella, no te preocupes. No pienso decir nada.
Sus palabras me congelan. ¿Cómo sabe…?
—Señor Fernando, le agradecería que fingiera no conocerme. Olvide que me vio aquí, por favor.
—Hecho. Ya lo olvidé —responde con una sonrisa ladeada que me descoloca.
—Ahora sube. No estaré tranquilo hasta que llegues a tu casa. Y si no lo haces... por mi preocupación puede que le pregunte a Estrella cómo llegó su hermanastra anoche.
Dudo unos segundos. Si ya no trabajo ahí, no tengo por qué volver a verlo. Tal vez no sea tan malo aceptar el aventón esta última vez.
Suspiro, abro la puerta del carro y entro, manteniendo la distancia entre nosotros. El interior huele a cuero nuevo, todo brilla como recién salido de agencia.
—¿Cómo una Carpio trabaja en un lugar como este? —pregunta de pronto, rompiendo el silencio.
Me tenso. Esa frase... ¿no fue eso lo que me dijeron en la habitación? ¿Habrá sido él?
—¿Cómo supo que era yo? ¿Fue usted quien me habló esa noche?
Él niega con la cabeza mientras sigue conduciendo.
—Te reconocí por tu voz cuando fui a tu casa. Hoy solo pasaba por aquí y te vi. Nada más.
Asiento, aunque algo no me cuadra. Si no fue él… ¿quién fue entonces?
—¿Cómo ves a Estrella? —pregunta, como si habláramos del clima.
—Se equivoca de persona si busca referencias. Pregúntele a su madre.
—Ante los ojos de una madre, todos somos perfectos. Si quieres saber la verdad, escúchala del enemigo —dice, casi como si hablara consigo mismo.
—¿Cree que somos enemigas?
—No necesito creerlo. La tensión entre ustedes se corta con cuchillo, y fue evidente. Aún sin decir palabra, se notó.
Agradezco internamente cuando reconozco el portón de mi casa a lo lejos.
—Puede dejarme aquí, caminaré el resto.
—Como gustes.
El carro se detiene. Le doy las gracias, bajo y empujo el portón como siempre. Pero algo en mí está inquieto. Él no se va.
Llego a la puerta y uso mis nuevas llaves. Dentro, escucho voces. La sala está iluminada y allí están Estrella y su madre hablando por teléfono, riendo como si fueran dos reinas celebrando una victoria.
—Ya llegó la mujerzuela —murmura Estrella al verme, con voz venenosa.
—¿A qué se debe la reunión de brujas? —respondo con sarcasmo, y eso basta para que se levante furiosa.
—Te voy a enseñar a respetar.
—Empieza por aplicarlo tú —le digo sin miedo, aunque por dentro me arden las entrañas.
Estrella da un paso hacia mí, pero el timbre suena. Se detiene y va a abrir. Es Fernando.
La escena cambia de inmediato. Estrella adopta un tono chillón que me revuelve el estómago y corre a recibirlo como si fuese un príncipe. Él entra, pero no deja de mirarme.
—Vete a tu cuarto —dice mi madrastra.
—¿Temes que le llame la atención?
—Ya quisieras. No eres competencia para Estrella —susurra entre dientes, mientras su hija entretiene a Fernando.
—Quizá... pero ¿cuánto tiempo cree que tardaría en decirle a Fernando quién es realmente su “perfecta” prometida?
Ella me mira con ojos de furia contenida.
—Quedamos en algo —masculla.
—Y agradezca que me inculcaron educación y se cumplir.—susurro antes de girar y subir las escaleras.