Ella necesita dinero desesperadamente. Él necesita una esposa falsa para cerrar un trato millonario.
El contrato es claro: sin sentimientos, sin preguntas, sin tocarse fuera de cámaras.
Pero cuando las cámaras se apagan, las reglas empiezan a romperse.
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Juegos de poder
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...CAPÍTULO 19...
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...LEONARDO BLAKE...
El reloj marcaba las ocho en punto cuando entré a la torre de la compañía.
Los empleados ya sabían que detestaba los retrasos, las excusas y las sonrisas fingidas.
—Buenos días, señor Blake —saludó Susan, mi asistente apenas crucé la recepción privada del piso treinta y dos.
Asentí, sin detenerme.
El sonido de mis pasos contra el mármol marcaba el ritmo del lugar.
Cuando llegué a la sala de juntas, los directivos ya me esperaban con sus presentaciones listas.
—Quiero resultados concisos, no charlataneria —advertí, dejando mi maletín sobre la mesa.
Uno de los jefes de marketing empezó a hablar con nerviosismo, y apenas dijo algo que no cuadraba con los reportes semanales, lo interrumpí.
—¿Usted cree que no leo los informes, Gómez? —pregunté con frialdad.
—N-no, señor, solo que…
—Entonces no exponga datos maquillados. Si no puede manejar la presión, renuncie.
El silencio cayó sobre la sala.
Era incómodo, pero necesario.
El respeto no se pedía; se imponía.
Después de la reunión, me quedé solo revisando documentos.
A veces me resultaba curioso cómo todos se encogían al pasar frente a mi oficina, como si de verdad fuera el villano de su historia.
Pero en este mundo, si uno no es el depredador, termina siendo presa.
De pronto golpearon la puerta.
Era Luisa, de Finanzas.
Siempre vestía de forma impecable, aunque transmitía algo de elegancia y a la vez provocación.
—¿Tienes un minuto, Leo? —preguntó con una sonrisa pícara.
—Depende de para qué.
—Para distraerte un poco —respondió, cerrando la puerta tras de sí.
Solté un suspiro.
—Estamos en horario laboral.
—Y eso nunca te importó antes —dijo, apoyándose en el escritorio—. ¿Te olvidaste de lo bien que la pasábamos después de las reuniones de presupuesto?
Levanté la mirada, impasible.
—Luisa, sabes perfectamente que ahora estoy casado.
—Oh, por favor —rió con sarcasmo—. No creo que eso te importe. Cuando salías con Bianca, esa relación no te detuvo para estar conmigo.
—Bianca y yo no estábamos casados —respondí con frialdad—. Y no mezcles las cosas.
Se inclinó un poco más.
—Dime, Leonardo, ¿ella te gusta tanto como para dejar lo nuestro?
—“Lo nuestro” —repetí, sonriendo con ironía— eras una simple distracción. Nada más.
Luisa se enderezó, herida en su orgullo.
—Algún día te vas a dar cuenta de que no todos te van a soportar tus juegos, Blake.
—Y ese día, me alegrará saber que no eras la excepción —respondí, dándole por terminada la conversación.
Ella salió, golpeando la puerta al cerrar. Yo solo suspiré.
Era agotador.
Siempre alguien esperando algo más de mí, algo que no podía —ni quería— dar.
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Horas después, dejé el edificio.
Necesitaba aire.
O más bien… poner ciertos asuntos en orden.
Tenía la dirección de Martín desde hacía días.
Un tipo talentoso, con una actitud que me resultaba irritantemente familiar.
Sabía que seguía rondando a Emma.
Y eso, aunque ella lo negara, me encendía algo muy parecido a los celos.
Golpeé la puerta de su pequeño apartamento.
Martín abrió, sorprendido.
—¿Leonardo Blake? —preguntó con burla—. ¿Qué hace un tipo como tú en un lugar tan humilde como este?
Entré sin pedir permiso.
—Vengo a hablar de Emma.
—Ah, claro. ¿Qué pasa? ¿Vienes a presumir de cómo arruinaste lo nuestro? ¿Te molesta que todavía la siga viendo?
—Me molesta que no sepas tu lugar —respondí, mirándolo fijo—. Emma es mi esposa.
—Ella está contigo por dinero, ¿no? —replicó, cruzándose de brazos—. Todos saben que ese matrimonio es un negocio.
—Negocio o no, mientras dure, ella me pertenece.
Martín dio un paso hacia mí, con los puños cerrados.
—Ella no te pertenece, maldito narcisista.
Saqué un sobre del bolsillo interior de mi saco y lo puse sobre la mesa.
—Quinientos mil dólares. Tómalo como un incentivo para mantenerte lejos.
Martín lo miró, incrédulo, luego me lanzó una carcajada amarga.
—No puedo creerlo. ¿Tan poca fe le tienes?
—Tengo fe en lo que conozco. Y conozco a los hombres como tú. Todos tienen un precio.
—Entonces te equivocas conmigo —dijo con voz baja pero firme—. Yo no me vendo, Blake.
—No lo tomes personal. Solo intento proteger lo que es mío.
—No tienes idea de lo que dices —respondió, con rabia—. ¿Sabes qué es lo peor? Que ella se está destruyendo en ese mundo tuyo, y tú ni siquiera te das cuenta.
—Cuidado con tus palabras —advertí.
—No, tú cuídate —me interrumpió, dándome la espalda—. Porque un día Emma va a abrir los ojos, y cuando lo haga, te va a dejar solo, como todos los que te han querido.
Me quedé en silencio unos segundos.
Sabía perfectamente de lo que hablaba, y él aunque no lo quisiera admitir, el conocía esa parte que se me hacía difícil recordar de forma grata.
—Tal vez no la conoces de verdad —respondí finalmente, con voz helada.
—Y tú no la mereces y no serás feliz nunca, Leonardo.—pude ver el odio en su mirada.
Salí del departamento sin decir más.
Pero esa última frase se me quedó grabada, repitiéndose como una maldita advertencia.
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La mansión estaba en silencio cuando llegué.
Demasiado silencio.
Dejé las llaves sobre la mesa y avancé por el pasillo principal. Después de lo sucedido con su padre, Emma no estaba en condiciones de hablar.
No soy exactamente un experto en consolar personas, pero el solo hecho de imaginarla llorando me revolvía algo en el pecho.
Golpeé la puerta de su habitación.
No hubo respuesta.
Empujé la puerta, encontrándola sentada en el suelo, abrazando sus piernas. El maquillaje corrido, la mirada vacía.
—¿Vas a quedarte ahí mirándome o piensas decir algo? —preguntó sin levantar la cabeza.
—Depende —contesté—. No sé si quieras hablar.
—No tengo muchas ganas de hablar con nadie —murmuró—, pero supongo que no te irás hasta que lo haga.
Tenía razón.
Me senté frente a ella, dejando que el silencio nos cubriera por un momento.
—Se que fue incómodo el encuentro con tu padre —dije finalmente—. ¿Quieres contarme qué pasó?
Emma soltó una risa irónica, de esas que duelen.
—¿Quieres la versión corta o la larga?
—La que te haga sentir más cómoda.
—Mi familia es un desastre, Leonardo —dijo con voz temblorosa—. Mi padre está vivo, sí… aunque no sé si eso sea algo bueno. Era un buen hombre, ¿sabes? Trabajaba en una fábrica, llegaba cansado pero feliz. Hasta que un día mi mamá decidió que la pobreza le quedaba chica y se fue con un tipo rico.
—¿Los abandonó?
—A los tres—asintió, bajando la mirada—. Yo tenía once años. Recuerdo que ese día mi padre se quedó sentado en la puerta, esperándola, convencido de que iba a volver. Ella nunca volvió y él… cambió.
Se quedó callada unos segundos, respirando hondo.
Yo no dije nada. Era la primera vez que la veía así.
—Empezó a beber —continuó—, luego vino las apuestas. Lo perdí poco a poco. Cuando cumplí quince, apenas si reconocía mi nombre. Gritaba, rompía cosas… me echaba la culpa por todo. Decía que si yo y Sofía no hubiéramos nacido, mamá no se habría ido.
—Emma… —quise decir algo, pero ella levantó la mano para detenerme.
—No necesito tu lástima, Blake. Ya tuve suficiente. Solo quiero que entiendas que no tuve una familia perfecta, ni una infancia de ensueño. Lo que viste ayer fue solo una muestra de lo que viví por años.
Su voz se quebró al final.
Y por un instante, no supe qué hacer.
Yo, que había cerrado tratos multimillonarios y enfrentado a accionistas furiosos sin pestañear, no sabía cómo consolar a una mujer rota.
Así que simplemente me acerqué y tomé su mano, con torpeza.
—No pienso tenerte lástima, Emma —dije, bajando el tono—. Pero si te sirve de algo, ahora entiendo por qué eres como eres. Siempre a la defensiva, siempre lista para atacar antes de que alguien te hiera.
Ella me miró con ironía.
—¿Y tú qué sabes?
Me reí sin humor.
—Más de las que imaginas.
—Ah, claro, el multimillonario incomprendido —replicó, volviendo al sarcasmo—. Seguro tu mayor trauma fue que tu chofer se retrasó cinco minutos.
—No todo lo que brilla es oro, Ríos —respondí, serio—. No crecí con lujos, y tampoco tuve a nadie que me enseñara cómo ser mejor. Aprendí a golpes. A base de errores.
Por primera vez, sus ojos se suavizaron.
—¿Fue difícil?
—No lo sé —dije, encogiéndome de hombros—. A veces pienso que sí. Otras… que solo aprendí a esconder mis miserias mejor que los demás.
Nos quedamos en silencio.
Por alguna razón, su presencia no me incomodaba como antes. Era extraño, sentir que alguien podía entenderte.
—¿Tu madre sigue viva? —pregunté después de un rato.
Emma asintió lentamente.
—Vive en el norte del país, con su nueva familia. Tiene dos hijos y un marido que le da todo lo que quiso tener. A veces pienso que nos olvidó por completo.
—¿La odias?
—No. —Negó con la cabeza—. Solo… no la entiendo. Aunque todos queremos escapar de algo. Ella lo hizo dejando todo atrás. Yo intento hacerlo sobreviviendo.
Todos escapábamos de algo.
Yo, del vacío, la soledad que me rodeaba y el miedo de cometer errores. Ella, de un pasado que todavía le dolía.
—Emma —dije con voz más baja—. Lo que sea que haya pasado, ya no estás sola. No te lo estoy diciendo por lástima, lo digo porque… —me detuve, tragando saliva— porque no quiero verte derrumbarte.
Ella me miró, confundida.
—¿Y por qué te importaría?
—Emm, Mi esposa por contrato tiene que mostrarse fuerte y feliz —admití—. Al menos dentro de este matrimonio.
Durante un segundo, sus ojos se clavaron en los míos.
Hasta que ella sonrió con tristeza.
—Gracias, Leonardo… pero no necesito que me salves. Solo necesito que no me juzgues y no trate de meterte en mis asuntos. Ya me siento demasiado incómoda con que estés metido en los asuntos médicos de Sofía.
Asentí.
No tenía respuesta para eso.
Cuando salí de su habitación, me detuve en el pasillo.
Mi pecho dolía de una forma nueva, incómoda, desconocida.
No sabía si era empatía… o algo más peligroso.
Pero lo que sí supe fue que, a partir de esa noche, Emma Ríos ya no era solo una obligación. Era un asunto que empezaba a importarme demasiado.
qué terrible tener que lidiar con una persona, que se supone debe amarte y velar por tí, en cambio lo que recibes es pura miseria.
Bien dice la Biblia: "de la abundancia del corazón, habla la boca"........🤔
los golpes de la vida hacen madurar y formar otra perspectiva de la vida !!!!!.....🤔😌