Abril es obligada a casarse con León Andrade, el hombre al que su difunto padre le debía una suma imposible. Lo que ella no sabe es que su matrimonio es la llave de un fideicomiso millonario… y también de un secreto que León ha protegido durante años.
Entre choques, sarcasmos y una química peligrosa, lo que empezó como una obligación se convierte en algo que ninguno puede controlar.
NovelToon tiene autorización de N. Garzón para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 7
Tres semanas.
Tres largas, exasperantes e insufribles semanas esperando la audiencia.
Durante ese tiempo, la finca parecía una terminal de transporte privado: camionetas entrando y saliendo como si estuvieran repartiendo invitaciones para un matrimonio que YO no había pedido. Los hombres de León tomaban medidas, revisaban papeles, hablaban de “logística del acuerdo”… y lo peor era que todo ese movimiento tenía un mismo objetivo: prepararme para un destino que pensaba evitar.
Pero nunca vi a León. Ni una vez.
Y eso, aunque me daba paz, también me hervía la sangre. Una no puede ensayar sus ataques sarcásticos contra alguien que se esconde.
Hasta que llegó el día.
El día de la audiencia.
Y ahí estaba él: recostado contra su enorme camioneta negra como si posara para una revista vaquera. Su sombrero perfectamente acomodado, los brazos cruzados. Su abogado hablaba frente a él hasta que me vio acercarme… y se quedó en silencio. León, en cambio, giró la cabeza lentamente con una sonrisa tan arrogante que era capaz de subir la presión arterial.
—Buenos días, Abril —saludó triunfante.
—Buenos días, León —respondí firme, con la seguridad que había cultivado en mi mente día y noche—. Llegaste temprano. Debes estar emocionado por casarte conmigo. Lamento arruinarte el sueño.
Frunció una sonrisa burlona.
—Sueño no. Pesadilla. Pero no te preocupes, va a terminar pronto. Me pagas lo mío, firmo el divorcio y listo. Cada quien coge su camino muñeca
Nuestros abogados nos pidieron entrar, pero nosotros caminábamos como dos gallos finos de pelea, en plena competencia. Cada paso era un comentario sarcástico nuevo. Cada mirada, una amenaza silenciosa.
Dentro del juzgado nos sentamos frente a frente. León me observó con descaro profesional; yo lo observé con desprecio diplomático.
Cuando la juez entró sentí alivio inmediato: era amiga de mi padre. Cercana. De esas que habían estado en cenas, fiestas y reuniones familiares. Mi postura se enderezó, mis tacones se afirmaron, y me sentí casi poderosa.
Después del receso del almuerzo, la juez regresó y anunció su decisión con voz firme:
—El matrimonio se llevará a cabo. Es la única vía para garantizar la recuperación total del dinero. No hay vicios de consentimiento ni violación a derechos humanos.
Mi corazón se desplomó.
—El matrimonio tendrá una duración mínima de un año. Ninguno podrá solicitar divorcio antes de cumplido ese tiempo. La boda deberá realizarse en un mes. Además, ambos asistirán a terapia de pareja semanal.
Un.
Año.
Entero.
León parecía recién coronado Rey del Oeste. Se acomodó en la silla, cruzó las manos detrás de la cabeza, y sonrió como si alguien hubiera puesto mariachis detrás de él.
Yo quería que la tierra me tragara o que un rayo fulminara el expediente.
Preferiblemente ambas.
La audiencia terminó, y al salir, el abogado de León —un hombre demasiado calmado para mi gusto— nos informó:
—La primera sesión de terapia es mañana a las 10 a.m.
León asintió con rapidez, como si le hubieran dicho que le iban a devolver un rancho nuevo.
Yo asentí… con el alma llorando, los dientes apretados y mis ganas de vivir negociando su permanencia.
Los abogados se despidieron entre apretones de mano y comentarios educados.
Nosotros no.
León y yo simplemente nos dimos la espalda.
Sin un adiós.
Sin una mirada.
Sin un gesto amable.
Solo un silencio denso, orgulloso, terco… y peligrosamente familiar.
Me fui pensando que, si ese era apenas el comienzo, sobrevivir un año con ese hombre sería la verdadera prueba de resistencia emocional, legal y… matrimonial.