Anatomía De Un Criminal

Me quedé mirándolo en silencio.

Ese cuerpo, esa actitud y ese descaro.

Damián Reginald, el criminal más buscado de Inglaterra… tendido sobre mi cama como si fuera un dios griego aburrido de su Olimpo.

Y entonces decidí que era momento de jugar su juego.

Con pasos lentos, sin apartar los ojos de los suyos, caminé hacia él.

Vi cómo su sonrisa ladeada se afirmaba, cómo su pecho se alzaba un poco más con cada respiración.

Me detuve al borde de la cama y me incliné, rozando la sábana con los dedos.

—¿Seguro que estás listo? —pregunté con voz suave, apenas un susurro.

—Lo estoy desde que entraste a mi vida, Alejandra —respondió con esa seguridad peligrosa que me provocaba más de lo que debía.

Me subí a la cama, a horcajadas sobre él, sin quitarle aún la sábana.

Sus ojos se oscurecieron, y por primera vez noté un leve temblor en sus manos.

¿Nervioso?

Perfecto.

Bajé mi rostro hasta su pecho, dejando un beso suave. Luego otro, más abajo.

Besé su abdomen, su clavícula, su cuello.

Subí con lentitud hasta que nuestras bocas quedaron alineadas. Y entonces, lo besé. Largo, lento y profundo.

Lo sentí respirar hondo, estremecerse apenas bajo mí. Sus manos acariciaron mi espalda como si no supiera si sostenerme o rendirse y justo cuando ese beso podía incendiarlo todo… lo corté.

Me aparté apenas, dejando nuestros rostros separados por un suspiro.

—Estaría más que encantada de dar ese paso contigo —dije sonriendo—. Pero como doctora, tengo la obligación de poner tu salud primero.

Él me miró como si quisiera maldecirme y agradecerme al mismo tiempo.

—Estás jugando sucio, Rivas.

—¿Y tu no?

Soltó una risa ahogada, y luego bajó la mirada hacia su propia entrepierna, claramente reaccionando al juego.

—Bueno… parece que mi amigo está bastante decepcionado contigo ahora mismo.

—Tu amigo tendrá que esperar a que el doctor autorice —repliqué con una sonrisa, bajando a su lado y abrazándolo con ternura.

Él me rodeó con un brazo fuerte, acariciando mi espalda.

—Eres peligrosa —susurró.

—Lo aprendí de ti.

Nos quedamos así un momento. Tranquilos y cálidos.

Hasta que uno de los guardias llamo a la puerta.

El golpe seco me hizo incorporarme al instante con el corazón acelerado.

La última vez que un guardia nos interrumpió… Mateo murió.

—Tranquila —murmuró Damián, apretando mi mano— Si toco asi nada mas, no debe ser nada.

Se sentó con calma, ajustando la sábana alrededor de su cintura antes de dar la orden.

—¿Qué pasa?

—Señor —respondió una voz del otro lado—, su madre ha solicitado su presencia inmediata en la sala de reuniones. Han llegado representantes del clan italiano.

Un silencio espeso se apoderó de la habitación.

Vi cómo el cuerpo de Damián se tensó bajo la sábana, sus ojos dejaron de mirarme y se clavaron en algún punto invisible de la pared.

El juego terminó y otra vez lo llamaba el peligro.

Él bajó la vista hacia mí, volvió a sonreír… pero era otra clase de sonrisa, una máscara.

Se inclinó y me dejó un beso lento en la frente.

—Te veo esta noche.

Asentí sin hablar. No me gustaba ese gesto en su rostro. Lo había visto antes… Antes de que volvieran a atacarlo.

Se levantó de la cama rodeando su cintura con la manta blanca y caminó hacia la puerta. Lo vi desaparecer entre las sombras del pasillo, y algo en mi pecho regresò a preguntarme, hasta cuando seguirìa esta situacion.