La Reencarnada Y Los Pegasos

Los meses pasaron como el aleteo suave de Silverwind.

Cada amanecer encontraba a Arya ya despierta, esperando el sonido leve de sus cascos en el patio sagrado. Silverwind la buscaba sin falta, rozándola con el hocico para que subiera. Era un ritual. Un pacto silencioso entre los dos.

Durante ese tiempo, Arya aprendió más del reino de Mercia..

Había reinos vecinos con reyes, reinas y emperadores poderosos con magia, fronteras vigiladas por duques poderosos, pero lo que más le sorprendió fue saber que los pegasos eran seres sagrados, casi divinos.

Y sin embargo… solo ella podía acariciarlos.

Cada vez que otro mago o cuidador intentaba acercarse, los pegasos agitaban las alas o se alejaban con una firmeza.. Pero a Arya la dejaban tocarles la crin, limpiarles las alas, incluso dormían cerca de ella si se quedaba demasiado tiempo en el santuario.

Lira: Milady, usted es como… la luna de ellos. La buscan, la siguen, se calman con su presencia.

Arya solo sonreía, pero por dentro sentía un calor suave que jamás había conocido.

Ella, que en su vida pasada no podía acercarse a la gente sin mascarillas o guantes… ahora era tocada, buscada, adorada por criaturas sagradas.

Pero no todo era libertad.

Los magos del templo seguían siendo amables, pacientes y respetuosos… pero también firmes.

Protegían a Arya de todo, incluso de lo que ella no sabía que debería temer.

Cada vez que regresaba de volar, un mago la esperaba en el patio superior.

Maestro Aldren, el mago más antiguo del templo, siempre repetía lo mismo..

Aldren: Lady Arya, recuerde la regla más importante.. puede volar por todo Mercia… pero no debe descender del pegaso, solo puede dejarlo en el templo.

Arya: ¿Es tan peligroso?

Aldren suspiró, acariciándose la barba blanca.

Aldren: No para usted, mi lady… sino para el mundo. Su presencia podría alterar… demasiadas cosas.

Arya no entendía completamente, pero aceptaba.

Al menos por ahora.

Durante esos meses vio desde el cielo ciudades brillantes, montañas cubiertas de cristales mágicos, lagos que resplandecían con lunas dobles… pero nunca pudo pisarlos.

Silverwind volaba bajo, casi rozando la hierba de praderas lejanas, y Arya sentía deseos de bajar, tocar la tierra, hablar con la gente.

Pero cada vez que pensaba en hacerlo, Silverwind giraba la cabeza, observándola con ojos azules tan conscientes que parecía decir.. No puedo dejarte.

Era como si él también obedeciera esa regla sagrada.

Aun así, hubo algo que comenzó a inquietarla.

En los vuelos diarios, Arya veía a personas levantando la vista, señalándola desde los campos. Algunas rezaban, otras lloraban, otras hacían reverencias profundas aunque estuviera muy alto para ver sus rostros.

Lira le explicó un día, mientras desenredaba su largo cabello blanco..

Lira: Para la gente, usted es la Señal Blanca. La elegida de los pegasos. Una bendición viviente… y una advertencia.

Arya se quedó inmóvil.

Arya: Advertencia… de qué?

Lira: El Consejo dice que usted traerá un cambio. Algo grande. Algo que podría salvar o destruir reinos. Por eso no quieren que descienda… al menos, no todavía.

Arya sintió un peso frío en el estómago… pero no se permitió tener miedo..

Las semanas pasaron entre vuelos, estudio de magia básica y largas charlas con Lira sobre el mundo. Arya ya conocía los nombres de los reinos vecinos, las costumbres de Mercia y las historias antiguas de los pegasos sagrados.

Pero hubo algo que capturó su atención de inmediato..

Un festival en el pueblo cercano a la montaña.

Lira se lo contó una mañana mientras acomodaba las sábanas.

Lira: Mi lady, pronto será el Festival de las Estrellas Bailarinas. El pueblo de Valenia ya está preparando los puestos de comida y las calles decoradas.

Arya levantó la mirada con sorpresa.

Arya: ¿Un festival? ¿Aquí, tan cerca?

Lira: Sí, milady. Hay música, bailes, comidas de todos los rincones de Mercia… hasta concursos de faroles y flores mágicas. Es la celebración más alegre del año.

Arya sintió un vuelco en el corazón.

En su vida pasada, jamás había asistido a un festival.

Ni bailado.

Ni comido de la mano de un vendedor ambulante.

Ni escuchado música rodeada de gente feliz.

Arya: ¿Puedo… ir?

Lira: Mi lady, sabe que el Consejo no permite que descienda del pegaso en ningún lugar que no sea el templo…

Arya miró hacia la ventana, donde Silverwind descansaba bajo el sol.

Arya: Solo quiero ver. Aunque sea desde arriba.

Lira: Entonces le conseguiré una peluca. Para que no la reconozcan, pero sería mejor que no fuera en el pegaso.

Arya parpadeó, sorprendida y divertida.

Arya: ¿Una peluca?

Lira: ¡Sí! Una peluca de cabello castaño. Si la gente ve a una chica de cabello blanco la reconocerán.. Pero si es solo una chica normal… tal vez podamos pasar desapercibidas.

Arya se llevó una mano a la boca, conteniendo una risa.

Arya: Lira… ¿estás conspirando conmigo?

Lira se sonrojó.

Lira: No quiero que viva encerrada, mi lady. Todos dicen que es la Santa, pero… también es una joven. Merece ver el mundo sin que todos la miren como un milagro viviente.

Arya sintió un calor muy suave en el pecho.

En la vida pasada, ni los médicos podían ayudarla a salir.

En esta vida… su amiga estaba dispuesta a desafiar normas solo para que pudiera vivir un poco más.

Así que aquella tarde, Lira entró en su habitación con un paquete envuelto en tela azul.

Lira: Mi lady… lo conseguí.

Arya lo abrió con emoción contenida y encontró una peluca larga, ondulada, de un suave color castaño dorado.. y le entrego una ropa sencilla.. Cuando se la colocó, apenas se reconoció en el espejo.

Arya: Parezco… una muchacha común.

Lira: ¡Exactamente! Y así nadie sabrá quién es usted.

Arya: Gracias, Lira. De verdad. Nunca pude ir a algo así antes. Nunca pude… bailar.

Lira: Quizás esta vez sí.

La idea la llenó de mariposas.

Bailar bajo faroles, comer dulces que jamás probó, escuchar música, ver a la gente celebrar…

Era todo lo que la niña que creció en un hospital soñó alguna vez.

Y Arya no estaba dispuesta a dejar pasar esa oportunidad.

El festival estaba a tres días.

El mundo se preparaba para celebrar.

Y sin saberlo… también se preparaba para ver, aunque fuera por un instante, a la Santa Blanca disfrazada como una chica cualquiera.