Una noche. Un desconocido. Y un giro que cambiará su vida para siempre.
Ana, una joven mexicana marcada por las expectativas de su estricta familia, comete un "error" imperdonable: pasar la noche con un hombre al que no conoce, huyendo del matrimonio arreglado que le han impuesto. Al despertar, no recuerda cómo llegó allí… solo que debe huir de las consecuencias.
Humillada y juzgada, es enviada sola a Nueva York a estudiar, lejos de todo lo que conoce. Pero su exilio toma un giro inesperado cuando descubre que está embarazada. De gemelos. Y no tiene idea de quién es el padre.
Mientras Ana intenta rehacer su vida con determinación y miedo, el destino no ha dicho su última palabra. Porque el hombre de aquella noche… también guarda recuerdos fragmentados, y sus caminos están a punto de cruzarse otra vez.
¿Puede el amor nacer en medio del caos? ¿Qué ocurre cuando el destino une lo que el pasado rompió?
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Capítulo 20: Bajo la misma piel
Perspectiva de Ana
Lo deseaba. No podía mentirme más. Desde que lo vi cruzar esa puerta, supe que algo en mí había cambiado. No era solo el deseo físico que me provocaba su cercanía… era todo lo que él representaba ahora: redención, apoyo, amor. Una oportunidad que no sabía si merecía, pero que empezaba a anhelar con fuerza.
Mientras lo observaba acercarse, mi corazón latía desbocado. Sentía que el aire se volvía más denso, que cada palabra no dicha se enredaba entre nosotros. Y sin embargo, cuando su mano tocó mi rostro, todo en mí se calmó.
Me dejé guiar por su calor, por el fuego contenido en su mirada. Cuando sus labios rozaron los míos, supe que no había marcha atrás. Mi cuerpo reaccionó instintivamente, reconociéndolo como si lo hubiese amado desde siempre.
Lían me sostuvo con una mezcla de fuerza y cuidado, como si temiera lastimarme pero también necesitara sentirme completa. Mi ropa fue cayendo lentamente, y con cada prenda, también se desprendían los miedos, las dudas, los “no” que me habían detenido durante tanto tiempo.
Sus manos recorrían mi piel con devoción, como si cada centímetro fuera sagrado. Su boca buscaba la mía una y otra vez, hambrienta y paciente. Me sentía vulnerable, pero no expuesta. Me sentía segura… por primera vez en mucho tiempo.
Me entregué sin reservas. No fue solo físico. Fue emocional. Una danza silenciosa donde nuestros cuerpos hablaban con más claridad que las palabras que nunca supimos cómo decir. Estábamos sincronizados, cada suspiro, cada movimiento, cada roce.
Cuando llegamos juntos al clímax, sentí que algo en mí se rompía y se reconstruía al mismo tiempo. No solo estaba unida a él por los hijos que habíamos creado… ahora lo estaba también por la decisión de amarlo. Sin condiciones.
Nos quedamos en silencio después, nuestras respiraciones aún aceleradas. Lían me abrazó con fuerza, como si temiera que pudiera desvanecerme. Cerré los ojos y me aferré a su pecho. Esa noche, bajo las sábanas tibias, me sentí más viva que nunca.
Perspectiva de Lían
Verla dejar caer la coraza fue lo más hermoso que he presenciado. No era solo su cuerpo el que se desnudaba ante mí… era su alma. Ana me había dado una parte de sí que no tenía precio, una confianza que no estaba dispuesto a traicionar.
Su piel era fuego y calma a la vez. Su aliento en mi cuello, sus uñas en mi espalda, sus labios contra los míos… todo se convirtió en necesidad. Una necesidad que no era solo deseo, sino amor en su forma más ardiente.
Cada movimiento que hacía era una súplica, una promesa, un reclamo de todo lo que no habíamos vivido juntos. Y yo estaba ahí para dárselo todo. Cada beso que le di fue un "lo siento", cada caricia, un "estoy aquí", y cada suspiro compartido, un "no me iré jamás".
Cuando nuestros cuerpos se fundieron completamente, sentí que tocaba el cielo. No hubo barreras, no hubo dudas, no hubo pasados. Solo ella y yo, latiendo al mismo ritmo, respirando el mismo amor.
La sentí temblar bajo mis brazos y quise detener el tiempo. Ella era mi hogar. Mis hijos, mi futuro. Pero esa noche, mientras la hacía mía con cada fibra de mi ser, entendí que también era mi presente. Que no quería pasar ni una noche más sin sentirla así, sin decirle cuánto la amo, sin hacerle saber que ya no estoy huyendo de nada.
Cuando terminamos, no dije nada. Solo la observé. Su cabello desordenado, sus mejillas encendidas, su respiración pausada… Dios, era hermosa. Y era mía.
La abracé, sintiendo su corazón contra el mío. Supe, sin ninguna duda, que haría todo lo que estuviera en mis manos para estar a la altura. Porque amar a Ana Camargo no era una opción. Era mi destino.