Alexandre Monteiro es un empresario brillante e influyente en el mundo de la tecnología, conocido tanto por su mente afilada como por mantener el corazón blindado contra cualquier tipo de afecto. Pero todo cambia con la llegada de Clara Amorim, la nueva directora de creación, quien despierta en él emociones que jamás creyó ser capaz de sentir.
Lo que comenzó como una sola noche de entrega se transforma en algo imposible de contener. Cada encuentro entre ellos parece un reencuentro, como si sus cuerpos y almas se pertenecieran desde mucho antes de conocerse. Sin oficializar nunca nada más allá del deseo, se pierden el uno en el otro, noche tras noche, hasta que el destino decide entrelazar sus caminos de forma definitiva.
Clara queda embarazada.
Pero Alexandre es estéril.
Consumido por la desconfianza, él cree que ella pudo haber planeado el llamado “golpe del embarazo”. Pero pronto se da cuenta de que sus acusaciones no solo hirieron a Clara, sino también todo lo verdadero que existía entre ellos.
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Capítulo 20
...Clara Amorim...
Alexandre estacionó en una de las plazas del aparcamiento de la clínica. En cuanto salimos del coche y nos dirigimos a la entrada, sentí un escalofrío subir por la columna, la fina llovizna se había convertido en una lluvia helada y empezaba a arrepentirme de haber salido solo con un vestido.
Pasamos por la recepción, donde la secretaria sonrió y nos indicó la sala de la Dra. Maya. Yo había llamado mientras me arreglaba, y ella gentilmente dijo que podría hacerme un hueco esa mañana.
—Hola, Clara. —Maya sonrió en cuanto entramos—. Y usted debe ser el padre de este bebé. —dijo, con su acento británico que parecía hacer cualquier situación más delicada.
—Sí. —Respondió Alexandre, ajustándose la chaqueta.
—¡Felicidades! —dijo Maya, cálida.
—Gracias. —Agradeció él, pero desvió la mirada, quizás sin saber cómo comportarse allí.
—Entonces, ¿Clara? ¿Qué la trae por aquí antes de la próxima consulta? —preguntó, entrelazando las manos.
—Yo… —respiré hondo, sintiendo el frío que aún traía de la calle—. Mañana tengo que hacer un viaje largo. Son diecinueve horas de vuelo. Quería asegurarme de que todo está bien… y saber qué debo hacer para no perjudicar al bebé.
Maya asintió, comprensiva.
—Claro, querida. Hizo muy bien en venir. —Miró a Alexandre con una breve sonrisa antes de volverse hacia mí—. Voy a pedirle que cambie el vestido por el pijama de la clínica, así podemos hacer una nueva ecografía y verificar que todo esté bien, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. —Respondí, levantándome.
Maya señaló una puerta lateral.
—La sala de cambio está justo ahí, puede dejar sus pertenencias en el perchero. Su marido… —dudó, percibiendo la incomodidad—. O acompañante, y yo esperamos aquí.
Asentí, sintiendo las mejillas arder, y caminé hasta la salita para ponerme el pijama azul claro. Cuando regresé, Maya ya se acercaba a la camilla.
—Entonces… —comenzó, mientras ajustaba la máquina y preparaba el gel—. Durante un vuelo tan largo, Clara, es muy importante hidratarse mucho. Mantenga siempre una botellita de agua cerca y procure levantarse cada dos o tres horas para caminar un poquito por el pasillo del avión. Eso ayuda a la circulación y disminuye el riesgo de trombosis, que es más alto en gestantes.
Asentí, atenta a cada palabra, mientras ella me ayudaba a acomodarme.
—También evite alimentos muy pesados antes del embarque y, si es posible, use medias de compresión. —Prosiguió, encendiendo el monitor—. Y claro, cualquier dolor persistente, sangrado o malestar, busque atención médica inmediatamente.
Alexandre estaba de pie, al otro lado, con las manos en los bolsillos del traje y una expresión grave que parecía mezclar atención, preocupación y algo que yo no conseguía descifrar.
—¿Está lista? —Maya sonrió, tomando el transductor—. Vamos a ver a ese pequeño viajero ahí dentro.
Deslizó el transductor helado sobre mi barriga con delicadeza y, en pocos segundos, encendió el sonido ambiente.
Fue entonces cuando el compás apresurado de los latidos del corazoncito llenó la sala, rápido, fuerte, tan vivo. Mi pecho se oprimió en una mezcla de alivio y ternura.
Alexandre, que estaba apoyado en la pared del otro lado, dio algunos pasos hesitantes, como si no estuviera seguro de si podía acercarse más. Sus ojos estaban fijos en el monitor que exhibía aquella imagen pequeñita, perfecta y frágil.
Sentí una lágrima escapar por el canto de mi ojo. Por más que ya hubiera oído ese sonido antes, no importaba. Cada vez era como si fuera la primera. Cada vez era un recordatorio de que había una vida creciendo dentro de mí, una vida por la cual yo ya daría todo.
—Está todo perfecto, Clara. —Dijo Maya con dulzura, pasando una de las manos enguantada por mi brazo—. El bebé se está desarrollando en el tiempo justo. El corazón late a un ritmo excelente. Y, por ahora, todo sigue como debería.
Asentí, secándome el rostro con la manga del pijama.
—¿Quiere oír un poquito más? —ofreció, sabiendo lo mucho que ese sonido significaba.
—Sí… por favor. —Mi voz salió temblorosa.
El volumen suave llenó la sala de nuevo. Alexandre se detuvo justo al lado de la camilla, tan cerca que sentí su perfume familiar, una mezcla de café, colonia amaderada y alguna cosa que siempre fue solo suya. Cuando me giré hacia él, no tuve coraje de mirarlo por mucho tiempo. Pero aun así vi: sus ojos estaban vidriosos.
Él abrió la boca, pareció querer decir algo, pero se contuvo. Maya disminuyó el volumen y nos sonrió a los dos.
—Si quieren, puedo imprimir algunas imágenes más para guardar o… quién sabe, mostrar a la familia.
—Me gustaría. —Respondí en un susurro—. Gracias, doctora.
Mientras ella separaba el papel para limpiar el gel y ajustaba la impresora, respiré hondo y miré al techo, intentando mantener el control sobre todo lo que hervía dentro de mí, la nostalgia de lo que fuimos, el miedo de lo que podíamos llegar a ser, la esperanza tonta de que quizás fuera posible recomenzar.
Pero por ahora, solo importaba aquel sonido. Aquel corazón latiendo. La certeza de que él estaba bien.
...[...]...
Alexandre me dejó en mi apartamento diciendo que pasaría por aquí mañana temprano para ir juntos al aeropuerto. Cuando la puerta se cerró, el silencio llenó cada rincón, solo interrumpido por el partido de fútbol que pasaba en la TV, más por el ruido de fondo que por cualquier interés mío. Por más que amara el fútbol.
Yo estaba sentada en el sofá, con las piernas cruzadas, revisando anotaciones y artículos antiguos que yo misma había producido sobre el Tonix. Necesitaba asegurarme de que, en Dubái, no surgirían más sorpresas.
Mordí otro pedazo del donuts que había comprado ayer y dejado en la nevera. Ni el azúcar conseguía distraer mi corazón oprimido. Sentía falta de Alfi, mi bolita de pelos haría esa soledad parecer menos sofocante.
El celular vibró sobre la mesita. Cuando vi el nombre de mi madre en la pantalla, respiré hondo. Yo solo había mandado mensajes cortos en los últimos días, y ya imaginaba la preocupación de ella.
—Hola, mamá. —Atendí, ajustando el volumen.
Mirian: Oh, mi hija... ¿por qué no das noticias? Clara del cielo, casi que cojo el coche y voy detrás de ti!
—Lo siento, mamá. Ayer el día fue una locura... —Suspiré, apoyando el codo en el respaldo del sofá—. Tuvo el fallo en el proyecto, pasé la noche entera en la Monteiro Tech con el equipo intentando resolver. Hoy por la mañana fui a la clínica, hablé con la doctora Maya. Y... —respiré hondo— y voy a viajar mañana.
Mirian: ¿Viaje? ¿Qué viaje, niña? —La voz de ella se volvió más afligida.
—Para Dubái. —Expliqué, intentando sonar tranquila—. Es solo por el proyecto. Necesito estar allí personalmente para comprobar el funcionamiento y entrenar a algunos T.I. La doctora dijo que es seguro, desde que yo descanse y no pase nervios.
Hubo algunos segundos de silencio. Yo podía imaginar la frente de mi madre fruncida, del otro lado de la línea.
Mirian: Clara, entiendo que es tu trabajo... Pero hija mía, solo ve si es realmente seguro para ti y para mi nieto. No pongas eso por encima de tu salud.
—Lo sé, mamá. Prometo que me estoy cuidando. —Hablé bajito, intentando calmarla—. La doctora me explicó todo. Voy a tomar bastante agua, levantarme durante el vuelo, alimentarme bien... Está todo planeado.
Mirian: Pues trata de cuidarte mismo. —La voz de ella se volvió más suave, aunque aún había una punta de preocupación—. Y si cualquier cosa pasa, cualquier cosa, me llamas. ¿Entendiste?
—Entendí. —Sonreí, sintiendo el pecho oprimirse de nostalgia—. Te amo, mamá. Mucho.
Mirian: También te amo, mi amor. Todo va a salir bien. Y cuando vuelvas, voy a llenar a ti y a ese bebé de cariño.
—Lo sé. Y gracias por todo.
Cerramos la llamada, y solo entonces percibí que yo estaba conteniendo el llanto. Respiré hondo y pasé la mano por los papeles esparcidos sobre la mesita. Había tanta cosa pasando. Pero, en el fondo, yo solo quería volver a tener aquella paz que sentía antes de que todo se derrumbara.