Giiuseppa Lo Vasto fue una leyenda en el mundo del crimen: elegante, letal, y temida hasta por los más poderosos. Sabe de moda, de seducción y de poder. Gobernó su cartel con inteligencia y mano de hierro… pero, al final, todo ese imperio se sintió vacío. Cansada de tanta sangre y traición, decide poner fin a su vida con una sola bala, preguntándose en sus últimos segundos qué habría sido de ella si hubiera elegido otro camino.
Despierta en un nuevo cuerpo. El de Aurora Rossetti una millonaria joven de 21 años, insegura, manipulada por su supuesta mejor amiga, y destruida emocionalmente por una traición que la llevó al suicidio. Ahora Giiuseppa tiene una nueva vida, una nueva cara, y una nueva misión: reconstruir a Aurora desde las cenizas, cobrar venganza en nombre de la joven que no pudo defenderse... y vivir, por fin, con dignidad.
Pero su pasado oscuro, su astucia afilada y su instinto de supervivencia no desaparecen. Esta vez, renacerá para hacer las cosas bien.
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Revelaciones.
Los pasos de Aurora resuenan con firmeza sobre el mármol pulido de Imperia. Cada tacón marca el ritmo de su andar decidido, elegante, como si el mundo girara a su favor. Su sonrisa, impecablemente dibujada en su rostro, es la de una mujer que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. El aire en el edificio parece más liviano cuando ella pasa.
Al abrir la puerta de su oficina, un golpe de color la sorprende. Un enorme ramo de rosas rojas descansa sobre su escritorio de cristal, tan intenso y vibrante que parece sacado de un sueño. Sin embargo, al girarse, descubre que no era el único: su oficina entera se ha transformado en un jardín. Arreglos florales de todos los tamaños y formas cubren cada rincón, llenando el espacio de un perfume embriagador.
Frunce el ceño, desconcertada. No tiene idea de qué está ocurriendo. Aun así, toma una de las rosas entre sus dedos finos y la acerca a su rostro. El aroma era tan profundo y dulce que por un momento olvida preguntarse por su origen. Cierra los ojos. Respira. Se permite disfrutarlo.
Pero la calma dura apenas unos segundos. La puerta se abre con un golpe violento que hizo temblar el cristal de las ventanas.
—¡Zorra asquerosa! —chilla una voz aguda, rasgando la armonía del momento.
Aurora gira lentamente, sin perder la compostura. Allí estaba Sabrina, con el rostro desencajado por los celos y la furia. Su mirada la recorrió de arriba abajo con una mezcla de rabia e inseguridad.
—¿Y ahora cuál es el escándalo? —pregunta Aurora con tono plano, como quien pregunta por el clima.
—¡Eres una perra! ¡Massimo es mío! —Sabrina avanza hacia ella, decidida a lanzarse sobre su cuerpo con uñas y todo.
Pero antes de que pudiera alcanzarla, Massimo aparece en la escena como un espectro salido del drama, sujetando a Sabrina por la cintura y deteniéndola en seco.
Aurora apenas se mueve. Se lleva una mano a la boca para contener la risa que le burbujeaba en la garganta.
—Sabrina, cálmate, por favor. Hablemos —suplica Massimo, su voz tensa.
Aurora alzó las cejas, divertida, y dejó escapar una risa suave pero mordaz.
—¿De qué te ríes, desgraciada? ¿Piensas que porque ya no te vistes como un farol eres mejor que yo?
Massimo sigue sujetando a Sabrina, quien forcejea para acercarse, pero sin lograr soltarse. Aurora cruza los brazos y sonríe.
—Querida... no es que me lo crea. Es que lo soy. Y sí, alguna vez te hice caso con lo de vestirme, lo reconozco. Pero eso termina. Ya no soy tu proyecto personal.
La revelación fue como un puñetazo invisible. Los ojos de Massimo se abren desmesuradamente y su expresión cambia. El desconcierto dio paso a una comprensión amarga. Mira a Sabrina, luego a las flores que aún no ha notado, y su rostro pasa de la preocupación al enojo.
—¿Qué...? ¿Qué está pasando aquí?
Aurora lo mira con desdén, sin apuro.
—Pues lo que escuchaste. Tu hermosa y sofisticada prometida era mi asesora de imagen. Lo cual por cierto, explica muchas cosas. Aunque no me extraña que nunca haya tenido novio. Es difícil competir cuando tu vida entera es una actuación.
Sabrina abre la boca para defenderse, pero no logra articular palabra. Massimo, confundido y furioso, la suelta como si quemara.
—¿Alguien me puede explicar qué demonios está pasando? —gruñe, mirando a ambas como si fueran parte de una pesadilla.
Aurora rueda los ojos.
—Ay, no. Lo siento, pero no tengo tiempo para estos dramas de telenovela. —Y, con esa elegancia innata que la caracterizaba, se da media vuelta y sale como si nada, dejando atrás la tensión en el aire.
La sonrisa aún baila en sus labios mientras camina por los pasillos de Imperia. Pero aunque por fuera parece imperturbable, su interior hierve. Necesita alejarse, tomar aire. Bajar por las escaleras es su primera decisión, quizás para descargar la energía con cada paso. Sin embargo, tras varios pisos, se rinde al cansancio y decide tomar el ascensor.
Una vez dentro, presiona el botón de la planta baja y deja escapar un suspiro largo. Su celular vibra. En la pantalla aparece el nombre de Massimo. Niega con la cabeza y, sin molestarse en responder, guarda el teléfono en su bolso.
“Demasiado para un solo día”, piensa y cierra los ojos unos segundos, como si pudiera bloquear el mundo.
El ascensor se detiene con un sonido metálico. Aurora camina hacia la salida, con su porte de siempre: la cabeza en alto, la espalda recta, la mirada firme. Al pasar por recepción, uno de los guardias se acerca con un gesto tímido y le entrega un teléfono de oficina.
—Es para usted —dijo.
Aurora frunce el ceño, confundida, y toma el aparato. La voz de Massimo brota por el auricular, desesperada.
—¿A dónde vas? Necesitamos hablar. No puedes irte así.
Una carcajada estruendosa brota de sus labios, tan espontánea como cruel. El guardia traga saliva, incómodo.
—Tú a mí no me das órdenes, Massimo. Adiós.
Le devuelve el teléfono al guardia sin añadir una palabra más. Y sin mirar atrás, cruza las puertas de la empresa, dejando atrás flores, insultos y hombres confundidos.
—Idiota. Y mil veces tarado —murmura al aire mientras sus tacones golpean el suelo con ritmo renovado.
Pero no ha dado más que unos pasos cuando una voz ronca, profunda y conocida, le hiela la sangre.
—Espero que eso no haya sido por mí.
Su cuerpo se paraliza. Esa voz… esa maldita voz. Solo él podía hacer que se le erice la piel con una sola palabra.
—Señor Grimaldi… ¿Qué hace usted aquí? —pregunta, esforzándose por mantener el tono neutro.
Él sonríe. Esa sonrisa que puede desarmar ejércitos.
—Te voy a besar si me vuelves a llamar "señor" o me hablas de usted. Aurora, ayer dormimos juntos.
El rubor le sube de golpe a las mejillas. Quiere responder, pero solo atina a tartamudear.
—¿Perdón? Yo dormí en mi cama. Y sola.
Una carcajada ronca emerge de su pecho. Ella lo odia. Detesta cómo se le doblaban las piernas con solo oírlo reír.
—Ah, entonces debí soñarlo. Curioso… fue un sueño bastante vívido.
Aurora gira el rostro para que no vea su sonrisa, aunque sabe que ya es tarde. Él la lee como un libro abierto. Y ella… ella no tiene la menor idea de cómo cerrarlo.
Hablando de otro tema, pienso que Aurora no debería contarle a los papás quien es ella en realidad, para que causarles ese dolor? tal vez a Luca, ya que él no conoció a la verdadera Aurora y no sufriría esa perdida. 🧐🤔🇨🇴
hay que hacerlos sufrir a todos