La Redención De Una Mafiosa Renacida.
Giiuseppa Lo Vasto había caminado por el filo de la navaja toda su vida; su caminar era tan firme y elegante como el de una reina, y no era para menos. Desde muy pequeña, el peso del legado de su padre había descansado sobre sus hombros. En una Italia del siglo XVIII plagada de ambiciones y traiciones, ella había sido la única hija, la única heredera de un imperio que no podía permitirse debilidad. Su padre, un hombre con una mente aguda, una astucia única y manos fuertes, le enseñó a sobrevivir en un mundo donde la lealtad se compraba con sangre, donde el poder era una moneda cuyo valor solo los más despiadados entendían y donde la información era el arma más letal.
“Si no tienes un hombre que te siga, serás comida para los lobos, Giiuseppa. Pero no te cases, no lo hagas. Todos te querrán, no por ti, sino por lo que representas. “Usa a los hombres, pero nunca dejes que te usen”, le había dicho su padre, mientras le colocaba en las manos el peso de un imperio.
Aquel consejo la había marcado más que cualquier otra lección. De alguna manera, lo entendió de prisa. La vida de una mujer, incluso en la mafia, era una vida solitaria. Nadie la miraría por su mente brillante, ni por su astucia, ni por su carácter imponente. Solo la verían como una pieza de intercambio, como un trofeo. Nadie la respetaría como líder si no seguía las reglas no escritas de aquel mundo oscuro y peligroso y para eso debía ser un hombre más.
El imperio de su padre, la Familia Lo Vasto, había sido siempre uno de los más poderosos de Sicilia, y Giiuseppa lo mantuvo en lo alto con puño de hierro. Lo que comenzó como una organización pequeña dedicada al contrabando había crecido bajo su liderazgo hasta alcanzar casi toda Italia.
Las riquezas que su familia generaba estaban más allá de lo que cualquier ciudadano común podría comprender. Pero Giuseppa no solo era una líder temida, era también una mujer capaz de doblegar hasta a los hombres más poderosos con una mirada, con un gesto. No tenía miedo de la muerte, y su vida estaba rodeada por el aroma de pólvora, whisky y la sombra de traiciones a las que respondía con la misma brutalidad con la que había aprendido a caminar.
La fama de su belleza, su inteligencia y su crueldad se extendió más allá de las fronteras de Italia. Era una mujer de figura esbelta y cabello negro, con una piel de porcelana. La llamaban La Regina di Ferro, la Reina de Hierro. Nadie se atrevía a desafiarla. Y sin embargo, nadie conocía el vacío que su alma albergaba. Una y otra vez, en las oscuras noches en su habitación privada, se encontraba dibujando bocetos en papeles viejos, creando diseños con la esperanza de que algún día pudiera abandonar todo aquello. ¿Qué haría una mujer como ella si pudiera vivir fuera de los muros del poder, si pudiera simplemente ser… feliz?
A pesar de ser temida y respetada, Giiuseppa nunca dejó de ser una mujer atrapada entre las paredes de una vida que no había elegido. Siendo la hija única, no había tenido la oportunidad de soñar como las demás. Mientras otros jóvenes pasaban sus días en la búsqueda de aventuras y placeres, ella había sido educada para ser una máquina de guerra, una estratega, una asesina. No pudo ser la diseñadora de modas que soñó siendo niña. Los bocetos en su escritorio eran testigos silenciosos de su frustración. Soñaba con crear una línea de sensualidad y elegancia a pesar de los prejuicios de la época.
Pero a pesar de todo, la astucia de Giuseppa no tenía límites. Ningún hombre podía resistirse a su encanto, ni a su poder. Usó a muchos, no por deseo, sino por necesidad. Necesitaba aliados, necesitaba control, y en este juego de poder, los hombres no eran más que piezas a mover. Su poder sobre ellos no era solo físico, era mental. Ella los dominaba con su inteligencia, su frialdad y su seducción, y en su cama, se convertía en la reina absoluta; su cuerpo era una de sus armas y con eso forjó un gran imperio.
Pero no había amor. A lo largo de su vida, Giuseppa había conocido hombres poderosos, hombres de gran influencia, pero todos ellos se habían alejado de ella al final. Nadie pudo sostener su fuego interno, nadie pudo soportar la intensidad de su ambición. El único hombre que, de alguna manera, parecía comprenderla era Pietro, su joven mano derecha. Tenía solo veintidós años, y su lealtad hacia ella era inquebrantable. No lo hacía por poder, sino por amor, por una admiración incondicional hacia la mujer que lo había salvado, que lo había transformado en lo que era. Pero Pietro era joven, y su amor por ella estaba envuelto en la frescura de la juventud, algo que Giuseppa sabía que no podría durar porque era mal visto, ella era una señora de 45 años aunque muy hermosa.
A pesar de su poder, había algo que Giuseppa nunca pudo tener: el amor de unos padres. Desde su infancia, había sido entrenada para ser fuerte, para ser imparable. Nunca había recibido ese amor tierno que la gente común disfrutaba. No había tenido la oportunidad de ser simplemente una hija. Y ahora, mirando al joven Pietro, pensó en lo que podría haber sido su vida si las circunstancias hubieran sido distintas. ¿Podría haber sido feliz? ¿Podría haber tenido una vida llena de amor y creatividad, lejos de la muerte y la violencia?
Una noche, tras una reunión en la que hubo sangre, un traidor había caído frente a sus ojos, por su mano. Vió irse la vida de sus orbes y no le tembló el pulso; ya había perdido la cuenta de cuántos difuntos llevaba encima. Giuseppa regresó a su mansión. Aquella mansión que había sido testigo de tantos crímenes, de tantas traiciones, se sentía vacía de repente. Caminó por sus pasillos con pasos lentos, casi como si el peso de los años y las decisiones tomadas la aplastaran. Ya no quería más. Ya no quería liderar, ya no quería más sangre en sus manos. Su cuerpo, marcado por las cicatrices de tantas batallas, clamaba por descanso. Había pasado tanto tiempo en su guerra que ni siquiera sabía si quedaba algo de ella misma.
Se sentó en la silla frente a su escritorio. En la pared, un espejo reflejaba una mujer fuerte, con la mirada de acero, pero en su corazón, una pena infinita. Tomó el arma antigua que su padre le había dejado, una reliquia de familia, una pieza única. La acarició, como si estuviera despidiéndose de su vida.
La habitación estaba en silencio absoluto. Pietro estaba fuera, cumpliendo con los asuntos de la familia, pero Giuseppa sabía que no volvería a ver el amanecer. No podía seguir viviendo de esta manera. No podía seguir siendo La Reina de Hierro, una mujer atrapada en un imperio que ya no deseaba gobernar.
En sus últimos pensamientos, pensó en lo que nunca pudo ser. Pensó en la ropa que siempre soñó con diseñar, en la vida tranquila que habría podido tener si hubiera tomado un camino distinto, en el montón de asesinatos por su mano y en lo mal que eso estaba. «Si había un Dios, a ella no la perdonaría y, aunque tuvo parte, no fue del todo su culpa». Pensó en el joven Pietro, que probablemente nunca entendería por qué su reina había caído. Pero la vida de Giuseppa Lo Vasto siempre fue de decisiones difíciles, y esta no sería la excepción.
Con una mano firme, sostuvo el arma contra su pecho. No había vuelta atrás. La reina caía por su propia mano, dejando tras de sí un legado de poder, sangre y sueños rotos.
—Mi Pietro...
El último disparo resonó en la casa, como un eco de una era que terminaba, una vida triste de la cual no estuvo de acuerdo en vivir.
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Comments
Teresa Gámez
le voy hacer sincera unque no me lo ha preguntado no me gusta leer historia con este tema de renacer después de la muerte pero le digo de corazón se ve bien interesante la voy a leer con gusto ☺️
2025-05-03
6
mariela
Marines comienzo esta nueva novela la trama está muy interesante la vida de una mafiosa Giiuseppa Lo Vasto veremos cómo utiliza su inteligencia, astucia para cobrar venganza en el cuerpo de Aurora Rinaldi.
Demás está decirte que tengas mucho éxito y que Dios te bendiga siempre 🫂😘🙏🇻🇪
2025-05-04
2
Ana Elena Jiménez
bueno mi querida marines bacadare, aquí estoy haciendo acto de presencia,con un cafecito en manos para disfrutarme estos tres capítulos cómodamente
2025-05-04
1