Cielo Astrada de 23 años, ha soportado el desprecio de su esposo Gabriel Romero y su familia por años, creyendo que su amor y sumisión eran la clave para mantener su matrimonio. Sin embargo, cuando Gabriel decide divorciarse para casarse con su amante y la familia de él la humilla, Cielo revela su verdadera identidad: una mujer poderosa con un pasado oculto de riquezas e influencias.
Despojándose de su rol de esposa sumisa, Cielo usa su inteligencia y recursos para construir un imperio propio, demostrando que no necesita a nadie para brillar. Mientras Gabriel y su familia enfrentan las consecuencias de su arrogancia, Cielo se convierte en un símbolo de empoderamiento y fuerza para otras mujeres
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Capítulo 19: La Hora de la Venganza
Era una mañana gris en la ciudad. Las nubes cubrían el cielo como un manto sombrío, reflejando el estado de ánimo de Cielo mientras permanecía en la cama del hospital. Las heridas físicas de su caída aún dolían, pero eran las heridas emocionales las que realmente la consumían. El dolor de perder a su hijo y la traición de Gabriel e Isabel la habían marcado profundamente, y sabía que esto fue el límite, nunca jamás permitiría que la humillaran, se vengaria de los Romero, necesitaba irse y sanar, para volver y hacerlos lamer el piso donde camina.
Isabel, siempre astuta y manipuladora, había aprovechado la situación para seguir avanzando en sus planes. Había seducido al abogado de Gabriel, utilizando su encanto y mentiras para conseguir lo que quería: los papeles de divorcio. No tardó mucho en convencerlo de que era mejor entregárselos a Cielo en el hospital, para así acelerar el proceso. Su objetivo era claro: destruir a Cielo, humillarla una vez más y asegurarse de que Gabriel le perteneciera solo a ella.
Con una sonrisa maliciosa en los labios, Isabel llegó al hospital. Sus tacones resonaban en el pasillo, cada paso lleno de la confianza de alguien que creía tener el control. Cuando llegó a la habitación de Cielo, abrió la puerta sin siquiera molestarse en golpear. Cielo, recostada en la cama, la observó entrar con una mezcla de odio y desdén.
—¡Buenos días, querida! —dijo Isabel con una voz azucarada que solo escondía veneno—. Traigo buenas noticias para ti, para Gabriel y obvio para mí.
Cielo la miró con frialdad, manteniendo su compostura a pesar de la ira que sentía por dentro. Isabel se acercó a la cama y sacó un sobre de su bolso, agitándolo frente a ella.
—Estos son los papeles de divorcio —anunció Isabel con satisfacción—. Gabriel está muy feliz, ¿sabes? Finalmente será libre para estar conmigo, y juntos formaremos una familia. Me pidió que te los trajera personalmente, ya que él está demasiado ocupado planificando nuestro futuro juntos. Quiere un hijo, Cielo, algo que tú no pudiste darle, sabes? Eres muy mala mamá, nunca debiste de tirarte de las escaleras, por eso Gabriel ya no quiere saber de ti.
Cielo sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras, pero no permitió que Isabel viera su dolor. Mantuvo la mirada fija en la mujer frente a ella, su expresión endureciéndose.
—Dame esos papeles —dijo con voz firme.
Isabel sonrió, disfrutando del momento, y le extendió el sobre. Pero cuando Cielo lo tomó, sus dedos se cerraron firmemente alrededor del mismo, impidiendo que Isabel lo soltara.
—No te vas a llevar esto —dijo Cielo con una calma peligrosa—. Los revisaré detenidamente, y si encuentro algo que no me guste, haré que se reescriban. No eres tú quien decide cuándo se firma este divorcio.
La sonrisa de Isabel se desvaneció un poco, y una sombra de duda cruzó por su rostro. Cielo, aún sin soltar los papeles, se inclinó ligeramente hacia adelante.
—¿De verdad creías que podías entrar aquí y dictar tus términos? —continuó Cielo, su voz goteando desprecio—. Eres una maldita bruja, Isabel. Una desdichada que no tiene nada mejor que hacer que meterse en la vida de los demás. Pero te prometo una cosa: todo lo que me has hecho lo vas a pagar. ¿Crees que porque estás con Gabriel tienes algún poder? No eres más que una zorra oportunista, y te va a costar caro.
Isabel retrocedió un paso, claramente incómoda por la intensidad en la voz de Cielo. Pero antes de que pudiera responder, Cielo soltó su último golpe.
—No firmaré nada hasta que me asegure de que todo es legal —dijo con frialdad—. Y te advierto, Isabel, que si vuelves a intentar algo como esto, me aseguraré de que te arrepientas. No solo de haberme cruzado, sino de haber nacido.
Isabel, enfurecida y humillada, intentó recuperar su compostura, pero las palabras de Cielo la habían desarmado. Decidió salir rápidamente de la habitación antes de perder la poca dignidad que le quedaba. En su interior, la ira hervía, pero también el miedo; sabía que Cielo era peligrosa y que no la subestimaría nuevamente.
Una vez que Isabel salió, Cielo se quedó sola en la habitación. Respiró profundamente, tratando de calmarse. Sabía que tenía que ser fuerte, no solo por ella, sino también por la promesa que había hecho a sí misma de vengarse por todo el dolor y la humillación que había sufrido.
Más tarde, ese mismo día, su madre llegó al hospital con la eficiencia y determinación de una mujer acostumbrada a enfrentar desafíos. Había organizado todo para que Cielo pudiera salir de la casa de los Romero sin que nadie lo notara. Las cosas de Cielo fueron empacadas discretamente y trasladadas a un lugar seguro. Su madre, que era una de las mujeres más poderosas del mundo empresarial, se encargó de todo personalmente, asegurándose de que nadie pudiera interferir en el plan de su hija.
—Nos iremos en silencio, Cielo —dijo su madre mientras le ayudaba a vestirse—. Nadie sabrá cómo ni cuándo te fuiste. Y cuando llegue el momento, nos aseguraremos de que los Romero paguen por lo que te han hecho.
Cielo, aunque aún dolida y débil, sintió una nueva chispa de determinación encenderse en su interior. Sabía que tenía que recuperarse, no solo físicamente, sino también mentalmente, para poder llevar a cabo su venganza. No permitiría que nadie la pisoteara de nuevo.
Mientras tanto, Gabriel estaba ocupado investigando los movimientos de Isabel durante los últimos meses. Algo en su comportamiento y en los eventos recientes no cuadraba, y la sombra de la duda comenzaba a crecer en su mente. Quería descubrir la verdad, aunque no estaba preparado para lo que esa verdad podría revelar.
Con su madre a su lado, Cielo dejó la casa de los Romero esa misma mañana. Los sirvientes, bajo las estrictas órdenes de su madre, no dijeron una palabra. La promesa de venganza brillaba en los ojos de Cielo mientras se alejaba, sabiendo que el juego estaba lejos de terminar. Si los Romero pensaban que habían ganado, estaban gravemente equivocados.
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