Un repentino divorcio deja a Genoveva con el corazón destrozado y con la responsabilidad de la crianza de sus ocho hijos, que tienen entre 2 y 9 años de edad.
La vida la pondrá de rodillas, pero ella hará hasta lo imposible, para sacar a sus hijos adelante. Aunque no se sienta del todo orgullosa de sus acciones.
¿Podrá seguir adelante con su vida? ¿Volverá a creer en el amor?
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CAPÍTULO 7
Él pequeño Sebastián lloraba en silencio. Porque dos de sus compañeros de clases, tenían a sus padres divorciados y le habían contado cosas horribles al respecto.
Santiago trataba de hacerles creer que nada cambiaria entre ellos. Él vendría por ellos los fines de semana o, mejor dicho. Vendría a pasar tiempo con ellos. No se atrevía a salir con ellos, ni siquiera con la niñera.
Después de calmarlos a todos. Comenzaron a ver las películas y el trago amargo pasó, pero no para Máximo. El pequeño tenía un par de cosas que quería decirle a su padre, pero solo se contenía por no hacer llorar de nuevo a sus hermanos. Después hablaría con él
Genoveva sonrió, al ver a sus pequeños acurrucarse alrededor de su padre. Al parecer todos querían un poco de él, antes de que se marchara.
Genoveva se alejó, subió las escaleras hasta su habitación y se tragó el nudo que tenía en su garganta. Ella debía bajar a despedir a Santiago y de ninguna manera permitiría, que la viera triste y llorosa.
Pero después de una hora. Genoveva escuchó algunos golpes en la puerta y sonrió. Ese toque era único de su hijo Máximo. El pequeño lo había creado, como una clave entre él y su mami, para diferenciarse de todos sus hermanos.
Ella abrió la puerta y el pequeño se acercó con la mirada hacia el piso.
—¿terminaron? —le preguntó ella fingiendo una sonrisa.
—No mami. Pero quiero saber ¿Cómo te sientes? —le preguntó el pequeño, tomando la mano de su madre entre las de él y acariciándolas.
Genoveva tuvo que morder fuertemente sus labios, para no llorar delante de su pequeño galán.
Máximo tenía un nivel de inteligencia superior a los niños de su edad. No era un niño genio, pero entendía perfectamente, algunas situaciones que aún no estaban a su nivel.
—Amor, cuando los adultos dejan de quererse lo mejor es separarse. Aún estás muy pequeño para entenderlo, pero aunque parezca mentira. Tu padre y yo tomamos esta decisión pensando en ustedes. Si seguimos juntos pueden comenzar las discusiones, los gritos y las peleas. Por eso lo mejor es que él se vaya y yo me quede con ustedes.
—Ok, entiendo —dijo Máximo con el ceño fruncido.
—Amor, nunca, nunca, nunca, debes dudar del amor de tu padre. Ustedes son su adoración y él siempre va a estar para ustedes. Su relación con ustedes no va a cambiar. Ustedes son su mundo, ¿entendiste?.
El pequeño Máximo asintió y abrazó a su madre.
—Te amo mami y siempre voy a estar a tu lado. Yo nunca te abandonaré, te lo juro. —le dijo el pequeño, limpiando una lágrima rebelde que escapaba de los ojos de su madre.
La puerta se cerró y Genoveva entendió que su ex había estado espiando su conversación. Lo que se resumía en que él debía marcharse y había venido a avisarle.
Ella salió tomada de la mano de su pequeño galán y se encontró a Santiago sentado en el comedor. Todos los niños estaban dormidos en las colchas del piso.
Máximo entendió, que sus padres necesitaban privacidad. Entonces pasó por un lado de su padre, le dio un beso, lo abrazó y caminó hacia sus hermanos para acostarse en su lugar.
—Gracias. —le susurró Santiago a Genoveva.
Pero ella solo frunció en ceño y al final le respondió:
—No lo hice por ti. No quiero ver a mis hijos sufrir. Creo que es hora de que te vayas. Ah, por cierto, entrégame las llaves de mi casa. No entrarás aquí cuando te dé la gana. Debes tocar a la puerta como cualquier visita.
Santiago abrió los ojos como una expresión de sorpresa. Él debe admitir, que tenía la esperanza de que ella lo invitará a tomarse una copa o mejor aún, que lo invitará a quedarse con ella. Pero no, ella no solo lo estaba echando, sino que le estaba quitando las llaves.
Santiago sacó las llaves de su bolsillo y las apretó con fuerza en su mano, como si se negara a entregarlas. Podía sentir un vacío en su corazón. Un sentimiento de abandono se alojó en su pecho. Aunque en el fondo se sentía orgulloso. Porque Genoveva estaba tumbando las maliciosas predicciones de Camila. Que le aseguró que Genoveva haría lo imposible por llevarlo a su cama.
Santiago estaba sumido en sus pensamientos. Tenía una lucha interna. Amaba a Camila y a su hija, pero inexplicablemente cuando entraba a esta casa no quería marcharse.
—Santiago. Bye —le dijo Genoveva, mientras le extendía una mano para tomar las llaves y con la otra le hacía señas de adiós.
Pero Santiago volvió a guardar las llaves en su bolsillo y negó con la cabeza.
—No Genoveva. Aquí viven mis hijos y tengo derecho a venir cuando quiera —dijo Santiago, mostrando una actitud posesiva.
—Nos divorciamos y legalmente esta es mi casa. No tiene nada que ver con los niños. Incluso puedo prohibirte la entrada, si así lo quiero. No tengo, por qué permitir que invadas mi espacio personal, para estar con los niños. Puedes llevarlos contigo y compartir con ellos, sin que yo tenga que ver tu cara —termino de decirle Genoveva.
Santiago frunció el ceño y la miro fijamente. ¿Desde cuándo se había vuelto tan altanera? —Penso, mientras miraba sus sensuales labios moverse. Lástima que ahora solo destilaban veneno para él.