Embarazado Del Padre De Mi Ex-novio

𝐸𝑀𝐼𝐿

La mejor técnica de defensa es evadir. ¿Te preguntan cómo estás? Bien. ¿Te preguntan si fuiste al médico? Ya tengo turno. ¿Te sentís mejor? Sí. Todo bien. Perfecto. Divino. Casi celestial.

Mentira.

La verdad es que me siento como si me hubieran arrancado el alma, la hubieran cocinado a fuego lento, y me la hubieran devuelto medio cruda. Cada paso pesa. Cada pensamiento me cuesta. Y lo peor es que sé que no es solo “estrés”.

Pero igual digo que sí lo es. Porque ¿qué otra cosa podría decir? ¿"Me siento como si un alien viviera dentro mío y me pidiera cariño"? ¿Quién carajos creería eso?

— ¿Fuiste al médico? —preguntó Paul por quinta vez en la semana.

— Sí, claro. Me dijo que era solo un bajón de defensas. Nada grave.

Mentí. Otra vez. Pero mantuve la cara seria como si me creyera mi propia mentira.

Paul me miró raro. Sospechaba. Lo conocía demasiado.

— ¿Y los resultados del análisis? ¿Todo bien?

— Obvio. —Mentira otra vez. Me merezco un premio. Mejor actor del año.

A la tarde, cuando llegué a casa, me encontré con la víbora de Nicol sentada en el sillón, bebiendo algo carísimo que probablemente compró con el dinero de mi padre.

— ¿Y vos por qué tenés esa cara de muerto? —me soltó sin filtro.

— Gracias por el cariño de siempre, Nicol.

— Algo raro te pasa. No te estás drogando, ¿no?

La miré con una ceja alzada.

— Claro. Estoy embarazado de un unicornio mutante que conocí en el bosque. Fue amor a primera vista.

— Eres un descarado, Emil. —Bufó y se fue a la cocina. No sin antes murmurar algo sobre “niños problemáticos” y “el karma de las mujeres nobles”.

Karen me miró desde la escalera, comiéndose una galletita.

— ¿Estás embarazado?

— ¿Querés probar el sabor del piso?

Se rió, pero me siguió mirando. Estaban sospechando. Maldita sea. Me acechan como víboras que esperan a cazar a su presa.

Esa noche, mientras me recostaba en la cama con la panza hacia abajo, sentí algo extraño. Como si algo se removiera dentro, pero no físicamente. Era más... emocional.

Una sensación rara, como si una parte de mí pidiera silencio, protección. Como si... como si yo mismo necesitara abrazarme desde adentro.

Me pasé la mano por el vientre suavemente. Me sentí un idiota, pero fue instintivo. Casi... natural.

Y eso me asustó más que cualquier otro síntoma físico.

— Es la gripe... —me susurré. —Una maldita gripe con efectos secundarios raros. Listo. Caso cerrado. ¿Verdad?...

Mentira número mil.

Al día siguiente, Paul me estaba esperando en la salida del colegio con cara de “ya no te creo ni el saludo”.

— Vamos al médico —dijo. No era una sugerencia.

— ¿Ahora?

— Ahora.

— No puedo, tengo que ir a casa a ver si mi madrastra se atraganta con una uva.

Paul no se rió. No dijo nada. Solo cruzó los brazos.

— Emil, basta.

— ¿Basta qué?

— ¡Basta de mentirme! ¡Sé que no fuiste a buscar los resultados! ¡Sé que te estás haciendo el boludo! ¡Y estoy harto!

Sus palabras me cayeron como cachetada. No por la intensidad, sino porque… tenía razón.

— No tenés idea de lo que estoy sintiendo —respondí con voz temblorosa.

— ¡Porque no me dejas ayudarte, carajo! —gritó Paul, más frustrado que nunca.

La gente empezó a mirarnos. Yo bajé la vista.

— ¿Sabes que? Está bien. Haz lo que quieras, Emil. Sigue con tu jueguito de “todo está bien”. Pero no esperes que me quede mirando cómo te destruyes.

Me dolió. Porque Paul nunca habla así. Porque él siempre está. Y porque... sé que estoy siendo un cobarde.

Pero no supe cómo detenerlo cuando se alejó.

Solo me quedé parado ahí, con un nudo en la garganta y las ganas de gritarle que no me deje solo.

Pero otra vez… no dije nada. Solo me quedé mirando hacia el vacío, sabiendo que Paul tenía razón.

Que... Que me estoy destrozando yo mismo. Pero cómo siempre... Solo se evadir.

To Be Continued...