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Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Status: En proceso
Genre:Romance / Comedia / CEO
Popularitas:355
Nilai: 5
nombre de autor: Cristián perez

Me hice millonario invirtiendo en Bitcoin mientras aún estudiaba, y ahora solo quiero una cosa: una vida tranquila... pero la vida rara vez sale como la planeo.

NovelToon tiene autorización de Cristián perez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 12: La vida de un rico despreocupado

Adrián Foster no se molestó en mudarse de oficina; simplemente tomó la que había pertenecido a Richard Coleman y la transformó a su antojo.

Las paredes que antes estaban adornadas con cuadros serios y una estantería polvorienta ahora lucían frescas, juveniles y llenas de energía.

Se retiraron la mesa de centro oscura, las campanillas metálicas y las antigüedades de aire solemne que parecían pertenecer a un museo más que a una empresa de medios. En su lugar, Adrián mandó instalar un televisor gigante de última generación que ocupaba casi media pared, perfecto para maratones de series o videojuegos. A un costado, varias consolas —PlayStation, Xbox y Nintendo Switch— reposaban en un elegante estante, con los controles perfectamente alineados.

El escritorio había sido reemplazado por uno moderno, con acabados metálicos y luces LED en la parte inferior. El ordenador era un monstruo de la tecnología: tarjeta gráfica de última línea, procesador de gama alta y memoria que parecía infinita. Incluso los juegos más exigentes corrían sin esfuerzo. Adrián bromeaba consigo mismo que hasta el viejo Buscaminas funcionaría “a 300 FPS”.

La estantería sí sobrevivió, aunque transformada: donde antes había tratados de negocios anticuados, ahora descansaban novelas contemporáneas, biografías de grandes empresarios y varias ediciones de cómics de colección.

Aquella mañana, el aroma de un desayuno recién preparado llenaba la oficina. Emily Carter había pasado temprano por la cafetería y traído una bolsa con café Starbucks, jugo de naranja fresco y un par de sándwiches calientes. Ella, siempre práctica, le había servido en un plato como si estuviera cuidando a un hermano menor.

—¿Y esto? —preguntó Adrián, tomando un sorbo del café latte con una sonrisa.

—Eres el presidente de la compañía —replicó Emily con un suspiro—, pero si no desayunas, ¿cómo esperas llegar al mediodía sin desmayarte?

Adrián rió, encantado. Emily tenía ese tono maternal disfrazado de sarcasmo que lo divertía. Se acomodó en el sillón de cuero mientras devoraba el sándwich como si no hubiera comido en días.

Unos golpes sonaron en la puerta.

—Adelante —respondió con voz despreocupada.

Emily Carter entró de nuevo, taconeando, esta vez con gesto de impotencia.

—Llegas tarde en tu primer día oficial como CEO. ¿Así piensas dar ejemplo? —dijo con una mezcla de burla y queja.

—Error mío, lo admito —respondió Adrián, sonriendo con descaro—. Estaba tan emocionado que no podía dormir.

Emily negó con la cabeza. A pesar de conocerlo, todavía le sorprendía lo poco convencional que era. Había esperado un joven arrogante, de traje impecable y mirada altiva. En lugar de eso, tenía a un millonario que entraba en la oficina como si fuera el lounge de un hotel.

—Ya terminaste de comer, ¿no? —añadió ella, cruzándose de brazos—. La junta directiva lleva esperándote más de media hora.

Adrián se levantó con calma, bebió el último trago de jugo y se limpió la boca con una servilleta.

—Bien, vamos a darles el show.

Caminaron juntos por el pasillo hasta la sala de conferencias. Cuando Adrián abrió la puerta, cinco personas lo miraban en silencio. Tres hombres y dos mujeres, todos vestidos con ropa formal de oficina, con sus laptops frente a ellos y miradas tensas.

El aire se volvió más denso cuando entró. Adrián lo percibió de inmediato: esa mezcla de incertidumbre y expectativa que suele sentirse cuando un nuevo jefe aparece de la nada.

Pero lo que realmente le llamó la atención fue ella.

Olivia Hayes estaba sentada en la mesa, con una camisa blanca impecable y una falda negra que resaltaba la elegancia de su figura. Su cabello rubio caía en ondas suaves, y aunque su expresión era seria, había una naturalidad en su porte que la hacía destacar. Elegante, contenida, con un aire profesional que parecía imposible de romper.

Los otros gerentes se pusieron de pie al unísono.

—Buenos días, presidente Foster —saludaron casi en coro.

Adrián sonrió, se acomodó en la silla principal y entrelazó las manos sobre la mesa.

—Disculpen la tardanza —dijo con un tono ligero, casi juguetón—. Espero que no me descuenten el sueldo, ¿cierto, gerente Gao?

Un murmullo de risas nerviosas recorrió la mesa. Gao Yurong, la gerente administrativa, respondió con una sonrisa forzada.

—Presidente Foster, usted es dueño de Coleman Media. ¿Cómo íbamos a descontarle nada?

El ambiente se distendió un poco, pero todos seguían expectantes. Adrián podía sentirlo: lo observaban como si tratara de leer cada gesto suyo, cada palabra, cada respiración. Para ellos era un completo desconocido con demasiado poder en sus manos.

Adrián tamborileó con el índice sobre la mesa. El pequeño sonido resonó en la sala silenciosa, marcando un ritmo que todos parecían seguir sin darse cuenta.

—Sé que estos últimos días han sido caóticos —empezó con voz clara—. Coleman Media pasó por una sacudida importante. Pero quiero dejar algo en claro: no vengo a despedir gente ni a reinventar la rueda. Vengo a dar estabilidad.

Las miradas se cruzaron, y poco a poco los hombros tensos comenzaron a relajarse.

—Los salarios atrasados se pagarán hoy mismo —añadió mirando a Lu Ju, la gerente de finanzas—. La empresa no puede funcionar si la gente está preocupada por si podrá pagar la renta.

Los ojos de Lu Ju se iluminaron.

—En nombre de todos los empleados, gracias, señor Foster.

Las sonrisas comenzaron a brotar alrededor de la mesa. En realidad, no les importaba quién dirigiera la empresa siempre que les pagara.

Adrián se recostó en la silla, disfrutando el efecto de sus palabras. Sabía que el dinero era la mejor carta de presentación.

—Además, quiero proponer algo —añadió, girando la vista hacia Emily—. Considero que Emily Carter está sobrada de capacidad para asumir la gerencia de Operaciones.

Olivia Hayes intervino antes de que los demás reaccionaran.

—Estoy de acuerdo. Emily conoce la empresa, los procesos y a la gente. Es la elección lógica.

Adrián le lanzó una mirada cómplice. Ese pequeño gesto de apoyo había sido suficiente para que sintiera una extraña conexión con ella.

La propuesta fue aceptada de inmediato, y la reunión continuó con reportes y discusiones menores. Más de una hora después, se dio por concluida.

Cuando todos se levantaban, Olivia se acercó. Su voz era clara, con un tono que resaltaba incluso en medio del murmullo.

—Presidente Foster, ¿podemos hablar en privado?

Adrián arqueó una ceja, divertido.

—Claro, acompáñame.

Entraron en su oficina recién redecorada. Adrián abrió el refrigerador personal y tomó dos botellas de agua fría.

—¿Quieres algo más fuerte? Tengo whisky escondido para emergencias.

—Agua está bien —respondió ella con una leve sonrisa.

Se sentaron frente a frente. Adrián, sin disimular, observó sus largas piernas cruzadas, su postura impecable. Olivia no era del tipo provocativo, pero había en ella una clase natural que resultaba mucho más atractiva.

—Disculpa la indiscreción —dijo él con su tono despreocupado—, pero… ¿cuánto mides?

Ella lo miró, sorprendida por la pregunta.

—Uno setenta y tres. ¿Por qué?

Adrián sonrió.

—Con esos tacones, intimidas a la mayoría de los hombres en la sala.

Olivia soltó una risa breve, sincera.

—Por eso casi nunca los uso. Son incómodos y cansan demasiado.

Adrián la observó un instante más, disfrutando de aquel momento ligero. Había algo en ella que rompía con la rutina del poder y los negocios, algo que lo hacía querer jugar un poco más a ser jefe… aunque solo fuera para ver hasta dónde podía llegar con ella.

El sol se filtraba por la ventana, iluminando la oficina juvenil y caótica de Adrián. En ese instante, comprendió que su vida como CEO iba a ser cualquier cosa menos aburrida.

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