Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Capítulo 1: El joven multimillonario de Riverside Hills

Eran las cinco de la tarde en Riverside Hills, una de las zonas residenciales más exclusivas de Nueva York, ubicada a pocos minutos del río Hudson y del imponente Central Park.

Aquí, las mansiones con vista al agua costaban decenas de millones de dólares. Algunos vecinos incluso hablaban con naturalidad de propiedades que superaban los cien millones. Para la mayoría de la gente, aquello era un sueño imposible; pasarían toda una vida trabajando sin alcanzar ni la sombra de esos lujos.

En las calles tranquilas de Riverside Hills era común ver autos deportivos italianos, jardineros uniformados y seguridad privada en cada esquina. Los residentes eran una mezcla de empresarios, celebridades, ejecutivos de Wall Street, artistas y herederos de viejas fortunas. En ese lugar, el éxito no se presumía: se daba por hecho.

Dentro de una moderna mansión de vidrio y mármol, Adrián Foster permanecía frente a un enorme monitor curvo, los ojos fijos en la pantalla mientras sus dedos se movían con precisión quirúrgica sobre el teclado mecánico.

—No subestimen nuestra desventaja actual —murmuró mientras jugaba, con el tono relajado de alguien que lo había visto todo—. Todo es una ilusión. Dragón, Barón, torres… eso no importa. Solo denles lo que quieren. Cuando consiga mis seis ítems, les mostraré lo que significa crueldad.

En la pantalla, su personaje —Jinx, su ADC favorito en League of Legends— farmeaba sin prisa en la línea superior mientras el resto del equipo azul, confiado en la mejora del Barón, se agrupaba para el ataque final.

El chat de su transmisión en Twitch se desbordaba:

[Streamer, hablo más despacio, estoy tomando notas.]

[Hice lo que dijiste y mis compañeros me insultaron, ¿por qué?]

[No culpes al mapa, eres tú quien no entiende el juego.]

[Vive y aprende, lo entiendo, bro.]

Adrián sonrió. La pantalla se llenó de corazones y emotes animados. Su comunidad era pequeña, pero fiel. Le gustaba mantener el ambiente positivo, incluso cuando perdía.

El cristal rojo del enemigo estalló con un destello cegador.

[¡Tu equipo ha destruido el inhibidor!]

Adrián soltó el mouse y se recostó en la silla, soltando un largo suspiro. A pesar del resultado, su rango seguía estancado.

—Maldita sea... todavía en Plata. —Sus labios se curvaron en una sonrisa cansada—. Debí haber nacido con mala suerte en matchmaking.

Abrió el chat y escribió su “mini–ensayo” ritual sobre la incompetencia del equipo.

“El top se regaló, el jungla parece en coma, el mid eligió Garen solo para trolear, y el support cree que es explorador. Jugar con estos cuatro es un castigo divino.”

Lo publicó con tono irónico y, al instante, su humor mejoró.

—Bueno, eso fue divertido. —Rió en voz baja—. Y ahora... a descansar.

Cerró la transmisión con un último mensaje para sus seguidores:

—Gracias por pasar, chicos. Mañana no habrá stream, tengo asuntos pendientes. Cuídense.

El estudio quedó en silencio, iluminado apenas por la luz cálida del atardecer. Adrián se levantó, estiró los brazos y caminó hacia las ventanas panorámicas. A través del vidrio, podía ver el Hudson reflejando los últimos tonos dorados del sol.

Tomó una botella de Coca-Cola helada del minibar y bebió un largo trago.

—Ah… —exhaló, satisfecho—. Nada como una “bebida de millonario en modo relax”.

El aire del verano neoyorquino era denso, pero la brisa que venía del río suavizaba la sensación. Por un momento, todo parecía perfecto.

Mientras observaba el horizonte, los recuerdos lo golpearon.

El año pasado, aún con la toga de graduación sobre los hombros, había prometido a sus amigos de Columbia University mantenerse en contacto. Sin embargo, apenas unos meses después, los mensajes se fueron apagando. El grupo de WhatsApp de la clase, que antes no paraba de sonar, llevaba semanas en silencio. Los antiguos compañeros ahora publicaban frases motivacionales y anuncios de trabajo.

“El dinero no lo es todo, pero se le parece mucho.”

“No te preocupes por estar solo, preocúpate por estar sin dinero.”

“El tiempo es oro, pero yo preferiría tener oro y contratar tiempo.”

Adrián esbozó una sonrisa sarcástica al recordar esas publicaciones.

Había intentado organizar una reunión, pero nadie podía: trabajo, hijos, distancias, o simplemente falta de ganas. La adultez los había devorado.

Comprendió entonces lo que pocos aceptan: la vida no trata de libertad, sino de supervivencia. Para la mayoría, el día a día es una lucha. Para unos pocos, como él, es un juego en el que las reglas ya están ganadas.

No siempre fue así. Adrián provenía de una familia de clase media, con padres que trabajaban en educación y salud. Todo cambió cuando, en su primer año de universidad, encontró por casualidad un hilo en un foro extranjero sobre Bitcoin.

Siguiendo una corazonada, invirtió con sus pocos ahorros.

Unos años después, esa locura se convirtió en una fortuna inimaginable: más de 10 mil millones de dólares.

Recordaba la primera vez que el banco lo llamó para confirmar la transacción. La sonrisa aduladora del gerente, el tono servil del asesor financiero, la forma en que todos parecían girar en torno a él. Fue entonces cuando entendió que su vida había cambiado para siempre.

Pero la riqueza, aunque deslumbrante, trajo consigo ansiedad. ¿Qué haría con tanto dinero? ¿Cómo explicárselo a sus padres? ¿En quién podría confiar?

Pasaron meses antes de que lograra digerirlo.

Gastó de más, probó lo que quiso, y finalmente descubrió algo que el dinero no compra: propósito.

Al terminar la universidad, decidió no buscar trabajo.

¿Para qué?

Trabajar para alguien más, obedecer órdenes… era absurdo cuando podía comprar la empresa entera si lo deseaba.

Así nació su faceta de streamer.

Transmitía por simple aburrimiento, sin mostrar su rostro, solo su voz calmada, segura y divertida. Su talento para los juegos y su sentido del humor le ganaron seguidores rápidamente.

Todos los días, de una a cinco de la tarde, jugaba, reía y charlaba. No por necesidad, sino por placer.

El sol se ocultó por completo detrás del horizonte, y las luces de Manhattan comenzaron a parpadear a lo lejos.

Adrián apoyó la frente en el vidrio frío, dejando que la ciudad lo envolviera.

—Soy joven, soy rico y estoy solo… pero, ¿acaso eso es algo malo? —susurró con una sonrisa ambigua.

En el fondo, sabía que aquella vida apenas comenzaba.

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