Esposa Por Sorteo. El Secreto De Jade

Una vez dentro del taxi Jade suspiro aliviada, había superado una vez más las pruebas del destino o mejor dicho las exigencias de sus padres y continuaba siendo digna.

Jade estaba exhausta, durante la noche intentó cerrar los ojos y descansar solo unos minutos, sin embargo aunque el sueño la vencía el bullicio de la fiesta le impidió dormir de corrido, así que se dedicó a velar por el sueño de ese hombre misterioso, que a pesar de sus ropas elegantes y costosas era pobre de corazón.

—  Señorita ¿a dónde la llevo?— preguntó el chofer y ella con una bella sonrisa  en su rostro le dio la dirección, el hombre asintió mirando a la joven con curiosidad a través del espejo retrovisor y luego se concentró en el camino.

Cansada y ya sin poder contener un bostezo apoyó su cabeza sobre el respaldo del asiento del taxi y cerró sus ojos intentando descansar al menos por unos cinco minutos antes de que su día comience y la rutina la agoté por completo.

El vaivén del auto doblando en las esquina, más la tranquilidad del amanecer le regalaron un sueño tranquilo y relajado.

La voz del taxista llamándola a lo lejos interrumpió su reposo y la hizo volver a la realidad, lentamente abrió sus ojos mirando a todos a su alrededor ubicándose en tiempo y espacio.

— ¡Señorita, despierte ya llegamos!

— ¡Oh lo siento!—se disculpó al ver la cara del hombre entre los dos asientos que la observaba con curiosidad—. Por favor, ¿cuánto le debo por el viaje?—preguntó mientras buscaba en su bolsillo el billete de 20 dólares que le había dado su padre.

— No se preocupe, el mayordomo pagó por mis servicios antes de salir de la casa y me dio una generosa propina —contesto mirando el billete todo arrugado que ella intentaba alisar—. Conserve su dinero.

— Gracias y que Dios lo bendiga —respondió con amabilidad descendiendo del auto sonriendo gentilmente.

Las paredes de ladrillos descoloridos se elevaban a gran altura para evitar la mirada de los curiosos y darle la privacidad necesaria al lugar, las enredaderas crecían salvajemente entre las grietas del gran muro con estilo gótico que parecía un castillo de época medieval perdido en el tiempo. Desde su exterior se podía percibir una sensación de seguridad y paz inigualable, solamente el silencio era interrumpido por el cantar de los pájaros que revoloteaban alrededor de los árboles protegiendo sus nidos.

Jade sacudió la falda de su vestido al descubrir que pequeñas hojas se le habían pegado en la tela, luego guardó nuevamente el dinero en su bolsillo y caminó arrastrando sus pies hasta el gran portón de su hogar, aquel lugar frío y descolorido que la separaba del mundo entero y la sociedad. Estando frente a la gran puerta de madera, tomó con una de sus manos la cadena que pendía de la vieja campana oxidada y la movió ligeramente haciendo retumbar su sonido en el lugar.

Ella contemplaba con anhelo la ciudad, su vida había cambiado por completo de un día para el otro, sin embargo se resignaba a su destino y bajando la vista al suelo espero pacientemente, hasta que el sonido del cerrojo deslizándose del otro lado de la puerta le indicó que pronto estaría de nuevo en su asilo. La gran puerta de madera crujió al ser deslizada lentamente y con cuidado hasta que finalmente se abrió por completo y una mujer de unos sesenta años miró a la joven con evidente preocupación, por las sombras en sus ojos era evidente que tampoco había dormido y suspirando dijo

— ¡Pasa niña, ¿qué esperas?! ¡Entra de una vez por todas! —ordenó mirando para todos lados mientras la tomaba del brazo y la obligaba a ingresar—. Dime ¿cómo te fue en ese lugar?—indagó mientras caminaban sigilosamente hasta los aposentos.

— Creo que bien, logré escabullirme de mis padres apenas crucé el umbral de la mansión, luego me escondí en el jardín durante toda la noche para no tener que hablar con nadie.

— Muy bien, hiciste lo correcto —contestó llevando una mano a su pecho—. Estaba muy nerviosa, temía por tu integridad. Tenía un mal presentimiento así que me desvele orando por tí.

— No debió preocuparse, sé cuidarme sola, logré evitar estar en la fiesta y caer ante la tentación del mundo —respondió orgullosa de su gran logro.

—¡Perfecto! —dijo llegando a los aposentos—. Intenta descansar una hora, te veré en el comedor y podremos hablar más tranquila.

Jade se detuvo frente a la puerta de su cuarto, estaba nerviosa pero con firmeza habló impidiendo que su acompañante se retirara.

— Espere, debo decirle algo —su voz salió casi como un susurro tímido, el nerviosismo la consumía, sin embargo necesitaba ayuda y no podía guardar silencio.

— ¿Qué sucede? Estás temblando.

— Madre, ayúdeme por favor, conocí a un hombre en la fiesta y creo que actué impulsivamente.

La madre superiora se detuvo en seco y examinando la ropa de la joven con detenimiento preguntó al ver las hojas y ramitas que aún permanecen en su ropa.

— Niña ¿Qué has hecho? Estás a sólo seis meses de terminar tu postulado y hacer tus votos para convertirte en novicia.

— Lo sé y créame cuando le digo que no hice nada malo —comentó al ver la expresión en el rostro de la monja

— Jade, ¿estuviste a solas con él?¿ Alguien los vio?¿ Te tocó de algún modo indebido?

Jade suspiró ante aquel interrogatorio y solo negaba con la cabeza a cada una de sus preguntas, entonces con su voz serena y calma al fin habló.

— Madre, no debe preocuparse por mí ni mi virtud, sigo siendo una sierva de Dios y mi cuerpo y alma le pertenecen al señor —tomó la mano  de la monja entre las suyas para transmitirle tranquilidad y luego dijo con firmeza—. Solo le comenté el asunto porque necesito una cruz para la oración del mediodía o el sacerdote se dará cuenta que no llevo la mía.

—¿Dónde está tu cruz?

— Ese hombre estaba desesperado, necesitaba que alguien ore por él y eso fue lo que hice. Su alma suplicaba ser sanada y la desilusión con que se expresaba del señor me llenó de nostalgia y mi corazón sintió tanta tristeza que no pude evitar regalarle mi cruz —dijo recordando su pequeña conversación—. No sé porqué pero sentí un impulso, como si una fuerza superior que no sabría explicar me obligó a obsequiar mi cruz para que sea su guía y sane su corazón.

— Mi niña, hiciste lo correcto y no te preocupes, eso que no sabes explicar es una señal de amor de nuestro señor, él te está enseñando el camino y tú lo estás transitando con gloria—dijo y le sonrió con orgullo.

La madre superiora, dejó escapar el aire que tenía contenido en sus pulmones y se quitó la cruz que rodeaba su cuello.

— Cariño, usa mi cruz, hasta que consiga una nueva para tí.

— Muchas gracias —respondió aceptando el crucifijo besando la mano de la madre en agradecimiento.

— De nada, ahora intenta descansar —ordenó y se despidió dejando a Jade sola frente a su cuarto.

La joven entró a su cuarto, un lugar gris, oscuro, frío y sin ningún tipo de lujo, todo lo contrario a lo que estaba acostumbrada, sin embargo le brindaba paz. El cuarto era pequeño y lo compartía con otra joven, en él había un ropero de madera maciza, una mesita de luz con un velador que apenas alumbraba el lugar y dos camitas idénticas. Ella suspiró resignada mirando como sobre su cama la esperaba un camisón largo de algodón blanco, nada elegante ni mucho menos hermoso, pero lo suficientemente cálido para cumplir con su función. Acercándose a él lo tomó entre sus manos y se dirigió al cuarto de baño para cambiarse. Frente al espejo miró su reflejo y una vez más se repitió a sí misma como todos los días…

— ¡Esto es lo correcto,  esto es lo correcto, aquí estás a salvo! ¡Debes aguantar!