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El Diablo que Me Ama

El Diablo que Me Ama

Status: Terminada
Genre:Yaoi / Mafia / Doctor / Maltrato Emocional / Malentendidos / Reencuentro / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:346
Nilai: 5
nombre de autor: Belly fla

Josh es un joven psicólogo que comienza su carrera en una prisión de máxima seguridad.
¿Su nuevo paciente? Murilo Lorenzo, el temido líder de la mafia italiana… y su primer amor de adolescencia.
Entre sesiones de terapia peligrosas, rosas dejadas misteriosamente en su habitación y un juego de obsesión y deseo, Josh descubre que Murilo nunca lo ha olvidado… y que esta vez no piensa dejarlo escapar.

NovelToon tiene autorización de Belly fla para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 9

Josh se despertó con el corazón acelerado, sudando frío. El sueño — o pesadilla — aún se le pegaba como una segunda piel: Murilo, de pie al lado de su cama, sosteniendo una rosa entre los dientes, los dedos manchados de rojo.

Miró el reloj.

Mierda.

— ¡Joder!

Su despertador no había sonado. Saltó de la cama como un huracán, tropezando con sus propias piernas mientras se vestía a toda prisa. Camisa mal abotonada, cabello despeinado, al jefe le iba a encantar esa imagen.

De camino, se detuvo en un café.

— Un expreso doble, por favor.

El encargado tardó tres siglos. Josh tamborileó con los dedos en el mostrador, el pie impaciente marcando el ritmo.

— Es hora del almuerzo, amigo, relájate — murmuró el tipo, entregándole el vaso.

Josh ni siquiera respondió. Pagó, cogió el café y salió corriendo, tragando el líquido hirviendo que le quemó la garganta. No importaba.

Necesitaba llegar allí.

Necesitaba verlo.

---

La sala de terapia estaba silenciosa cuando Josh entró, jadeando.

Murilo ya estaba allí, por supuesto. Sentado en la silla, esposas reforzadas en las muñecas, chaleco de fuerza. Y aquella sonrisa.

— Doctor Josh — cantó, como si fuera una canción.

Josh tragó el resto del café amargo y se sentó, intentando recuperar el aliento.

— Murilo.

— ¿Sí, doctor Josh?

Josh miró sus manos, el tatuaje de la rosa, los ojos que parecían saber cosas que ni él mismo sabía.

— ¿Estás intentando volverme loco?

Murilo se rio, un sonido bajo y cálido.

— No, claro que no. ¿Por qué piensa eso?

— Presencia en mi casa. Mensajes. Rosas.

Murilo inclinó la cabeza, fingiendo inocencia.

— ¿Me tiene miedo, doctor Josh?

La pregunta flotó en el aire como humo.

Josh sintió la respuesta quemarle la lengua.

Sí. No. Me haces sentir calor.

— No. ¿Por qué iba a tenerlo? — mintió.

Murilo sonrió, como si lo supiera.

— Todos me tienen miedo. A veces me llaman Diablo.

— La gente no sabe lo que dice — respondió Josh, más para sí mismo.

Murilo lo observó por un largo momento, luego se inclinó hacia adelante, lo máximo que las restricciones permitían.

— Doctor Josh… usted está aquí para curarme, ¿verdad?

— Sí. Pero, ¿a dónde quiere llegar con esto?

Los ojos de Murilo brillaron.

— ¿Y si yo lo curo a usted, doctor Josh?

Josh frunció el ceño.

— ¿Cómo así?

— Hacerle ver cómo es el mundo… divertido. Cuando las cosas son más peligrosas.

Josh sintió un escalofrío.

— Mi vida es perfecta. Y nunca ha sido peligrosa. Ni quiero que lo sea. Su* antigua vida era así.*

Murilo se congeló por un segundo.

— ¿Por qué dijo ‘antigua’?

Josh tragó saliva.

— Porque cuando salga de aquí, será un hombre nuevo.

Murilo se rio, una risa que hizo que los pelos de los brazos de Josh se erizaran.

— O* usted será un hombre nuevo* — susurró.

Josh sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.

El silencio pesó.

Entonces, Josh respiró hondo y encaró a Murilo.

— Murilo… ¿vas a seguir dándome ‘regalos’?

Murilo sonrió, lento, dulce, peligroso.

— Solo los mejores, doctor Josh. A menos que usted no quiera, claro.

La sala quedó en silencio después de la última frase de Murilo. El aire pesaba como plomo entre ellos. Josh miró el reloj en la pared – aún faltaban veinte minutos, pero cada segundo parecía una eternidad.

"Solo los mejores regalos, doctor Josh."

Aquella frase resonaba en su cabeza, junto con la sonrisa socarrona que Murilo dejó escapar.

— *¿De verdad crees que necesito ser "curado"?* – Murilo rompió el silencio, los dedos tamborileando levemente en la mesa.

Josh respiró hondo.

— Estás aquí por un motivo.

— Ah, sí. Porque yo quise* estar.* – Murilo se inclinó hacia adelante, el chaleco de fuerza crujiendo. "Prisión es aburrido. Aquí al menos te tengo a ti."**

Josh sintió un escalofrío. Debería anotar eso. No anotó.

— No puedes elegir a tu terapeuta.

— Sí puedo. – Murilo sonrió. "Los otros se rindieron. Tú aún no."**

Josh miró sus manos – aquel tatuaje de rosa negra y roja. ¿Cuántas personas mató? ¿Cuántas vidas arruinó? ¿Y por qué diablos él aún estaba aquí, escuchando eso?

La sesión acabó sin más revelaciones. Murilo salió con los guardias, pero no sin antes lanzar una última mirada a Josh – una mirada que decía "hasta mañana", como si fuera obvio que él volvería.

Pero Josh no estaba seguro.

— ¿Estás loco, tío? – Lucas casi escupió el café. "¿Dejar al paciente más peligroso del lugar? ¿Después de todo lo que ha hecho?"**

Josh giró el vaso, evitando la mirada del amigo.

— No es solo lo que ha hecho. Es lo que está haciendo.

— ¿Que sería?

Josh miró sus propias manos. Ya no temblaban. ¿Eso era bueno o malo?

— Me está cambiando, Lucas. Y no sé si me gusta.

Lucas soltó una risita sin gracia.

— Tío, tú eres el terapeuta. Dale la vuelta.

Josh miró por la ventana. La noche estaba oscura, sin estrellas.

— Tal vez mañana sea la última sesión.

Lucas arqueó las cejas.

— **¿De verdad crees que él te va a dejar?

Josh no respondió.

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