Llámame Muñeca

Grei Villalobos

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Su sonrisa provocaba que mi piel se erizara de miedo; era una sonrisa maliciosa, y sus ojos, más oscuros y penetrantes, me intimidaban. Acarició suavemente mi abdomen, ascendiendo lentamente, mientras sus piernas presionaban mis muslos. Intenté apartarlo presionando su pecho con mis manos, pero él, en un solo movimiento, tomó mis muñecas y me giró, dejándome boca abajo. Un grito salió de mi boca al sentir el impacto de una nalgada y luego otra.

—Eres un malparido, ¡hijo de puta! —exclamé, maldiciendo en español, cada golpe que recibía. —Esto no se quedará así. Me las cobraré.

Sus nalgadas eran cada vez más fuertes, haciendo que las lágrimas brotaran de mis ojos. ¿Cómo se atrevía a golpearme como si fuera una niña pequeña?

—Estas nalgadas te los mereces por ser una chica mala, rantonsuela—me dijo en tono burlón.

Me soltó las muñecas y sentí cómo se alejaba de mí. Comencé a acariciar mis nalgas, que me dolían intensamente. Al volverme, lo vi recostado en una mesa, observándome con una sonrisa.

—Te voy a denunciar, maldito pervertido —le dije mientras me bajaba lentamente de la cama.

Él me tomó de los pies y me arrastró hacia él. Pataleé, logrando liberarme un instante y le di una patada en la cara y otra en el abdomen. Rápidamente, me bajé de la cama y corrí hacia la sala. Al llegar a la puerta, caí hacia atrás al ver a otro hombre enmascarado salir; escuché una risa y, al mirar a mi alrededor, observé a otro enmascarado sentado en el sofá. ¡Tres hombres aquí! ¡Estaba jodida! Vi cómo el hombre del sofá se levantaba lentamente y caminaba hacia mí, pero logré levantarme del suelo y pensaba correr hacia otro cuarto. Al dar la vuelta, me golpeé al darme cuenta de que era Matteo, quien me sonreía mientras sangre brotaba de su nariz. Él me tomó rápidamente, colocando un pañuelo sobre mi nariz. Por más que intenté resistir, mi fuerza se desvanecía, y comencé a sentir un sueño pesado hasta que finalmente caí en un profundo sueño.

Matteo Vannecelli

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Durante las últimas semanas, he estado observando de cerca a mi colombiana. No se relaciona con nadie de su universidad, carece de amigos, y eso me satisface. Cada mañana, camina hasta la universidad, y cuando tiene clases por la tarde, utiliza su automóvil. En ocasiones, cuando necesitaba viajar, dejaba que mi guardaespaldas la siguiera, asegurándose de estar atento a cualquier movimiento y reportarme de inmediato.

Durante dos fines de semana al mes, salió a discotecas y bailó con otros hombres, lo que me provocaba un intenso desasosiego. Al enterarme de que estaba robando a los hombres y que incluso lo había hecho en una de mis discotecas, me sorprendió, ya que parecía una persona respetable. No entendía su comportamiento, considerando que sus padres eran millonarios y no tenía necesidad de hacerlo, hasta que investigué y descubrí que sus padres habían cancelado todas sus tarjetas. Al parecer, ya no tenía contacto con su familia, aunque disponía de una suma considerable de dinero en su cuenta. Entonces, ¿por qué recurrir al robo? ¿Por qué exponerse de esa manera? Permitiéndose ser vista bailando con otros hombres y usando ropa tan provocativa y corta, mostrando lo que era mío. Eso me irritaba.

Al conocer su rutina, decidí incrementar el efectivo en mi billetera y Mostrar mi collar que llamaba más la atención. Mi intención era que cayera en su propio juego, y sabía que me daría la excusa perfecta para tenerla bajo control. Tal como lo planeé, ocurrió. Me agradó notar que no permitía que nadie la besara ni la tocara. Cuando me ofreció un vaso de licor, sentí que había algo extraño, por lo que actué rápidamente: al entrar al baño, lo deseché todo. Al salir, fingí estar dormido y sentí cómo sus manos tocaban mi cuello mientras intentaba quitarme la cadena y la billetera. Al decirme que sería una excepción y que esperaba no volver a verme, me dio un beso que me hizo sentir en el cielo. Estuve a punto de tomarla por el cuello y besarla apasionadamente, pero me controlé. Ella se alejó, y minutos después, abrí los ojos, sonriendo: la tenía en mis manos.

Al día siguiente, no salió de casa; mi muñeca se dedicó a hacer tareas del hogar. Le gustaba bailar y cantar, y sus muecas y locuras me hacían reír. Disfrutaba observarla a través de las cámaras que había instalado en su apartamento, especialmente en su habitación, cuando la veía cambiarse. Su cuerpo era tan hermoso que me deseaba poseerlo, y las dueñas de cada instante en que me masturbaba al verla dormir en ropa interior, a veces desnuda. En ocasiones, no podía contenerme solo viéndola por las cámaras, así que iba a su apartamento y entraba a su habitación, acariciando con cuidado su piel y su cabello. La deseaba tanto.

Finalmente, llegó un gran día. La vi caminar por el parque ya entrada la noche; mi muñeca no se cuidaba, y las calles eran peligrosas a esa hora. Su belleza y su figura llamaban la atención. Varias veces tuve que matar a hombres que la perseguían con malas intenciones. Al verla adentrarse en un callejón, me coloqué detrás de ella con una máscara; sería una experiencia divertida. Cuando se dio la vuelta y me vio, se asustó y me amenazó, lo que me hizo reír ante su valentía. Corrí hacia ella y, al ver que escapaba por el callejón, la seguí; esto solo hacía la situación más entretenida. Al salir del callejón, la tomé de la mano y la empujé suavemente contra la pared; no pude resistir la tentación de besar sus labios y tocar su piel. Deseaba poseerla por completo. Me golpeó y salió corriendo, lanzándome palabras que no entendía, pero sabía que eran groserías.

Al salir del callejón, noté desde lejos que ella entró al edificio mientras sonreía; mi muñeca era fiera y eso me fascinaba. Vi cómo dos autos se detenían y de ellos bajaban mis hermanos.

—Parece que no salió como esperabas —dijo Dylan con burla.

(Dylan)

—Mi muñeca es toda una fiera, y eso lo hace aún más divertido —respondí subiéndome al auto.

Mis hermanos se unieron a mí en el vehículo.

—¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Noah con curiosidad.

(Noah)

Saqué mi teléfono y revisé las cámaras, observando cómo mi muñeca entraba en el apartamento y se dirigía a su habitación, comenzando a desnudarse. Apagué el teléfono al notar que mis hermanos estaban mirando la pantalla.

—No miren lo que es mío, Dylan y Noah —dije irritado.

—Oh, vamos, no seas tan egoísta —bromeó Noah.

Lo miré con seriedad, haciendo que su sonrisa se desvaneciera.

—Lo siento, solo estaba bromeando —respondió en voz baja.

—Matteo, ¿nos vamos o tienes algo en mente? —preguntó Dylan.

— Me iré con ella. Solo debemos esperar a que se duerma y luego entraremos en su apartamento; ustedes cuidarán la puerta, mientras yo entraré a su habitación. No se les permite entrar, ¿estamos claros?

—¿Por qué? —preguntó Dylan.

Rodé los ojos, no quería que mis hermanos vieran a mi muñeca en ropa interior o desnuda, como a ella le gusta dormir. Desde ahora, solo yo podría hacerlo.

—Ya dije que no —respondí.