DRAGÓN DORADO

Ese mismo día, en el Castillo de los Osckor:

—¿Dónde está este niño? —murmuraba entre dientes la reina Rosa, caminando con paso firme y rápido. Al ver a unos guardias cuidando una de las puertas, fue directo hacia ellos.

Maldito mocoso, pensó.

—Abran —ordenó.

—Mi reina, el príncipe nos dijo que si lo hacíamos nos mandaría a despedir —dijo uno de los guardias con evidente nerviosismo.

—Eso no pasará, pero si no abren, yo los mandaré a la horca —respondió, furiosa.

Los guardias asintieron con temor y abrieron las puertas. Su hijo estaba de espaldas, sentado en su silla, jadeando.

—¡¡Maldito idiota!! —gritó Rosa.

—Carajo… madre —se sobresaltó Darío, poniéndose los pantalones. La joven que estaba ocupada en su intimidad se levantó sin vergüenza y comenzó a vestirse.

—Madre, ¿cómo puedes entrar sin tocar? —dijo Darío, nervioso y molesto.

—¿Cuántas veces te dije que no traigas a tus p*tas al castillo, Darío? —gritó aún más fuerte.

—Cariño… me marcho —dijo la joven con arrogancia, saliendo del lugar.

—Que salga por detrás —ordenó Rosa. Los guardias la tomaron y la escoltaron—. ¿Sabes lo que hará tu padre cuando se entere?

—No le digas… Sabes que me sacará del trono. Aunque dudo que ese idiota se anime, es un muerto en vida.

—Puede hacerlo. Todos tienen un límite, Darío. Estamos a días de encontrar a la joven con el poder del Dragón. Te dijimos que tenías que encontrarla y casarte con ella —la reina alzó más la voz.

—Madre… esa joven seguro ni existe. No creo en esa vieja tuerta —rodó los ojos.

—¿Y si existe? ¿Pensaste en eso? No querrá un mujeriego de marido. Tenemos que ser el reino más fuerte. Sabes lo importante que es que te cases con ella. Ese poder es lo que necesitamos ahora, Darío. Así que deja tus p*tos pantalones arriba o yo misma se lo cuento a tu padre para que te saque de una vez del trono.

—Madre… —suspiró, frustrado al ver que hablaba en serio—. Bien, pero no esperes que esa chica sea tomada como reina. Ya tengo a alguien más que sabe satisfacerme… —murmuró entre dientes.

—No importa, con que te desposes con ella basta. Pero deja de traer mujeres. No debemos tener rumores, y menos irte a los burdeles. Te voy a estar vigilando. Tienes 20 años y pareces un niño alzado. Es lo último que diré, Darío. ¿Está claro? —lo miró con furia y desprecio.

Darío asintió sin responder. Rosa salió del lugar.

—Y manda a cambiar todo el tapizado, el olor a zorra no se va —gritó desde afuera.

Darío rodó los ojos, furioso.

Maldita vieja tuerta, pensó.

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      Castillo Valk

—Muy bien, Bolt, bajemos a comer.

El gran dragón terminó su giro y cayó suavemente en el pasto mientras León descendía.

De lejos venía su sirviente con una carreta llena de carne cruda.

—Mi señor… fresca, como pidió.

—Gracias, Ernes —sonrió León—. Todo tuyo, amigo.

El dragón devoró toda la carne, pero antes la quemó un poco con su fuego.

—León… te estuve esperando hace una hora —dijo una voz detrás.

—Sé, se me pasó la hora. ¿Qué quieres? ¿Ahora me sigues fuera del reino?…

—Sí. Vengo a hablarte sobre la profecía. Solo quiero ayudar a que la encuentres, será muy bueno para el reino.

—Ya la escuché mil veces… ¿Beneficio para el reino? Querrás decir tu reino.

—Es algo serio. ¡Esto es importante, León! —alzó la voz.

—Lo tomo en serio como siempre, desde que nací en este maldito lugar —gritó León.

—Sabes lo importante que es. No podemos dejar que los Osckor tengan a la joven…

—¿Eso es lo único que te importa? No piensas que esa joven ni siquiera sabe a lo que se enfrenta o lo que realmente quieren hacer con ella —lo miró con una amenaza fría.

—Esa joven no tiene por qué saber. Nuestra familia es real y el linaje tiene que continuar. Sin ella el reino caerá, y ellos ganan.

—¿Y eso es mi problema? Te recuerdo que el que hizo mierda la familia fuiste tú y tus estúpidas bolas que no se quedaron dentro de los pantalones. Yo no voy a obligarla a nada si la encuentro. ¡Que te quede claro! —rugió. Su dragón sintió su enojo y gruñó, mostrando los colmillos.

Óscar dio un paso hacia él con intención de golpearlo, pero se detuvo de inmediato cuando Bolt se giró, enseñó los dientes y dejó escapar un gruñido que hizo vibrar el suelo.

Óscar retrocedió.

—Óscar —dijo León, con la voz grave—, esa joven, quien sea, no vivirá un infierno. Y si se queda conmigo, no voy a arreglar tus estúpidos problemas. Este es mi reino. Y tú no eres mi padre. No vuelvas a seguirme.

Lo miró apenas de reojo mientras caminaba hacia el castillo.

Óscar estaba furioso. Tuvo que tragarse la rabia, pues Bolt lo tenía en la mira. Pero incluso sin el dragón, León era más fuerte que él. Óscar se marchó, desesperado por buscar aliados. Estaba en aprietos sin el apoyo de León.

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