Mariana siempre fue una joven independiente, determinada y llena de sueños. Trabajaba en una cafetería durante el día y estudiaba arquitectura por las noches, y se las arreglaba sola en una rutina dura, viviendo con sus tíos desde que sus padres se mudaron al extranjero.
Sin embargo, su mundo se derrumba cuando decide revelar un secreto que había guardado por años: los constantes abusos que sufría por parte de su propio tío. Al intentar protegerse, es expulsada de la casa y, ese mismo día, pierde su trabajo al reaccionar ante un acoso.
Sola, hambrienta y desesperada por las calles de Río de Janeiro, se desmaya en los brazos de Gabriel Ferraz, un millonario reservado que, por un capricho del destino, estaba buscando una madre subrogada. Al ver en Mariana a la mujer perfecta para ese papel —y notar la desesperación en sus ojos—, le hace una propuesta audaz.
Sin hogar, sin trabajo y sin salida, Mariana acepta… sin imaginar que, al decir “sí”, estaba a punto de cambiar para siempre su propia vida —y la de él también.
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Capítulo 7
Capítulo 7 – Por Primera Vez
La noche cayó lentamente, tiñendo el cielo de tonos color vino y dorado. El suave sonido de las olas del mar rompía a lo lejos, acunando la ciudad en un silencio cálido y reconfortante.
Mariana estaba sentada en el balcón, con los pies descalzos y el cabello aún húmedo. Usaba un vestido ligero rojo, regalo de Luísa, y sostenía una copa de vino sin mucha prisa. Intentaba contener la ansiedad que apretaba su pecho.
Gabriel llegó alrededor de las ocho de la noche.
Ella oyó el ruido de la puerta siendo abierta y se giró. Él entró con la llave ya en el bolsillo y un pequeño ramo de flores en las manos — flores del campo, simples, llenas de color.
— Para ti — dijo él, extendiendo las flores. — No por nada en especial. Solo… porque quise.
Mariana sonrió, conmovida.
— Gracias.
Ella tomó las flores, aspiró el perfume y las colocó en un vaso con agua sobre la mesa del balcón.
— ¿Cómo fue el resto de tu día? — preguntó él, quitándose el blazer y doblando las mangas de la camisa.
— Ligero. Por primera vez en mucho tiempo.
— Qué bueno oír eso.
Cenaron allí mismo, bajo la luz amarillenta del balcón. La comida vino de un delivery gourmet, pero Mariana se encargó de montar todo con esmero. Servilletas de lino. Platos de cerámica. Un toque de delicadeza en cada detalle.
— Tienes manos de arquitecta de verdad — comentó él. — Tu mirada encuentra belleza donde nadie mira.
Ella se sonrojó.
Cuando terminaron, Gabriel se recostó en la silla y la observó en silencio por algunos segundos.
— Mariana… — dijo con calma. — ¿De verdad quieres continuar con el acuerdo? Porque aún puedes cambiar de idea. Incluso ahora.
Ella lo encaró, seria.
— No tengo dudas.
Él asintió. Pero se aproximó despacio, como quien aún necesitaba una respuesta más profunda. Sus ojos estaban suaves, pero intensos.
— No quiero que te sientas usada. O forzada. Ni esta noche, ni ninguna.
Ella respiró hondo.
— Gabriel… me siento segura contigo. Por primera vez, alguien me mira y no me ve como un problema o una carga. Eso ya cambia todo.
Él tocó el rostro de ella con delicadeza, el pulgar acariciando su mejilla. Mariana cerró los ojos por un segundo, como si aquel gesto rompiera otra capa de dolor.
— Podemos ir con calma — dijo él. — Sin prisa. Sin presión. Quiero que sea bonito. Incluso si es un acuerdo… que sea humano.
Ella asintió, con los ojos llorosos.
— Está todo bien, Gabriel.
—
El cuarto estaba en penumbra. Solo la lámpara encendida en el rincón dejaba el ambiente suave y cálido.
Él la besó por primera vez con ligereza. Fue un beso sin prisa, sin urgencia. Un toque de labios que más parecía una promesa de cuidado. Mariana se entregó con los ojos cerrados, el corazón latiendo fuerte en el pecho.
Gabriel quitó el vestido de ella despacio, revelando su piel poco a poco, como quien desenvuelve un regalo precioso. Y cuando ella quedó desnuda frente a él, no había juicio, solo admiración.
— Eres linda — dijo él. — De verdad.
Ella se emocionó, sosteniendo la mano de él contra su propio pecho, donde el corazón latía acelerado.
— Tengo miedo… pero no de ti. Miedo de sentir demasiado.
— Entonces siente — susurró él. — Y si es demasiado, yo te sostengo.
Mariana lloró en silencio, y él la abrazó allí mismo, al borde de la cama, antes de que cualquier deseo tomara espacio.
Después, entre besos lentos y caricias cuidadosas, se acostaron juntos. Él conoció cada pedazo del cuerpo de ella con respeto, como si estuviera intentando cicatrizar cada dolor con la punta de los dedos.
Y cuando finalmente se unieron, fue más que físico.
Fue un encuentro de dos almas rotas… intentando encontrar, una en la otra, un comienzo.
La madrugada cayó densa, y la brisa de la playa acunaba el cuarto.
Mariana se durmió con el cuerpo entrelazado al de Gabriel.
Con el corazón pesado y ligero al mismo tiempo.
Y una duda nueva surgiendo dentro de ella:
¿Y si esto es más que un contrato?
¿Y si él no es solo un acuerdo… sino un destino?