Diana Quintana, una mujer con el Corazón De Hielo. su historia inicia cuando descubre que su prometido le es infiel, tenían un hijo, pero el pequeño muere en un accidente, en el cual estuvo involucrado el padre del niño, y Dante Linares. hecho que la marcó y le cambió la vida.
Dante, es influenciado para que acabe con Diana. Para lograrlo, es obligado a casarse con ella, ahí comienza una lucha de poderes, con sombras del pasado que los atormenta. ¿Será qué algún día esas sombras desaparezcan?
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Conocerás el infierno.
06
Sobre el escenario cantaba un joven. Era música urbana, melodiosa, ideal para que la gente no se estresara.
Una de las invitadas era la joven Duarte, la misma que hacía un año había dejado la ciudad.
—Madre, esta gente sí tiene dinero. Yo podría ser la nueva señora Linares —comentó Catalina con una sonrisa que hizo aparecer unos hoyuelos en su rostro. Tenía los ojos verdes, el cabello oscuro, y era muy hermosa. No por nada, era la amante de Cristóbal Balmaceda.
—Hija, en cuanto aparezca ese chico, debes lucirte. No puedes permitir que se te escape de las manos —respondió su madre.
Este par no eran más que cazafortunas. Buscaban una nueva víctima para que Catalina pudiera contraer matrimonio.
Detrás de ellas, un joven mordía un bocadillo mientras las escuchaba. Al ver a Catalina, pensó:
Descartada… tan linda que es, pero no quiero a nadie que solo me vea como un cheque con patas.
Dante se había mezclado entre los invitados. Por suerte, nadie lo conocía, así que pudo saludar y conversar con varios sin que le vieran el signo de dólar tatuado en el rostro.
Sin darse cuenta, se metió entre un grupo de distinguidos caballeros.
—Con permiso —dijo al abrirse paso entre ellos, aparentando buscar a alguien.
—Estos jóvenes de hoy... —comentó uno, para luego añadir—: Marcos, ¿con que estuviste en Dubái?
De pronto, Dante volteó de golpe y se chocó con el hombro de alguien.
—¡Tenga más cuidado! —exclamó Diana, molesta al ver su copa tambalearse. Pero pronto quedó inmóvil.
Los ojos de Dante la penetraron. Eran azules como el mar.
—Señorita, disculpe mi torpeza. Si pudiera compensarla con algo, solo dígamelo.
—No, solamente tenga más cuidado —respondió ella, aunque sintió que ya lo había visto antes.
—Con su permiso… mi abuela me espera.
Algo era claro: Dante era un joven muy educado.
—A eso me refiero cuando te digo que en esta ciudad aún hay buenos prospectos de hombres —dijo Boris, agitándole la mano frente al rostro, al ver que Diana se había quedado muda, siguiendo con la mirada cada paso del joven.
—Sí, está muy bien, pero yo no busco a nadie. Recuerda que el amor murió para mí —dijo con seriedad, llevándose la mano al pecho—. Aquí lo que hay es un hueco. No siento nada. Si hay un corazón, está congelado.
En esta vida, la palabra nunca no debe decirse. Es como tentar lo que juramos negar.
—Vamos, Boris… al parecer ya llegó el invitado —añadió ella, tomándolo del brazo rumbo a la mesa reservada para ellos, justo cerca del escenario. Así lo pidió la señora Antonella.
Mientras tanto, Dante se escabullía hasta la entrada y logró hacer una entrada espectacular.
—Wow…
Robó uno que otro suspiro. Comprobó, en carne propia, cómo hacía poco pasaba desapercibido, y ahora era el centro de atención.
No fue idea suya, sino de Antonella. Esa misma mañana habían discutido sobre la sociedad.
Dante aseguraba que podía hacer amigos si pasaba desapercibido, pero Antonella, dama de mundo y experiencia, le dijo:
—En la clase alta, la amistad no existe, a menos que saques la chequera, llegues en un Ferrari y presumas tus bienes. El que posee más es el popular, el que se gana el respeto.
Cuánta razón tenía, pensó Dante mientras se dirigía a su mesa.
—Démosle un aplauso al homenajeado. Él es el joven Dante Linares.
Todos en el salón lo recibieron con aplausos, y el murmullo no tardó.
—¡Es algo joven! —comentó la señora Bianca, sin reparar en que su juventud dependía del bótox y del ácido hialurónico.
—Mi hijo Waldo es mucho más guapo —dijo Micaela, esposa de un empresario reconocido—. También es adinerado, y nosotros no lo presumimos tanto. Lo dicho: no hay que quejarse, la vida tiene su propósito para Waldo.
—Boris, ¿ya viste? —Diana lo golpeó suavemente en el brazo, sorprendida.
—Sí, ya lo estoy viendo. Tiene todo lo que buscamos para ti.
—Lo buscas tú. Yo no busco nada —dijo ella, volviendo a su actitud fría.
Por su parte, Dante buscó con la mirada la mesa donde estaba Diana. Luego se inclinó hacia su abuela:
—¿Quién es esa chica?
Se veía interesado, hasta que su abuela respondió:
—Ella es Diana Quintana.
—¿Qué?
Hubo un leve movimiento en su mandíbula. Hasta sus orejas cambiaron de color.
—¿Cómo pudo cambiar tanto?
Cerró los ojos y recordó… Esa visita.
—Te vas a morir en la cárcel. Nunca saldrás de aquí…
—Guardias, que lo encierren en el calabozo. Solo denle pan y agua —había ordenado ella.
Dante no la conocía. No la vio en el juicio. Solo tenía el recuerdo de esa voz y esa amenaza.
Pero la chica de ese evento no se parecía. Debió hacerse cirugía, se dijo convencido, y su mirada cambió por completo.
Es ella. Comenzarás a sentir el calvario que me hiciste vivir. Conocerás el infierno… así como yo lo hice.
El rencor fue más fuerte que cualquier emoción que surgiera al verla. Y su promesa no fue en vano.
Esa noche, Diana no se levantó de su silla. Mientras Boris sacaba a bailar a más de una damisela, ella enfrentó a dos de sus clientes.
—Señorita Quintana, qué bueno verla por acá. Sabemos que no es momento ni lugar, pero nuestro contrato ha quedado nulo.
Ambos utilizaron las mismas palabras, aunque se acercaron por separado.
—No hablaré en medio de una fiesta. Yo sí soy profesional —respondió ella, con la misma firmeza a ambos.
No lo notó, pero eran dos de sus clientes más fuertes. Su ruina apenas empezaba.
La celebración fue todo un éxito para los Linares. En los días siguientes, Dante apareció en los encabezados de las páginas de chismes.
Quince días después, Diana presentó su proyecto. Era la favorita… hasta que se presentó el último.
Rosalba, una joven aparentemente discreta, presentó un proyecto que barrió el suelo con todos. Por supuesto, ella no era la mente maestra: solo era la asistente, la mano derecha de Dante.
Cuando se anunció al ganador de la licitación, Diana sintió rabia, pero no podía obligar a los clientes.
Esa noche, al regresar a casa, se encerró en su habitación. Antes de dormir, abrazó el oso de peluche que pertenecía a su hijo… y así se quedó dormida.