Dalila Rosales sargento ejemplar del ejército, madre protectora y esposa de uno de los hombres más poderosos del país, su vida parecía dividida entre dos mundos imposibles de conciliar.
Julio Mars, CEO implacable, heredero de un imperio y temido por muchos, jamás imaginó que el amor verdadero llegaría en forma de una mujer que no se doblega ante el poder, ni siquiera ante el suyo. Juntos comparten un hijo extraordinario, Aron, cuyo corazón inocente se convierte en el ancla que los mantiene unidos cuando todo amenaza con destruirlos.
Una historia de amor y poder...
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CAPITULO 09
Julio permaneció incrédulo, aunque su rostro no lo reflejó. Se inclinó discretamente hacia su hijo y le susurró "¿Los conoces, hijo?"
Aron frunció el ceño y encogió los hombros "Nunca los he visto"
Un frío extraño recorrió la mente de Julio, una nueva realidad se le posaba en frente, una duda peligrosa ¿cómo era posible que la familia de Dalila ignorara la existencia de Aron?
Sus pensamientos comenzaron a dispersarse en un torbellino de sospechas, mientras en la mesa reinaba una tensión tan densa como el silencio.
El ambiente en la mesa se volvió pesado, como si un velo invisible cubriera el lugar. Julio seguía alimentando a Aron con calma, pero sus ojos no dejaban de observar los gestos de la familia Rosales.
Ema, ignorando por completo la presencia del niño, se inclinó sobre la mesa "Julio… ¿te acuerdas que nos vimos en aquella fiesta hace unos meses?" preguntó, ladeando la cabeza y jugando con un mechón de cabello.
Sus ojos lo recorrían con descaro, y en cada movimiento su escote parecía más pronunciado.
Julio no levantó la vista.
"No lo recuerdo" respondió seco, llevando otra cucharada a la boca de Aron.
Ema sonrió, insistente "Seguro que sí… yo era la amiga del que organizó la fiesta y nos presentaron"
Aron, que no entendía del todo, pero percibía la intromisión, frunció el ceño y abrazó a su padre por el cuello, como reclamando su atención.
Julio lo acomodó en sus piernas, dándole seguridad.
Antonio, incómodo, pero sin intervenir, bebía de su copa de vino, mientras Olga observaba la escena con una sonrisa ladina, disfrutando del descaro de su hija.
"Julio, deberías venir más seguido a la casa. Papá siempre habla de ti" insistió Ema, ignorando por completo al niño, pese a que estaba en el regazo del hombre.
Julio la miró por fin, sus ojos fríos como acero "No suelo visitar a gente que no me interesa"
El silencio fue incómodo. Aron, con sus grandes ojos, miraba a aquella mujer con evidente molestia. Nadie le había preguntado quién era, ni por qué estaba ahí, para ellos, parecía invisible.
Ema volvió a la carga, apoyando la mano en el brazo de Julio "Somos familia de..."
Antes de que pudiera continuar, Julio retiró el brazo con firmeza y abrazó a Aron contra su pecho "Lo único que me importa en este momento ya está conmigo señorita Rosales"
Julio dejó el cubierto sobre la mesa con un movimiento preciso. Luego, con calma, limpió la boca de Aron con una servilleta y lo alzó en brazos.
El niño se acomodó de inmediato contra su pecho, satisfecho de haber comido y ser la atención de su padre frente a esa gente fea.
El silencio en la mesa se hizo más pesado cuando Julio se puso de pie.
La sonrisa de Ema se congeló, y Olga arqueó una ceja como si no pudiera creer que alguien se atreviera a dejarlas plantadas.
Antonio fue el primero en reaccionar "¿Tan pronto, Julio? Ni siquiera hemos compartido una copa"
El CEO lo miró fijamente, con esa expresión que lo había hecho temido en los negocios: fría, calculadora, imposible de leer "Tengo cosas que hacer sr. Antonio, manejo uno de los más grandes consorcios del país"
Ema intentó recuperar el control de la situación, sonriendo y tocándose el cabello "Pero Julio, apenas llegamos. ¿No quieres…?"
La dureza de la mirada que él le dirigió la hizo callar al instante. Con Aron en brazos, Julio inclinó apenas la cabeza en un gesto seco "Que tengan buen provecho"
Sin más, se dio la vuelta y caminó hacia la salida con paso firme, su tarde ya fue amargada para desgracia de él.
La presencia de la familia Rosales lo dejó con un sabor ácido en la boca, personas vulgares, interesadas, incapaces siquiera de mirar al niño como lo que era. Pero más que el disgusto, lo que le carcomía eran las nuevas dudas que despertaron en él.
Durante seis años, Dalila había criado sola a Aron:
¿Qué tanto había vivido esa mujer sin que él lo supiera?
¿Qué había sufrido?
¿Qué había callado?
¿Quiénes habían estado a su lado?
En el auto, el silencio era casi solemne, Aron dormía en sus brazos despues de una buena comida, con la respiración tranquila y la cabeza apoyada en su pecho.
Julio lo miró, sintiendo un nudo en la garganta "¿De qué me perdí?" La pregunta lo perseguía como un eco.
Pero la respuesta ya la tenía, se había perdido de las primeras palabras, de los primeros pasos, de las risas y también de las lágrimas.
Había sido un fantasma en la vida de su propio hijo, mientras Dalila soportaba la carga sola, la culpa y la curiosidad lo carcomían.
Cerró los ojos un instante, apoyando la barbilla sobre el cabello del niño, y por primera vez en mucho tiempo sintió que el éxito, los contratos y el poder no significaban nada comparados con lo que había dejado escapar.
El auto avanzaba rumbo a la empresa, pero en la mente de Julio solo había un torbellino.
El auto se detuvo frente al consorcio Mars, Julio bajó en silencio, con Aron dormido en sus brazos, el pequeño aferrado a su camisa como si no quisiera soltarlo.
Caminó con paso firme hasta el elevador privado, ignorando las miradas.
En su oficina, ordenó a la secretaria, que preparen la cama en la sala contigua. Desde que Aron esta con él, acondiciono una sala para su hijo, donde puede jugar, comer o dormir.
Con cuidado, depositó al niño en la pequeña y animada cama, arropándolo con su chaqueta. Se quedó un instante observando el rostro tranquilo de Aron, tan parecido al suyo y, al mismo tiempo, reflejo de Dalila.
El corazón le pesó en el pecho, pero enseguida se recompuso "Descansa, mi pequeño" susurró, antes de cerrar la puerta suavemente.
De regreso en su escritorio, abrió la carpeta de contratos que Isaías le había dejado. Los números, las cláusulas y las firmas eran su refugio; cada línea fría de papel era una excusa para no pensar.
El eco de la familia Rosales, las dudas sobre Dalila, los años perdidos… todo quedó encapsulado bajo una coraza. Julio, aún con sus pensamientos, tomó el teléfono y llamó a Isaías.
Su voz sonaba firme, aunque en el fondo estaba empujada por la necesidad de respuestas "Quiero un informe completo de la antigua mansion" ordenó "Revisa los movimientos de la tarjeta que se destinaba mensualmente a los gastos de mi esposa Dalila Rosales. Quiero saber qué ha pasado en esos seis años."
Isaías, como siempre eficiente, tardó apenas media hora en regresar con una carpeta. Se plantó frente al escritorio y comenzó a leer "Señor, los fondos de la tarjeta están intactos, nunca se usaron. Todas las mensualidades se han acumulado durante años"
Julio alzó la vista, sorprendido "¿Nunca?"
"Jamás" confirmó Isaías "En la mansión antigua, se siguió pagando puntualmente a los trabajadores para mantenerla en orden, pero en la práctica solo el mayordomo, tres empleadas y el jardinero viven allí"
Julio frunció el ceño, cada palabra era un golpe a sus certezas. Isaías pasó la última hoja "Y algo más: desde 6 años es solo habitada por los empleados"
El silencio cayó en la oficina, Julio se apoyó en el respaldo de la silla, procesando la información. Dalila nunca usó los fondos que él destinaba; jamás tocó un centavo, había criado a Aron con sus propios medios, sin depender de nada que llevara su nombre.
Ese descubrimiento lo desarmó... Orgullo, admiración y un dolor punzante se mezclaron en su pecho. ¿Qué más me ocultó Dalila durante estos seis años?
Después de dejar a Aron dormido bajo el cuidado estricto de Isaías con la orden clara de no apartarse ni un segundo de él, Julio salió de la empresa.
Subió a su auto privado, con el deseo de ver por sí mismo lo que durante seis años había permanecido en silencio.
El trayecto hasta la mansión antigua se sintió más largo de lo habitual, cada kilómetro era un recordatorio de lo que había ignorado todo ese tiempo.
Cuando por fin llegó, el portón de hierro aún conservaba el escudo de la familia, cubierto de óxido en algunos bordes. Se abrió lentamente con un chirrido, como si también hubiera estado dormido todos esos años.
La fachada de la casa lo recibió con un aire solemne, los jardines estaban cuidados, pero se notaba la ausencia de vida. El canto de algunos pájaros era lo único que rompía el silencio pesado.
El mayordomo, un hombre mayor que aún conservaba la rectitud en la postura, salió a recibirlo con un ligero temblor en la voz "Señor Mars… qué honor verlo por aquí después de tanto tiempo"
Julio asintió con un gesto breve y entró. El interior estaba impecable, pero frío, como un escenario detenido en el tiempo, los muebles cubiertos por sábanas, las habitaciones sin uso, y en cada rincón un vacío imposible de ignorar.
Subió las escaleras y abrió la puerta de lo que había sido su alcoba con Dalila durante una sola noche. El aire olía a polvo antiguo, pero las huellas de su breve vida juntos estaban ahí: una peinadora con algunos objetos intactos.
Se detuvo frente a la ventana y dejó escapar un suspiro. Aquí empezó todo… y aquí terminó para ella.
La mansión, que en algún momento debió ser un hogar, se había convertido en un mausoleo de recuerdos. Y Julio, al recorrerla con sus propios ojos, comprendió lo mucho que había perdido.
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