Sombras De Luna Y Acero

La tarde comenzaba a desvanecerse en tonos dorados y morados mientras Amaris se acercaba al castillo medieval del señor feudal. Las piedras antiguas que formaban las murallas del castillo se alzaban, imponentes y misteriosas, con una sensación de poder y seguridad que se había forjado a lo largo de siglos. Los árboles que rodeaban el castillo se mecían suavemente con la brisa, y los caminos de tierra, aún húmedos por la reciente lluvia, estaban marcados por las huellas de los hombres del feudo.

Era una caminata solitaria, pero no le importaba. Amaris tenía la mente ocupada con el peso de la misión que estaban a punto de recibir. La manada, la nueva guardia del señor feudal, había sido entrenada durante años en secreto. Eran los guardianes más leales de Amanecer, una región dentro del vasto reino, y habían sido entrenados en técnicas de combate junto a los hombres del rey. La manada de lobos formaba un cuerpo de elite, oculto tras la fachada de guerreros humanos. Su verdadera naturaleza, su verdadera fuerza, era un secreto que solo unos pocos conocían. Pero los lobos eran reales. Y, aunque el mundo nunca sabría de su existencia, el lobo interno que cada uno de ellos llevaba en su interior era lo que les otorgaba su poder junto a la bendición de Selene

El castillo, que hasta hace poco había sido un símbolo de fuerza y unidad, ahora parecía más una fortaleza asediada. La noticia de los rebeldes, una facción que había comenzado a sembrar discordia en el reino, se había propagado como un incendio. El señor feudal, siempre sabio en sus decisiones, había decidido convocar a su nueva guardia para discutir cómo proteger su dominio. La seguridad del reino estaba en juego, y los rebeldes estaban dispuestos a luchar hasta el final por sus propios intereses.

Al llegar a las puertas del castillo, Amaris pasó por la formación de guardias que mantenían el perímetro, siempre atentos a cualquier amenaza. Subió las escaleras hasta el gran salón, un vasto espacio de paredes de piedra adornadas con tapices antiguos. En el centro, el señor feudal se encontraba en su trono, con su mirada severa y su presencia tan fuerte que parecía llenar todo el salón. A su alrededor, algunos consejeros y oficiales estaban reunidos, esperando a la nueva guardia.

Los miembros de la manada ya estaban presentes. Se distribuyeron en el salón, sus miradas serias reflejaban la tensión del momento. Amaris se unió a ellos, sintiendo cómo sus pasos resonaban en el eco del salón. Aunque todos se veían tranquilos por fuera, sabía que sus compañeros compartían la misma preocupación. Este era un encuentro importante y ellos, como lobos, habían jurado lealtad a la realeza siempre que cuidara su secreto

El señor feudal levantó la mano y la sala enmudeció. Su voz, profunda y autoritaria, rompió el silencio.

—Gracias a todos por llegar a tiempo —comenzó—. Nos encontramos en una situación delicada. Los informes que hemos recibido han sido claros: hay un grupo de rebeldes que ha comenzado a organizarse en nuestras tierras. Su intención es asesinarme y tomar el control de Amanecer.

El silencio era palpable. La manada miraba al señor feudal, sus rostros tensos y preocupados. Amaris sentía la misma rabia que se reflejaba en los ojos de sus compañeros. Los rebeldes eran una amenaza directa, no solo para el señor feudal, sino también para todos los que vivían bajo su protección. Su misión era clara: proteger el castillo y erradicar la amenaza.

—No podemos permitir que esto continúe —prosiguió el señor feudal—. Necesitamos su ayuda, la ayuda de la nueva guardia. Ustedes son los mejores guerreros que tenemos, los más leales. Sé que podemos confiar en ustedes.

Amaris asintió con determinación. Había sido criada para proteger al señor feudal, no solo porque era el líder de Amanecer, sino porque representaba la estabilidad de su manada, la estabilidad de su hogar. La manada había sido entrenada junto a los hombres del rey, pero su misión, su rol en el reino, era mucho más profundo. No solo se trataba de luchar en batallas, sino de mantener la seguridad y el equilibrio entre lo que se conocía como el reino y lo que permanecía oculto a los ojos de la mayoría: los lobos.

El señor feudal se inclinó hacia adelante, mirando a su alrededor, evaluando a cada uno de los miembros presentes.

—Se ha confirmado que los rebeldes están más cerca de lo que pensábamos —dijo en voz baja—. Tienen contactos dentro del reino y no dudarán en atacar. Necesito que se preparen, que estén atentos a cualquier movimiento extraño. Estoy confiando en ustedes para mantener la paz y la seguridad de estos terrenos.

Amaris asintió nuevamente, su mente funcionando a mil por hora. Sabía que la misión que tenían por delante sería peligrosa, pero también sabía que la lealtad de su manada era inquebrantable. No fallarían. No podían permitirse hacerlo.

La reunión continuó por un tiempo, discutiendo estrategias y planes de acción. Los hombres del señor feudal y los consejeros del señor feudal se alinearon con la nueva guardia, organizando las patrullas y las defensas del castillo. El plan era claro: la manada debía asegurarse de que ningún rebelde lograra infiltrarse, mientras que los hombres del señor feudal se encargarían de las medidas más directas.

Pero al final de la reunión, cuando todos comenzaron a retirarse, Amaris sentía una mezcla de alivio y tensión. Sabía que, si bien la misión era esencial, había algo más que pesaba sobre su corazón. El descubrimiento de su mate, el humano con quien había formado una conexión profunda, aún no había sido revelado a su manada. Y temía la reacción de sus compañeros.

Se retiró con su manada a una casa proporcionada por el señor feudal, una pequeña construcción de piedra a las afueras del castillo, donde podían descansar y prepararse para los días venideros. Era un lugar sencillo, pero cómodo, con una chimenea que crepitaba y muebles rústicos pero acogedores. La noche estaba cayendo lentamente sobre el castillo, y las llamas de la chimenea creaban sombras danzantes en las paredes.

La manada se acomodó alrededor de la mesa de madera, su líder se sentó en el extremo, mientras el resto se distribuía a su alrededor. Los murmullos llenaban el aire, algunos hablando de los planes que habían discutido con el señor feudal, otros simplemente descansando en el silencio que les rodeaba.

Amaris, sin embargo, no podía callar. Sentía que su secreto debía salir a la luz, y aunque temía las consecuencias, sabía que su lealtad a la manada solo sería verdadera si podía ser honesta con ellos. No podía seguir viviendo con la carga de su secreto.

—Hay algo que necesito decirles —dijo, su voz suave pero firme, haciendo que todos en la mesa se volvieran hacia ella.

Los murmullos cesaron de inmediato. Sus compañeros la miraban con expectación, algunos con una sonrisa, otros con la tensión en sus rostros.

—He encontrado a mi mate.

El silencio que siguió fue profundo, pesado. Nadie se atrevió a decir una palabra. Amaris levantó la vista, observando a sus compañeros. El lobo dentro de ella, siempre vigilante, sintió el nerviosismo que se apoderaba de la manada

Finalmente, uno de los miembros más jóvenes, un hombre llamado Eldric, fue el primero en romper el silencio.

—¿Estás segura? —preguntó, su rostro mostrando preocupación. Sus ojos se entrecerraron, evaluándola con seriedad.

—Sí —respondió Amaris con firmeza—. He encontrado a mi mate.

El silencio volvió a llenar la sala. Esta vez, el murmullaje era más intenso, con algunas voces bajas y nerviosas. La tensión creció con cada segundo que pasaba. La manada, aunque unida en su misión, tenía valores profundamente enraizados en su cultura, valores que no siempre eran fáciles de aceptar. Y la revelación de Amaris no solo ponía en riesgo su relación con el señor feudal, sino también la estabilidad de la manada.

—¿Y qué es lo que te preocupa? —preguntó uno de los cazadores, su tono cortante—. ¿El hecho de que sea un humano?

Amaris asintió, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que el amor entre un lobo y un humano era visto como un sacrilegio por muchos en su manada. Era imposible ignorar las enseñanzas de su religión, que insistían en la pureza y en la virginidad sagrada hasta que se encontrara al mate. Si su mate no cumplía con esa pureza, el lobo interno dentro de ella sufriría.

—No es solo eso —dijo Jerko, su beta y el actual líder de la manada al no haber Alpha, su voz seria. Parecía que habia leído su mente—. Los humanos son distintos a nosotros. Buscan placer y emociones. Es posible que no sea virgen Amaris

La sala se quedó en silencio nuevamente. Nadie sabía qué decir. La tensión era palpable. Algunos miembros de la manada finalmente se levantaron, murmullos de desacuerdo flotaban en el aire. Otros permanecieron sentados, profundamente pensativos. Amaris se sujeto el pecho al sentir el aullido de dolor de su lobo, sufriendo de solo pensar en alguna mujer estando con su mate. Él es SUYO, únicamente SUYO. Nadie mas puede tocarlo, nadie mas puede amarlo si no es ella

—No puedes permitir que algo tan personal interfiera en nuestra misión —dijo otro de los cazadores, con dureza—. El señor feudal nos necesita. Esta es nuestra oportunidad de proteger la paz en Amanecer. No podemos distraernos por asuntos de corazón. Eres una de nuestras lideres y no podemos permitirnos perderte

Amaris sintió el lamento del lobo en su interior, su dolor al no ser el primero de su mate. Pero también sabía que su conexión con él era inquebrantable. Incluso si no era su primera vez, debía ser la ultima mujer con quien él estaría. El dolor punzante en su corazón solo se detendría en el momento que estuviera marcada, cuando su mate muerda su cuello y la sangre forme un tatuaje con el nombre de su mate. Solo ahí cuando ante el mundo sea su mujer, el dolor cesara

—Lo sé. Lo sé, pero él es parte de mi destino. No puedo negar lo que siento —respondió, con los ojos brillando de determinación. Él es suyo como ella era de él. Aunque aquel humano no lo sabía, su alma estaba unida a la de ella

La manada, aunque en desacuerdo, no la dejó sola. Hay tres betas en la manada y ella era la más joven, así que estaba encargada de la guerra de frente. Se quedaron en silencio, cada uno reflexionando sobre el dilema. Sabían que la misión era vital, pero también sabían que los lazos entre ellos eran más fuertes que todo. Había una fuerza más poderosa que el deber, y eso era el vínculo entre Amaris y su mate.

Esa noche, mientras el viento soplaba con fuerza fuera de la casa, la manada decidió, aunque con reservas, apoyar a Amaris en su camino. Lo que el futuro les deparaba estaba lleno de incertidumbre, pero sabían que, sin importar lo que ocurriera, seguirían siendo una manada. Si aquel hombre era digno, rezarían a su diosa para que lo convirtiera en uno de ellos, si no, pues entonces cuidarían de Amaris del dolor de perder a su mate