En un pintoresco pueblo, Victoria Torres, una joven de dieciséis años, se enfrenta a los retos de la vida con sueños e ilusiones. Su mundo cambia drásticamente cuando se enamora de Martín Sierra, el chico más popular de la escuela. Sin embargo, su relación, marcada por el secreto y la rebeldía, culmina en un giro inesperado: un embarazo no planeado. La desilusión y el rechazo de Martín, junto con la furia de su estricto padre, empujan a Victoria a un viaje lleno de sacrificios y desafíos. A pesar de su juventud, toma la valiente decisión de criar a sus tres hijos, luchando por un futuro mejor. Esta es la historia de una madre que, a través del dolor y la adversidad, descubre su fortaleza interior y el verdadero significado del amor y la familia.
Mientras Victoria lucha por sacar adelante a sus trillizos, en la capital un hombre sufre un divorcio por no poder tener hijos. es estéril.
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Capitulo 23
Al día siguiente por la tarde, el sol caía tibio sobre el patio trasero de la pensión. Carlitos hacía su tarea en la mesa de madera mientras los trillizos jugaban a su alrededor con muñecos y carritos. Valeria empujaba un cochecito improvisado hecho con una caja vieja, mientras Valentina le “daba órdenes” como una pequeña jefa. Victor, por su parte, arrastraba un auto de juguete por el borde de una jardinera.
—¡Mira, Carlitos! —gritó Valeria—. Mi bebé se cayó del coche.
—¡Yo soy la doctora! —dijo Valentina, corriendo con una ramita como estetoscopio.
Carlitos soltó una risa mientras escribía en su cuaderno.
—¿Y tú, Victor? —preguntó mientras leía en voz baja—. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy corriendo carreras —respondió sin mirarlo.
Fue entonces cuando Valentina, con la curiosidad viva en su carita redonda, se le acercó y preguntó:
—Carlitos… ¿tú también no tienes papá como nosotros?
Carlitos alzó la mirada, sorprendido. Se quedó callado unos segundos, pero luego respondió con sinceridad:
—Mi papá… él vive muy lejos. Tiene otra familia ahora.
Los tres hermanos lo miraron con atención. Valeria frunció el ceño como tratando de entender.
—¿Y tu papi ya no quiere verte?
—A veces llama, pero… no mucho —contestó Carlitos bajando la mirada_. Mi mamá dice que si me quiere, pero es complicado _carlitos se encogió de hombros.
Victor se sentó al lado de su hermana y susurró:
—¿Tú crees que nuestro papá también tiene otra familia?
Valentina lo miró muy seria.
—¿Y si no nos quiere? _consultó Valentina.
_Debemos preguntarle a mamá _sugirió Valeria.
Carlitos no supo qué decir. Solo les sonrió con tristeza.
Esa noche, al acostarse, los tres se metieron en la cama con su madre. Victoria ya había terminado de recoger la cocina y estaba revisando unos mensajes de Lisseth en el celular cuando escuchó esas vocecitas.
—Mami… —dijo Valeria, con el tono de quien guarda una duda profunda.
—¿Sí, mi amor?
—¿Por qué mis hermanos y yo no tenemos papá?
Victoria sintió cómo el corazón se le detenía por un segundo.
—Sí, mami —intervino Victor—. En la tele, todos los niños tienen mamá y papá.
—¿Y el nuestro? ¿Dónde está? —preguntó Valentina con sus ojitos bien abiertos.
Los tres miraban a su madre como si fueran unos periodistas que esperan la primicia de la noticia.
Victoria tragó saliva. Cerró el celular y se acostó entre ellos, abrazándolos. Sintió cómo las manitos la rodeaban y el pecho se le apretó. No podía decirles la verdad sin romper algo dentro de ellos. Pero tampoco podía mentirles completamente.
—Mis amores… —empezó en voz baja—. Ustedes tienen a la mejor mamá del mundo, ¿cierto?
—¡Siií! —respondieron al unísono.
—Y también tienen a la Abu María, a Carlitos, a Lisseth. ¡Tienen tanto amor!
—Pero… ¿y papá? —insistió Victor.
Victoria acarició su cabello con ternura.
—Su papá… no pudo quedarse. No estaba listo para ser papá en ese momento. Pero eso no tiene nada que ver con ustedes. Ustedes son buenos, hermosos, y muy amados. No es culpa de ustedes, ¿sí?
Los tres se abrazaron a ella más fuerte.
—¿Entonces él nos quería poquito? —susurró Valeria.
—Tal vez no supo cómo quererlos. Pero yo sí. Yo los quiero con todo lo que soy.
Valentina le dio un beso en la mejilla.
—Yo también te quiero, mami.
—Yo más —dijo Victor.
—¡Yo más que todos! —gritó Valeria.
Rieron un poco entre lágrimas y se quedaron dormidos abrazados.
... ...
Al día siguiente...
Victoria se levantó temprano, se alistó con un vestido sencillo y limpio. Lisseth la recogió pasadas las nueve de la mañana. Tomaron un bus juntas hasta un elegante conjunto campestre a las afueras de la ciudad. La casa era grande, rodeada de jardines, con una fuente en el centro del patio interior. El aire olía a jazmín y lavanda.
—Tranquila, Vicky. A la señora Delcy le va a gustar conocerte —le dijo Lisseth mientras caminaban hacia la entrada.
Delcy Narváez abrió la puerta con una sonrisa amable. Era una mujer de unos treinta y tantos, elegante sin pretensiones, con una mirada cálida y cabello recogido en un moño.
—Tú debes ser Victoria. Bienvenida, querida.
—Gracias, señora —respondió Victoria con educación y una pizca de nervios.
—Pasa, por favor. Lisseth me ha hablado mucho de ti y de tus tres pequeños. ¿Cómo se llaman?
—Valeria, Valentina y Victor —dijo con una sonrisa tímida.
—¿Trillizos? ¡Dios mío! ¡Debes tener súper poderes!
Victoria se rió con vergüenza.
—A veces lo creo, señora.
Durante la entrevista, Delcy le mostró la pequeña casa de empleados ubicada en los predios de la propiedad. Era modesta, pero acogedora, con dos habitaciones, cocina, baño y un pequeño patio con árboles frutales.
—Tú podrías vivir aquí con tus niños. Es segura, tranquila. Y si trabajas con nosotros, estarás cerca de ellos todo el tiempo.
Victoria no podía creerlo.
—¿En serio?
—Claro. El salario es justo, todas las prestaciones legales, y además, quiero ayudarte. Me encantaría que tus niños crecieran en un lugar así. Tú pareces una mujer fuerte, valiente. Y a mí me gusta rodearme de personas así.
Victoria sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
—Gracias, señora Delcy. No sabe lo que esto significa para mí.
—Llámame Delcy. Aquí no somos tan formales —le dijo con una sonrisa sincera mientras le ofrecía un café.
Lisseth, desde la cocina, le guiñó el ojo. Victoria le sonrió. No sabía si era el destino o la vida misma, pero por primera vez en mucho tiempo, algo bueno parecía abrirse ante ella.
Y sin saberlo el destino la acercaba cada día un paso más cerca de una nueva oportunidad para ser feliz.