La Redención De Una Mafiosa Renacida.

Luca se encuentra sentado en su oficina, ubicada en el último piso del gran rascacielos que es Lunaria. El olor a cedro reina en el lugar; la luz blanca del techo ilumina la amplia sala de su oficina. Las paredes de madera oscura están decoradas con grandes cuadros de arte y un retrato con su familia.

En el escritorio de roble descansaba su laptop, donde revisa los modelos próximos a lanzar.

Lleva un pantalón de vestir negro, diseñado exclusivamente para él, al igual que la camisa de lino blanco y el saco que descansa en el espaldar de su silla de cuero.

En el rostro del hombre, una sonrisa descansa, y la responsable de eso es esa rubia preciosa con rostro de ángel y actitud de fiera.

Su cara es graciosa; aunque no se considera un ser arrogante, es bastante serio.

Han pasado varios días desde la visita a Imperia y esa fue una locura: casi lo reconocen al toparse con un cliente con el que trabajó hace algunas temporadas atrás.

Todavía se ríe de las locuras que puede hacer por su pequeña Aurora.

Un golpe en la puerta lo sobresalta, sacándolo de sus pensamientos. Se acomoda en el asiento y responde:

—Adelante.

Unos segundos después, la puerta es abierta y un hombre de traje azul marino entra. Cabello rubio y ojos color miel, es de un metro ochenta y su cuerpo definido es resaltado por su atuendo.

—Hermano, qué gusto verte.

Luca sonríe y se levanta; sus cejas están levantadas y sus ojos abiertos, en sorpresa por volver a ver a su amigo.

—¡Luigi! ¿Cuándo volviste?

Da unos pasos más hacia él y lo abraza. Ambos se palmean la espalda por la emoción de volverse a ver.

—Llegué anoche, pero estaba demasiado agotado —sonríe, y Luca asiente moviendo su cabeza en afirmación.

—Pero siéntate.

Camina hasta un pequeño minibar a un lado de su escritorio y sirve dos tragos.

—Ten, es una muy buena sorpresa que hayas regresado.

El hombre frente a él toma un sorbo del líquido ámbar con hielo.

—Me urgía regresar. Mi padre cerca es como tener a un general al mando —su voz, a pesar de ser grave, tiene un deje divertido.

—¿Y tú? ¿Tu mamá por fin logró casarte con alguna estirada? —pregunta, y Luca solo puede reírse.

—Mi madre no lo logró, pero sí un ángel que conocí. Me trae loco.

Los ojos de su amigo se abren con exageración.

—¿Qué? ¿Este trago está alterado o escuché bien? ¿El gran Luca Grimaldi fue flechado? —se mofa, y Luca niega riendo.

—Escuchaste perfecto. Me caso... Bueno, apenas somos novios, pero me conoces: cuando me propongo algo, lo consigo.

La seguridad en su voz es impresionante.

—¿Y cómo se llama ese ángel? —pregunta el hombre, y a Luca le brillan los ojos; cada vez que la recuerda, sonríe.

—Aurora... Aurora Rossetti —suelta, y Luigi se pone serio mientras arruga las cejas.

—¿Te gusta la hija de tu competencia? Amigo, si esto no es una treta para quitarle la empresa, tu madre te va a matar —dice, y Luca se pone serio; su mandíbula se tensa de solo pensar en hacerle eso a su niña.

—¿Estás loco? Jamás le haría algo así, ni a ella ni a nadie. El trabajo a mí no me asusta y eres testigo de cómo he levantado esta empresa —su voz es grave y llena de molestia.

—Tranquilo, amigo. No lo dije por maldad. Sé que no eres así, pero conoces a tu madre —levanta las manos en defensa.

—De mi madre me encargo luego. Ya soy un hombre, y ni quiero a Aurora para un juego —dice ya más calmado. Las facciones de su rostro se relajan y su amigo trata de amenizar el momento.

—Vaya que te tiene en su dedo meñique. Pero me alegra, hermano. Esto hay que celebrarlo.

Su sonrisa es brillante y Luca está muy de acuerdo.

—Sí, amigo, necesitamos ponernos al día. Tú también debes contarme sobre ti.

—Lo haré, hermano.

El teléfono de la oficina suena; es su secretaria.

—Dime, Isaura —su tono vuelve a ser más serio.

—Disculpe, señor Grimaldi, pero hay una señorita que quiere hablar con usted.

Los ojos del hombre se abren en sorpresa y su corazón se acelera al imaginar que pueda ser Aurora. Ni siquiera pregunta nada más.

—Hazla pasar —dice sin pensarlo.

Una joven alta, de cuerpo esbelto, entra a su oficina. Su cabello es rojizo y sus ojos son de un verde oscuro. Lleva un vestido negro algo escotado y unos tacones de diez centímetros. El olor dulce de su perfume llena el lugar.

Los ojos de Luca se entrecierran para detallarla mejor y, aunque se le parece conocida, aún no la localiza del todo.

—¿Usted es? —pregunta mirándola fijo, al igual que Luigi.

—Digamos que soy una buena amiga.

Camina acercándose más a él.

—¿Tienes un minuto?

Observa a Luigi, y este observa a su amigo y asiente, haciéndole saber que no hay problema.

—Iré a saludar a tu madre, hermano. Más tarde nos ponemos al corriente —dice y sale del lugar, mientras la mujer se sienta sin esperar invitación.

—La escucho —la voz del hombre es severa y cortante.

Ella endereza su espalda y cruza sus piernas, logrando que el vestido se le suba y sus piernas torneadas queden a la vista.

—Sé de buena fuente que está saliendo con Aurora Rossetti.

El nombre de su amada en la boca de esa mujer le disgusta, y ni siquiera la conoce. De inmediato le regala una mirada intensa.

—¿Y eso en qué le afecta a usted? —habla con una frialdad que podría congelar todo.

—En nada, pero no quiero que usted pase lo mismo que yo. No le importó ser mi amiga para meterse con mi prometido.

Luca aprieta los puños; la sola idea lo llena de ira.

—¿Sabía que la difamación es un delito? —espeta, levantando una ceja.

—Estoy diciendo la verdad, oiga.

Saca de su cartera su teléfono y lo coloca en la mesa. Luego de esto, le da a reproducir, y la conversación de Aurora y Massimo resuena, pero algo alterada en comparación con la original.

Los ojos de él se oscurecen y sus dientes truenan de la presión.

—Soy Sabrina Cortesi, la prometida del CEO de Imperia, y a ella no le importó. Pero ¿qué se puede esperar? Siempre ha sido así —continúa soltando veneno, tal como hizo con Massimo.

Luca solo ve el teléfono de manera fija, sin pronunciar palabra alguna, pero su mente trabaja y le grita que no es posible que eso sea verdad.

Luigi.

Sabrina.