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Entre el Deber y el Deseo

Entre el Deber y el Deseo

Status: Terminada
Genre:Venganza / Matrimonio contratado / Mujer poderosa / Matrimonio arreglado / Completas
Popularitas:118
Nilai: 5
nombre de autor: Dana Cardoso

A los dieciséis años, fui obligada a casarme con Dante Moretti, un hombre catorce años mayor, poderoso y distante.
En sus ojos, nuestro matrimonio era solo un contrato; en los míos, era amor.
Fui enviada al extranjero para estudiar y, durante cinco años, viví con la esperanza de que algún día él realmente me viera.
Ahora, graduada y decidida, he vuelto a Florencia.
Pero lo que encuentro me destruye: mi esposo tiene a otra mujer y planea casarse de nuevo.
Solo que esta vez no será a su manera. Ya no soy la chica ingenua que dejó partir.
He vuelto para reclamar lo que es mío: el nombre, la fortuna, el respeto… y quizá, mi lugar en su cama y en su corazón.

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Capítulo 3

El reloj marcaba casi las diez de la noche cuando Dante Moretti finalmente apartó los ojos de la pantalla del ordenador. La amplia sala de su oficina en Florencia estaba sumida en la penumbra; solo la luz amarillenta de una lámpara de pie se reflejaba en los muebles de madera oscura y los papeles esparcidos. El silencio solo era interrumpido por el suave sonido del vino servido en dos copas.

—Necesitas descansar, amore —murmuró Mellinda, acomodándose en el brazo del sillón de él, con la sonrisa perezosa de quien se sentía demasiado a gusto en ese espacio.

Dante levantó los ojos. Mellinda Santori —linda, rubia, ambiciosa, hija de un importante empresario— era su compañía desde hacía casi un año. Una relación discreta, casi secreta, mantenida lejos de los ojos de la prensa y de los socios. Para muchos, Dante era un hombre soltero, casado solo con el trabajo.

Y, de alguna manera, era eso lo que él quería creer. El trabajo le servía de escudo, de excusa conveniente para mantenerse lejos de lo que más lo perturbaba: Bianca.

Desde que ella había regresado a Italia, él se había estado escondiendo detrás de informes, reuniones interminables y viajes de negocios que siempre parecían surgir a última hora. Cuando el reloj daba las nueve de la noche, él todavía estaba allí; no porque hubiera algo urgente, sino porque prefería enfrentarse a cualquier planilla antes que a los ojos de ella.

Los ojos que lo desarmaban, que lo hacían recordar promesas que nunca quiso cumplir.

Él apoyó la copa y se inclinó para besar a Mellinda, cuando una llamada seca en la puerta los interrumpió.

—Adelante —dijo, con voz firme, sin esconder la molestia.

El asistente, Carlo, apareció en la puerta. Estaba visiblemente tenso, lo que pronto llamó la atención de Dante.

—Señor Moretti, perdóneme que lo interrumpa, pero es urgente —dijo él, vacilante.

—Entonces dilo de una vez —respondió Dante, volviéndose hacia los papeles.

Carlo tragó saliva. —Tal vez sea mejor que hablemos en privado.

Mellinda arqueó una ceja, cruzando los brazos.

—Puedes hablar, Carlo. Aquí no existen secretos.

Dante no dijo nada. Solo se recostó en la silla, en silencio.

El asistente vaciló por un instante, luego soltó:

—Su esposa intentó ponerse en contacto. Como no lo consiguió, me pidió que le avisara que no dormirá en casa hoy, pues fue a visitar a su madre, señor.

La frase cayó en el aire como un trueno.

El sonido de vidrio rompiéndose resonó cuando Mellinda dejó que la copa se le resbalara de la mano. El vino se esparció por la alfombra, manchando el beige con un rojo oscuro, como sangre.

—Gracias, Carlo. Puedes retirarte. —La voz de Dante salió baja, controlada, casi fría.

—¿Su... esposa? —repitió Mellinda, con voz temblorosa—. ¿Esto es alguna broma, Dante?

Él cerró los ojos por un instante. —Mellinda... no es lo que estás pensando.

—¿Ah, no? —Ella soltó una risita incrédula—. ¡Porque parece exactamente lo que estoy pensando! ¡Estás casado y nunca me lo contaste!

—Es más complicado que eso —respondió él, levantándose—. El matrimonio no fue una elección mía. Fue... una promesa.

—¿Una promesa? —Ella cruzó los brazos, dolida y furiosa—. ¡Una promesa no justifica mentiras! Me hiciste creer que yo era la única mujer de tu vida.

—Mellinda, ella era una niña cuando nos casamos —dijo él, intentando mantener la voz calmada—. Era el deseo de mi padrino. Yo solo... cumplí mi palabra.

Pero las explicaciones parecían inútiles. Mellinda ya tomaba su bolso, con los ojos llorosos y la rabia hirviendo en la voz.

—Entonces tal vez deberías ir hasta tu esposita... para visitar a su madre como el buen hijo y marido que eres.

La puerta se cerró con fuerza tras ella, dejando un silencio pesado en el aire.

Dante se quedó parado por un instante, mirando el vino derramado en la alfombra, el símbolo perfecto de la confusión que se extendía nuevamente en su vida.

Con un suspiro, se sentó de nuevo, masajeándose las sienes.

"Cinco años...", pensó. Cinco años desde que Bianca se había ido. Una adolescente impulsiva, de ojos verdes y cabello oscuro, que lo miraba con una mezcla peligrosa de admiración y ternura.

Él la había mandado lejos creyendo que, con el tiempo, todo se resolvería. Que ella lo olvidaría.

Pero el destino parecía tener planes diferentes.

Ahora, con ella de vuelta en Villa Moretti, durmiendo bajo el mismo techo, cada noche se convertía en un campo minado. Él fingía tener reuniones hasta tarde, fingía tener cenas de negocios. Fingir se había convertido en su forma de sobrevivir.

—Carlo —llamó, con voz ronca. El asistente, que esperaba afuera, reapareció.

—¿Señor?

—Mañana, quiero que el chófer vaya a buscarla. Dile que la lleve directamente a Villa Moretti.

Carlo asintió. —¿Necesita algo más, señor?

Dante fijó la vista en la ventana, con la mirada perdida en el horizonte de Florencia iluminada.

—No. Eso es todo.

Mientras el asistente salía, Dante se quedó solo con sus pensamientos.

Con ella cerca, todo lo que él intentaba enterrar volvía a la superficie: el deber, la culpa y aquel sentimiento que jamás consiguió nombrar, pero que ahora amenazaba con resurgir, tan peligroso como antes.

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