Santiago Jr. y Maggie se casaron en una noche de copas en Las Vegas. Ella desapareció después de la noche de bodas y Santiago Jr. comenzó a buscarla para corregir su error y divorciarse. Pero Maggie después de esconderse por meses viene dispuesta a sacarle a Santiago Jr. hasta el último dólar a cambio de darle su libertad.
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CAPÍTULO 3
Santiago Jr. terminó de llenar el cheque y se lo entregó a su esposa.
Maggie observó con emoción su nombre en el cheque. Al parecer finalmente la vida les daría un respiro.
Santiago Jr. se acercó a ella y le arrebato el cheque.
—No tan rápido. Señora Santibáñez. Usted debe firmar este recibo porque después no quiero amnesia, ni pérdidas de memorias. Si usted acepta el trato. Solo te resto cuatro millones.
Maggie tomó el bolígrafo y firmó con sumo cuidado. Santiago Jr. la miró detalladamente y guardó el recibo en su portafolios. Antes de acercarse a ella.
—Bueno, esposa mía. Ya cumplí, ahora creo que merezco, aunque sea un beso.
Maggie soltó una pequeña risa y se acercó a él, le dio un beso fugaz en la nariz y caminó hacia la salida. Su corazón se relajó cuando giró la perilla de la puerta y la abrió sin ningún problema ante la mirada incrédula de Santiago Jr. que solo comenzó a reír a carcajadas.
Maggie salió del hotel y había un auto esperándola. Ella miró al chófer con desconfianza y el hombre le extendió un teléfono celular.
—Disculpe, señora Santibáñez, pero el señor quiere hablar con usted.
Maggie entrecerró los ojos y tomó el celular.
—¿Ya me extrañas, amor? —le preguntó Maggie y una fuerte carcajada se escuchó del otro lado.
Santiago Jr. no podía negar que su esposa era muy divertida. Sin embargo, sabía qué sus palabras iban a borrarle esa sonrisa.
—Ja, ja, ja. Esposa mía. ¿No pensarás irte sin tu chófer y tu escolta? Recuerda que eres una señora Santibáñez.
—¡Ni se te ocurra, idiota! —le reclamó Maggie. Con un tono de voz que reflejaba nerviosismo y ansiedad.
Otra carcajada se escuchó a través del teléfono.
—Ja, ja, ja. Amor con ellos vas a estar muy segura. Son veteranos expertos en evitar intentos de fuga y escape. Desde hoy ellos serán tu sombra.
—Claro que no. Santiago Jr. no necesito niñera. Yo estoy muy bien sola.
—Esa decisión no es tuya. Eres mi esposa. Una legítima señora Santibáñez y es mi deber protegerte.
—Mira. Idiota. ¿Por qué no le pusiste esto a la zorra prepago? Yo no voy a engañarte si es lo que temes. Así que aleja a tus gorilas de mí.
Santiago Jr. sintió una punzada en el corazón al pensar en Mara. Pero no por eso dejará escapar a esta altanera.
—Adiós. Esposa mía. Cuídate mucho. —Santiago Jr. le lanzó un beso a Maggie y colgó el teléfono.
Maggie maldijo a sus adentros y observó el rostro de los dos hombres. Definitivamente, escaparse de ellos no será fácil. Entonces, por lo menos, usará el auto para llegar más temprano al banco.
El trayecto fue corto. Maggie vio al escolta acercarse y abrirle la puerta.
Ella llegó al banco y depósito el cheque. Mientras el dinero estaba en el auto. Después le dio al chófer una dirección. Necesitaba evadir a estos dos idiotas. El amor de su vida estaba esperando por ella.
Maggie se bajó en el centro comercial con el bolso del dinero. Entró en una tienda y compró muchas cosas. El chófer la ayudo con los paquetes. Después entró a otra y el escolta tuvo que cargar paquetes también.
—Cuidado con eso. Son copas de cristal. —les advirtió a cada uno.
—No se preocupe, señora.
Los hombres caminaban despacio. Hasta que Maggie llegó a la puerta del ascensor y los miró a ambos de reojo. El ascensor estaba lleno de personas y era evidente que debían esperar.
Las puertas estaban a punto de cerrarse cuando Maggie corrió y se metió dejando afuera a los dos hombres que, apenas reaccionaron, comenzaron a caminar rápido hacia las escaleras.
Maggie comenzó a correr sin mirar hacia atras. Ella detuvo un taxi y se subió.
Los hombres llegaron a su auto y llamaron a Santiago Jr. para informarle lo ocurrido. Ellos estaban sorprendidos, porque su jefe no dejaba de reírse de las ocurrencias de su esposa.
—No se preocupen. Vénganse para acá. Ella no irá muy lejos. —Santiago Jr. sacó su celular del bolsillo y presionó la aplicación de GPS y activó el rastreador que estaba en el bolso del dinero.
Maggie, por su parte, se sintió aliviada cuando llegó a su destino sin ser atrapada por los gorilas.
Ella bajó del auto y caminó con prisa hacia el interior del lugar.
—¡Marie! —Se escuchó una voz familiar detrás de ella.
Maggie se giró y abrazó a la mujer vestida de blanco que estaba frente a ella.
—¡Hola! Camil ¿cómo está ella? —le preguntó con la voz entrecortada.
La joven mujer la abrazó con fuerza y le susurró:
—Lo siento.
Maggie se alejó de ella, para mirarla a los ojos y la mujer bajó la cabeza para escapar de su mirada.
Maggie negó con la cabeza y comenzó a correr por el pasillo hasta el área de terapia intensiva.
Ella, sin pensarlo, entró y su corazón se detuvo al ver la cama rodeada de médicos.
—¿Qué demonios; creen que hacen? ¡¡Ni se que les ocurra tocarla!! —les gritó señalándolos con el dedo.
El jefe del servicio se acercó a ella, con una actitud apacible.
—Marie. Ya son dos años. Ella no va a despertar, es hora de dejarla ir.
—Esa no es tu decisión.
—Marie. El hospital ya no puede seguir gastando recursos en ella. Hay personas con más esperanzas de vida que necesitan esos equipos.
—¿De eso se trata? ¿De dinero? Pues entonces, toma. —Maggie metió la mano en el bolso y sacó un fajo que, según sus cuentas eran diez mil dólares y se los entregó al doctor.
El hombre se sorprendió y negó con la cabeza.
—Marie. Sabes que la probabilidad de que reaccione es de una en un millón. Déjala descansar en paz.
El corazón de Marie se contrajo, un nudo se formó en su garganta y muchas lágrimas salieron de sus ojos. Mientras ella negaba repetidamente con la cabeza. Entonces volvió a meter la mano en el bolso y sacó otro fajo.
—Quiero que compres todo lo que necesite para estar más cómoda. Quiero una nueva cama con colchón. Una enfermera las veinticuatro horas y todo lo que necesites. Si te falta dinero, me avisas.
El doctor tomó el dinero y trató de convencer a sus colegas de que lo apoyarán a complacer a la joven mujer.
—Está bien, Marie. Voy a tratar de convencer al director. Pero si no acepta, tendrás que trasladarla a una clínica, pero ahí te va a salir muy costoso.
La joven mujer, asintió y abrazó al Galeno.
—Gracias.
Todos salieron y Marie caminó hacia la cama. Ella se encorvó y besó la frente.
—Tranquila. Así tenga que venderle el alma al diablo. Tú no vas a ningún lado. No puedes dejarme. —le susurraba a la paciente al oído.