Abril es obligada a casarse con León Andrade, el hombre al que su difunto padre le debía una suma imposible. Lo que ella no sabe es que su matrimonio es la llave de un fideicomiso millonario… y también de un secreto que León ha protegido durante años.
Entre choques, sarcasmos y una química peligrosa, lo que empezó como una obligación se convierte en algo que ninguno puede controlar.
NovelToon tiene autorización de N. Garzón para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 17
Abril
Recordar lo que León dijo sobre mis decisiones me tomó por sorpresa… y también me alegró más de lo que quería admitir. Aunque peleamos todos los días, he visto la forma en que toma decisiones: fría, práctica, casi matemática. En un año se liberará el fideicomiso que dejó mi padre y él tendrá acceso al dinero que haga falta. Pensar en eso me tranquiliza un poco; podré comprar más tierras o incluso comprarle el 70% que actualmente tiene.
Si es que para entonces no lo he asesinado en la cocina con un sartén de hierro.
Hoy íbamos a ir a la ciudad. León no podía ocultar la emoción que le producía lanzarse del edificio más alto, una cosa absurda que él llama puenting urbano y yo llamo ganas de morirse antes de tiempo. Yo iba a ver a mis amigas y quedarme con mi mamá. En resumen, sería un fin de semana sin vernos la cara, y sinceramente creo que eso era lo que más lo tenía emocionado.
La señora Elvira viajaría con nosotros para visitar a una hermana. Cuando subimos a la camioneta, intenté tomar el asiento trasero para que ella fuera cómoda adelante, pero se negó con esa dulzura que a veces me desarma.
—No, mi niña —dijo moviendo la mano—. Si ustedes dos deciden iniciar una pelea, yo puedo quedar en la mitad si estoy adelante. Aquí atrás soy invisible.
Me reí y me disculpé. León hizo lo propio.
El camino fue silencioso. Siempre conducía igual: firme, constante… o quizá era la camioneta Lexus GX 550, que hacía que todo pareciera flotar. Me dormí, más que nada para no discutir.
Me desperté cuando entrábamos a la ciudad. Había tráfico por todas partes. La señora Elvira se inclinó hacia adelante y dijo:
—Mi niño, déjame aquí cerquita y yo tomo un taxi. Así no llegan tan tarde.
—No, nana —respondió León sin pensarlo—. Yo te dejo en la puerta de la casa de tu hermana. Y te recojo el domingo. Solo dime la hora en estos días.
Ella le dio un pellizco suave en la mejilla. Él sonrió.
—La fea durmiente despertó —murmuró él, mirándome.
La señora Elvira le golpeó el brazo. Él fingió dolor.
—Qué infantil eres —le dije.
—Gracias —respondió, como si fuera un cumplido.
Llegamos a una casa muy alejada del sector donde vivía mi madre. León acompañó a la señora Elvira hasta la puerta y cargó su maleta. Una mujer mayor abrió y lo abrazó con cariño. Intercambiaron unas palabras y volvió a la camioneta.
—Se ven tiernas —dije cuando él volvió a su asiento detrás del volante.
—Lo son.
—¿Y a qué hora te cuelgan de las patas? —pregunté
—El puenting. —Revisó su celular—. A las diez… no, a las once. Mejor, así desayuno.
Dos horas más tarde, después de otro silencio cómodo, me dejó en casa de mi madre. Él la saludó cordialmente; mi mamá lo invitó a pasar, pero León declinó con mucha educación.
Lo agradecí en silencio.
Mi madre me miró con expresión divertida.
—A ti te cae mal —dijo cuando entramos—, pero a mí me parece buena persona.
—Mamá… —bufé—. Es irritante, mandón, terco, frío, controlador. Parece que nació para dar órdenes. Y siempre cree que tiene la razón.
Ella me levantó una ceja.
—Del odio al amor, solo hay un paso.
—Pues yo voy en dirección contraria —mentí con descaro.
Fue una noche tranquila
Me encontré con mis amigas para almorzar al día siguiente. Apenas me senté en la mesa empezaron a bombardearme con preguntas sobre la luna de miel.
—¿Se siente diferente hacerlo casada? —preguntó Helena con total descaro.
Mi cara ardió como si me hubieran encendido una lámpara roja en la frente.
—¡No! Claro que no… —balbuceé.
Todas me miraron como lobas oliendo chisme.
En ese instante se acercó un mesero.
—¿Señora Andrade va a hacer uso de su membresía?
Mis amigas se quedaron congeladas, disimulanso sus risas tras las palabras.
"señora Andrade".
Yo sonreí de puro nervio.
—Eh… ¿membresía? No recuerdo haber hecho una.
El mesero bajó la voz.
—Su esposo es dueño del cincuenta por ciento del restaurante.
Mis amigas abrieron la boca al mismo tiempo, como coreografiadas.
—Sí, usaré la membresía —dije para no quedar en ridículo.
Apenas se fue, les mandé un mensaje a León:
“Hice uso de una membresía del restaurante donde estoy, pero te devuelvo el dinero.”
Contestó a los pocos minutos:
“No hay problema. Disfruta.”
Le agradecí.
—¿Qué fue eso? —preguntó Helena.
—No lo sé, en serio —dije. Y lo pensaba de verdad. Ni siquiera tenía idea de todo lo que él tenía o manejaba.
Por un momento pensé:
¿Y si León es narcotraficante? ¿O testaferro? ¿O lava dinero de la mafia?
No sería tan descabellado… aunque sufre cuando no encuentra la tapa del termo. Un mafioso no hace eso.
Cuando salimos del restaurante, alguien tomó mi brazo con fuerza. Un dolor agudo me hizo soltar un quejido. Me giré.
Era un hombre mayor: gordo, calvo, con pelo blanco en el pecho asomándose por la camisa abierta. Olía a colonia barata, tabaco viejo y alcohol.
—Tú eres la hija de Perdomo —dijo entre dientes—. Tú eres Abril Perdomo.
Mi corazón dio un salto.
—¿Quién es usted?
El hombre me apretó un poco más.
—Tu padre me debía mucho dinero. Mucho. Y me prometió que casándote conmigo, yo iba a recuperar lo mío. Dijo que todo estaba en ese fideicomiso…
Mi alma abandonó mi cuerpo.
El hombre sonrió sin humor.
—Y quiero saber cuándo piensas pagar.