Ella necesita dinero desesperadamente. Él necesita una esposa falsa para cerrar un trato millonario.
El contrato es claro: sin sentimientos, sin preguntas, sin tocarse fuera de cámaras.
Pero cuando las cámaras se apagan, las reglas empiezan a romperse.
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El día que deje de temerle
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...CAPÍTULO 8...
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...EMMA RÍOS...
La cena había sido un éxito para todos… menos para mí.
Sonrisas, flashes, halagos falsos, Leonardo fingiendo que no me odiaba, y yo fingiendo que no me importaba.
Aparentemente éramos la pareja del año, pero por dentro yo solo quería arrancarme los tacones, el maquillaje y todo rastro del papel que me había tocado interpretar.
Cuando por fin se acabó el circo, me dolían hasta las pestañas postizas. Susan me acompañó hasta el recibidor mientras Leonardo daba órdenes con su tono de siempre: autoritario, seco, imposible.
Yo ya había tenido suficiente.
Subí a mi habitación, volvi a cambiarme y agarré mi bolso —el que combinaba con los zapatos de la cena— y sin decir nada lo colgué del hombro. Bajé con toda la tranquilidad del mundo. Susan me miró, curiosa, mientras yo revisaba las llaves y el celular.
—¿El auto está listo? —le pregunté, ignorando la mirada inquisitiva de Leonardo.
Él se giró de inmediato, con el ceño fruncido.
—¿A dónde vas?
Alcé una ceja y sonreí como si la pregunta me pareciera graciosa.
—No quiere saberlo. Y además, tampoco debería importarle.
El silencio cayó como un golpe seco. Susan abrió los ojos como si hubiera visto un fantasma.
Leonardo me observó con incredulidad, como si no entendiera que alguien pudiera hablarle así.
—Creo que ya te estás pasando conmigo, Emma —dijo entre dientes—. Y te exijo respeto.
Yo ya no podía contenerme. La rabia llevaba horas cociéndose a fuego lento desde que lo vi con Bianca. Y no porque me interesara, realmente es porque me parece injusto que el si pueda seguir con su vida social y yo no.
Me crucé de brazos, respiré hondo y le respondí con una sonrisa tan sarcástica que hasta Susan retrocedió un paso.
—¿Respeto? Oh, claro. Más bien, vaya a llorar a su habitación si no le gusta lo que una adulta de veintitrés años hace con su vida.
Él se tensó, mirando hacia otro lado, esa forma que tenía de contenerse cuando estaba a punto de explotar.
—Está muy tarde —dijo al fin, más bajo, como si su tono autoritario se le hubiera escapado—. Tal vez sea peligroso que andes sola.
Me reí, despacio.
—¿Y quién le dijo que andaría sola?
Leonardo giró el rostro con brusquedad, los ojos oscuros, tratando de descifrar si lo estaba provocando o si hablaba en serio.
—¿Con quién estarás? —preguntó, esta vez más tenso.
Me acerqué un poco, lo suficiente para que solo él me escuchara, y dije con una calma afilada:
—Eso no es de su incumbencia. Solo sepa que… usted se divirtió hace unas horas. Yo haré lo mismo.
Lo dejé con la boca abierta, sin palabras, con esa expresión que pocas veces había visto en su rostro: desconcierto.
Por un instante pareció querer decir algo más, pero se limitó a tragar saliva y mirar hacia el suelo.
Después, en tono seco, murmuró:
—Susan, acompáñela.
—Por supuesto, señor Blake —respondió ella, conteniendo una sonrisa.
En la camioneta, apenas nos alejamos de la mansión, ambas explotamos en risas.
—¡Le viste la cara?! —dijo Susan, golpeando el volante con la mano—. Parecía que acababas de decirle que ibas a robarle la empresa.
—Eso fue mejor —respondí, secándome una lágrima de risa—. No pensé que se pondría tan nervioso.
—Creo que nadie le habla así.
—Bueno, alguien tenía que recordarle que no es el centro del universo.
Susan giró hacia mí, divertida.
—¿Y de verdad vas a encontrarte con alguien?
—Sí —dije sin dudar—. Con mi ex.
Ella me miró sorprendida, pero no preguntó más. Solo asintió y aceleró.
El silencio se llenó con el sonido del motor y mis pensamientos, que daban vueltas sin parar.
Martín.
Mi corazón se encogió solo de pensarlo.
No lo veía desde aquella conversación horrible en la que tuve que decirle que estaba con otro.
No sabía si me recibiría, si me odiaba o si simplemente se había olvidado de mí.
Pero necesitaba verlo.
Necesitaba un respiro de la farsa en la que estaba viviendo.
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El bar estaba medio lleno.
Entré con paso firme, aunque por dentro me temblaran las piernas.
Y ahí estaba él.
Martín.
En una mesa al fondo, con una camisa blanca arremangada, el cabello un poco más largo, y esa sonrisa que me conocía de memoria.
Cuando me vio, su gesto cambió.
No era rabia. Tampoco sorpresa. Era algo entre ambas cosas.
—Vaya —dijo cuando me acerqué—. La futura señora Blake.
—Hola, Martín —respondí, intentando mantener la voz estable.
—Creí que ya no querías volver a verme.
—No podía… antes.
—¿Y ahora sí puedes?
Me quedé callada un segundo, buscando las palabras correctas.
—Necesitaba verte. Aunque sea una última vez.
Él soltó una risa amarga y dio un sorbo a su trago.
—¿Eso le dices a todos tus jefes millonarios antes de casarte con ellos?
—No empieces —le pedí, y mi voz sonó más dolida de lo que quería admitir—. No entiendes nada.
—Tienes razón. No entiendo. —Dejó el vaso sobre la mesa—. No entiendo cómo pasas de ser mi novia a aparecer en todas las redes con un tipo como ese. No entiendo por qué me mentiste.
Tragué saliva. No podía contarle la verdad. El contrato lo prohibía.
Así que mentí, una vez más, pero de una manera diferente.
—Porque necesitaba hacerlo. Porque no tuve opción.
Martín me miró con de enojo y ternura.
—Siempre tienes opción, Emma.
—No cuando la vida te aprieta el cuello —le respondí, sin pensarlo—. No cuando tienes a tu hermana en un hospital y las cuentas no paran de llegar.
El silencio que siguió fue pesado. Martín bajó la mirada y, por un momento, creí ver compasión en sus ojos.
—A veces…no te entiendo —murmuró.
—Yo tampoco no me entiendo —contesté.
Él sonrió apenas.
—Sigues igual. Sarcástica incluso cuando todo está del carajo, mi vida.
Nos quedamos así, frente a frente, sin saber si hablar o huir.
—Te ves hermosa —dijo al fin—. Más… sofisticada.
—Admito que el témpano de hielo me paga bien últimamente.
Él se rió, esa risa que siempre me había desarmado.
—Extrañaba eso —admitió—. Tu forma de responder cuando estás nerviosa.
—No estoy nerviosa.
—Claro que lo estás. Siempre te tiemblan las manos cuando mientes.
Miré mi copa. Sí, me temblaban.
No podía negar que seguir viéndolo dolía.
Martín representaba todo lo que había dejado atrás para poder sobrevivir.
—¿Y tu nuevo esposo sabe que estás aquí? —preguntó, con un dejo de celos.
—No es mi esposo todavía.
—Pero lo será.
—Es complicado.
Martín suspiró, se inclinó hacia mí y me rozó el dorso de la mano con los dedos.
—Nada contigo fue sencillo, amor. Ni siquiera olvidarte.
Esa simple frase me rompió algo por dentro.
Las palabras se mezclaron con el alcohol, y antes de darme cuenta, ya estábamos riéndonos, recordando cosas que dolían y no debían recordarse.
Una copa llevó a otra, y después a otra.
Hasta que la distancia entre nosotros se volvió mínima.
—Sigues volviéndome loco—susurró, acercándose.
—Y tú sigues sabiendo cómo meterte en problemas —le contesté con una sonrisa torcida.
No sé quién se movió primero. Solo sé que, de pronto, estábamos bailando entre la gente, tan cerca que podía sentir su respiración en mi cuello.
La música era lenta, y sus manos, seguras, como si nunca me hubiera dejado ir.
—Te extrañé—murmuré.
—Yo me estaba ahogando sin ti, mi vida—respondió antes de besarme.
Y ese beso fue todo lo que recordaba y todo lo que había intentado olvidar.
Doloroso, intenso, inevitable.
Las copas, la risa, los recuerdos, todo se mezcló hasta que solo existió el deseo.
Cuando salimos del bar, el aire de la noche nos golpeó en el rostro. Sus dedos se entrelazaron con los míos como si el tiempo nunca hubiera pasado.
Me acerqué a la camioneta donde Susan me esperaba con los brazos cruzados y una sonrisa que decía “te vi toooodo”.
—Vaya, veo que la señorita contratada para fingir matrimonio decidió practicar los votos… con otro —bromeó ella.
—Ay, Susan, no empieces —dije, intentando no reírme.
—¿Y ese quién es? ¿El fantasma del pasado o la nueva distracción del presente?
—Mi ex.
—¡Ah, peor! —rió—. Eso siempre termina en lágrimas o con los dos sin ropa… o las dos cosas.
Me giré hacia Martín, que me esperaba a unos pasos, con esa mirada que me hacía olvidar mis propias reglas.
—Susan —le dije bajando la voz—, puedes irte a descansar. No te preocupes por Blake, yo hablo con él.
—¿Tú? ¿Hablar con Blake? —arqueó una ceja—. Ese hombre tiene el sentido del humor de un ataúd, Emma. Si se entera de esto, me despide, te entierra viva y después hace un comunicado oficial negando todo.
—Entonces que niegue lo que quiera —sonreí de lado—. Esta noche no soy su empleada, ni su prometida, ni su problema.
Susan me observó con una mezcla de miedo y orgullo.
—Bueno, si mañana no apareces, le diré que estás con Gisela y le diré a Gisela que te cubra, porque te secuestró un jeque millonario y estás feliz.
—Perfecto. —Me giré para irme—. Dile que no mande rescate, estoy bien atendida.
Susan se tapó la boca para no soltar una carcajada.
—Dios mío, este chisme me va a dar vida.
Me alejé riendo, mientras Martín me tomaba de la mano.
Susan aún gritó desde la ventana:
—¡Usa protección y no firmes más contratos raros!
—¡Buenas noches, Susan! —grité sin voltear.
Finalmente llegamos a su edificio, subimos al ascensor sin hablar, sin pensar.
Y antes siquiera de cruzar la puerta de su apartamento, ya nos estábamos buscando.
Sus labios, mi piel, el temblor en su respiración.
No hubo palabras, solo el eco de todo lo que habíamos callado por tanto tiempo.
qué bueno ....porque estaba pensando en varias maneras de desaparecer te sin dejar rastros 🤫😎
impotencia, dolor, decepción y amor....tan igual como Emma 🤦🏼♀️
tú gran CEO....te buscas una pendeja que te aguante tus delirios y todos felices
Escrito
😤🤦🏼♀️.... ay.....es que me lleva....
Yazz..... siento que las bilis se me revuelven del coraje !!!!! 😤😤😤😤😤