Mi nombre es Carolina estoy casada con Miguel mi primer amor a primera vista.
pero todo cambia en nuestras vida cuando descubro que me es infiel.
decido divorciarme y dedicarme más tiempo y explorar mi cuerpo ya que mis amigas me hablan de un orgasmo el cual desconozco y es así como comienza mi historia.
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Capitulo 20
Margaret se acercó a la mesa donde estaba Carolina, quien había permanecido en silencio observando todo a su alrededor. La señora llevaba una copa de vino en la mano y una expresión amable en el rostro.
—¿Están bien, chicas? —preguntó Margaret, dirigiendo su atención tanto a Carolina como a Patricia.
—Sí, señora Margaret. Todo está perfecto, gracias —respondió Carolina con una sonrisa cortés.
La mirada de Margaret recorrió el jardín, notando que Carolina estaba sola con sus amigas.
—Veo que no vino tu esposo —comentó con tono curioso pero suave—. Me hubiera gustado conocerlo.
Carolina bajó un poco la mirada, incómoda, y respondió con un tono neutro:
—No pudo venir, lo siento. Tenía compromisos en el trabajo.
Margaret asintió lentamente, estudiando por un momento la expresión de Carolina. Luego, colocó una mano sobre su hombro de manera reconfortante.
—No te preocupes, querida. Siempre hay una próxima ocasión. Bueno, las dejo para que sigan disfrutando de la noche.
Margaret se retiró con elegancia, y Patricia se inclinó hacia Carolina en cuanto la señora estuvo fuera de su alcance visual.
—¿Y bien? ¿Qué excusa puso Miguel esta vez?
Carolina suspiró y negó con la cabeza, tratando de mantener la compostura.
—Nada, Patricia. Ya sabes cómo es.
Patricia hizo un gesto de desaprobación, pero no insistió más, dejando que Carolina volviera a sumirse en sus pensamientos mientras las luces del jardín iluminaban la elegante velada.
Andrea estaba caminando por el jardín, tomando fotos con su teléfono mientras disfrutaba de la tranquilidad del lugar. De repente, vio a una niña pequeña jugando cerca de un seto decorado con luces. La curiosidad la llevó a acercarse.
—Hola, niña —saludó Andrea con una sonrisa cálida.
La niña levantó la vista, sorprendida, pero le devolvió la sonrisa.
—Hola —respondió con timidez.
—¿Eres una invitada a esta fiesta? —preguntó Andrea, intentando romper el hielo.
—Sí, vine con mi abuela —contestó la niña mientras abrazaba un oso de peluche casi tan grande como ella.
Andrea se agachó un poco para estar a su altura.
—¿Cómo te llamas?
—Gabriela. ¿Y tú?
—Andrea.
—Te llamas como mi mamá.
Gabriela abrió los ojos con sorpresa.
—¿De verdad? ¡Eso es genial!
Andrea rió con ternura.
—Sí, lo es. Oye, ¿quieres jugar conmigo?
Gabriela asintió emocionada y extendió su mano hacia Andrea.
—¡Sí, claro!
Ambas comenzaron a correr y jugar por el jardín, entre risas y juegos, mientras los adultos seguían inmersos en sus conversaciones. Andrea no podía evitar sentir una conexión especial con Gabriela, aunque no sabía muy bien por qué.
Carolina caminaba entre los invitados, esquivando a las personas que charlaban animadamente. Su mente estaba concentrada en encontrar a Andrea, pero al alejarse un poco de la multitud, algo captó su atención.
A unos metros, en un rincón semioscuro del jardín, reconoció una silueta familiar. Sus pasos se detuvieron cuando sus ojos enfocaron la escena. Era Miguel, su esposo, besándose apasionadamente con otra mujer.
Su respiración se aceleró, y el tiempo pareció detenerse. Sintió cómo su mundo se tambaleaba en cuestión de segundos.
—¿Miguel? —dijo en un tono entrecortado, con incredulidad y dolor en su voz.
Miguel, sobresaltado, se separó rápidamente de Emely y volteó hacia Carolina. Su rostro pasó de la sorpresa a la incomodidad.
—Carolina... —balbuceó, intentando encontrar las palabras.
Emely, por su parte, no dijo nada, pero miró a Carolina con una mezcla de altivez y desconcierto.
Carolina lo observó, esperando una explicación que sabía que no llegaría. Las palabras se atoraban en su garganta, y las lágrimas amenazaban con salir, pero se negó a derrumbarse frente a ellos.
—No esperaba esto de ti, Miguel —dijo finalmente, con voz firme y cargada de dolor.
Miguel dio un paso hacia ella, su expresión era una mezcla de nerviosismo y vergüenza.
—Carolina... ¿qué haces aquí? —preguntó con un tono que intentaba ser calmado, pero que no ocultaba su incomodidad.
Carolina lo miró con los ojos llenos de dolor y furia contenida.
—Eso mismo te pregunto yo, Miguel. ¿Qué haces aquí... y besándote con esta mujer? —su voz se quebró ligeramente, pero mantuvo la firmeza.
Miguel intentó acercarse, levantando una mano en señal de apaciguamiento.
—Carolina, no es lo que parece...
—¿No es lo que parece? —lo interrumpió, dando un paso atrás—. Me has estado mintiendo todo este tiempo, Miguel. ¿Esto es lo que haces mientras yo me esfuerzo por salvar nuestro matrimonio?
Emely, que había permanecio en silencio,viendo la escena.
Miguel intentó tomar la mano de Carolina, pero ella lo apartó con un movimiento rápido.
—Carolina, hablemos en la casa. Por favor, no hagamos una escena aquí.
Ella lo miró fijamente, su respiración acelerada, su corazón latiendo con fuerza.
—¿Hablemos en la casa? —repitió, incrédula—. ¿Después de esto? No sé si quiera verte cuando llegues, Miguel.
Sin esperar su respuesta, Carolina giró sobre sus talones y se dirigió de regreso hacia la casa. Su mundo, que ya sentía fracturado, se desmoronaba con cada paso que daba.