La Debilidad Del Capo

Venecia

Corro detrás de Mauro cuando la reunión termina.

–¡Espérame! –le pido cuando correr con tacones tan altos no resulta tan fácil como en las películas.

–Ocupado –devuelve sin detenerse.

Tropiezo y suelto una grosería que haría sentirse, a mi hermano y a mis primos, orgullosos. Miro en dirección a Farina, pero sigue sin siquiera voltear a ver qué pasó conmigo.

–Pedazo de mierda –gruño en español, sabiendo que no podrá entenderme.

–¡Sé español! –dice y siento como todo mi cuerpo pierde la sangre.

Mierda. Mierda.

Piensa rápido, Venecia, me digo.

–Esta mierda de tacones –gruño en español nuevamente.

–No nací ayer –agrega antes de entrar a otra sala de juntas, y esta vez me deja afuera.

Idiota.

Me guardo la triada de insultos que tengo en mi garganta y, resignada, camino a mi oficina.

Sí, tengo mi propia oficina.

A pesar de lo pesado que está resultando tratar con Mauro, me alegra estar aquí. Mi oficina es enorme y tiene una hermosa vista a la ciudad.

Antes de entrar camino al lugar donde tienen la docena de máquinas de café. Necesito cafeína para mantenerme en pie. Anoche casi no dormí, ya que la ansiedad de este día no me lo permitió.

–Curioso. ¿No lo crees?

Me giro cuando escucho a la secretaria de Mauro a mi espalda.

–¿Disculpa?

–Solo digo que es curioso que una recién llegada como tú, sin ofender –agrega con un sonrisa falsa–, tenga su propia oficina, y en este piso.

–Soy la becaria, tengo que trabajar en algún lado –digo mientras me preparo un espresso triple.

–La becaria que llegó el año pasado tenía un minúsculo escritorio en el segundo piso, en el área de contabilidad. Y si mal no recuerdo, sigue ahí.

Me giro cuando mi espresso está listo. –¿A qué quieres llegar?

–Solo digo que chuparla para llegar a la cima no habla muy bien de una persona.

Me rio antes de beber un sorbo. –Mira… Natasha. Es Natasha, ¿verdad? –pregunto y ella asiente de mala manera–. No soy ese tipo de chica.

–No te creo.

Vuelvo a soltar otra risa. –No me importa. Lo que tú o cualquiera pueda pensar de mí me tiene sin cuidado –devuelvo–. Y créeme que, si quisiera chupar pollas para ascender, Farina sería el último de la lista –agrego antes de caminar a mi oficina.

Perra.

Miro la hora y suspiro. Son más de las siete de la tarde, pero no pienso irme de aquí antes de hablar con Farina acerca de la reunión.

No creo que sea la decisión correcta comprar esa piel a ese valor. Está muy inflado el precio, con razón los proveedores firmaron sin poner ni un pero, ni siquiera a la cláusula de exclusividad, pero imagino que ni Hermès ni Chanel les ofrecerá ese precio.

Si ese es el precio de entrada, en dos años, cuando puedan renegociar los términos, pedirán más, y los costos aumentarán, disminuyendo la utilidad.

Sé que Farina tiene dinero a raudales, pero esto sigue siendo un negocio. Y si no cuida sus intereses ahora, será más difícil hacerlo en un futuro.

Mi celular comienza a sonar y sonrío cuando veo el nombre en la pantalla. Justo el hombre con el que me apetece hablar.

–Hola, guapo –saludo mientras reviso el correo que me envió el departamento de Recursos Humanos con mi contrato.

–¿Cómo está mi chica favorita? –pregunta y sé que está sonriendo. Gesto poco habitual en Nico, pero él y yo, desde niños, hemos tenido una conexión especial.

–Aquí –suspiro–. Empezando de nuevo.

–Eva me llamó –dice y mi corazón se contrae–, pero no quise contestarle. Massimo habló con ella, ya sabes lo mucho que quiere a esa descarriada.

–Primo, tienes que contestarle. Mi hermana no traicionó a toda su familia.

–Te traicionó a ti –devuelve–. En lo que a mí concierne, nos traicionó a todos.

Mi corazón se siente más cálido en mi pecho ante su lealtad. Maldita sea, amo a mi primo.

–Sabes que te amo mucho.

–Claro que lo sé, pequitas.

–Hey, ya no tengo pecas.

–Las tienes cuando te da mucho el sol –replica–. Quiero matarlo –agrega serio–. Quiero enterrar mi daga favorita en su puto corazón, si es que tiene alguno.

–No, primo. No puedes hacerlo. Eva lo quiere.

–Sabes, pequitas, admiro tu resiliencia, pero todo tiene un límite, y esos dos llegaron a él.

–Nico –advierto–. No le hagas nada. Hazlo por mí.

Respira profundamente antes de hablar: –No prometo nada. El idiota se merece al menos la paliza de su vida.

–Eva sabrá que fuiste tú –digo para tratar de convencerlo–. Tú no quieres decepcionarla, primo.

Ríe. –Ella me decepcionó a mí. Pensé que era mejor que eso.

Quisiera defender a mi hermana, pero el dolor en mi corazón no me lo permite. Yo también pensé que Eva era mejor que eso.

Jadeo cuando leo la cláusula de mi sueldo.

–¿Qué pasa? –pregunta Nico, preocupado.

–Nada. Es solo que…–callo y sonrío. Pensé que como becaria ganaría lo justo para pagar mi comida y transporte, pero me equivoqué. Con razón todos los años reciben cientos de postulaciones. El sueldo es increíble, y sé que muchos, incluyéndome, lo haríamos gratis solo para tener la experiencia de haber trabajado en Lusso–. Creo que ya no necesitaré el dinero de papá.

Nico ríe. –Ese dinero es de todos y lo sabes.

–Lo sé, sé que el dinero que producen con sus empresas –digo con cuidado. Nunca se sabe si hay un agente del FBI escuchando nuestras conversaciones–, es de toda la familia, pero ahora tendré mi propio dinero –agrego entusiasmada–. La próxima vez que cenemos en nuestro restaurante favorito, yo invito.

–Te haré cumplir eso, pequitas.

–Tengo que irme, primo. Hablamos esta noche –digo y corto cuando veo a Mauro salir de la sala de juntas, gracias a que dejé, convenientemente, la puerta abierta.

Salgo disparada de mi asiento y me detengo en seco cuando lo veo besando a una chica que tiene las piernas más largas que este edificio.

Lleva ropa de diseño, que se pega a su cuerpo como una segunda piel. Cuando se separan puedo ver su rostro y es una mujer muy guapa.

¿Qué le verá a ese idiota? Una mujer así podría tener al hombre que quisiera, pero quizá no es muy lista.

Mauro vuelve a besarla y esta vez recorre el cuerpo de la mujer con sus manos, sacándole un suave gemido.

Bueno, quizá si sea lista y Farina es justo lo que quiere.

Me acerco y aclaro mi garganta.

–¿Qué quieres? –masculla mi nuevo jefe sin dejar de besar a la chica.

La mujer sonríe y golpea el brazo de Mauro. –Sé educado –lo regaña y luego me mira–. Soy Vanity –se presenta y me parece extrañamente familiar.

–Soy Venecia Messina, la nueva becaria.

La mujer sonríe, y es cuando la reconozco. Es Vanity Lance, la modelo favorita de Italia y el mundo.

–No te dejes amedrentar por este energúmeno –me aconseja guiñándome un ojo.

–Oh, créeme cuando te digo que esta niña no se amedrenta con nada –sisea Mauro mirándome molesto–. Ya no deberías estar aquí. Imagino que ya recibiste tu horario.

–Tengo que hablar contigo. Es importante.

Ríe. –Es tierno que pienses que me importa lo que tengas para decir. No lo hace, Venecia. Ve a casa –ordena antes de tomar la mano de Vanity y salir.

La mujer se gira hacia a mí y me hace un gesto amistoso.

No sé por qué, pero me molesta que sea tan amable.

Ni siquiera tiene sentido lo que estoy sintiendo. Debe ser el exceso de cafeína y la falta de sueño.

Al menos ahora sé que Mauro me dijo la verdad. Mi rechazo no significó nada para él. No cuando puede tener a una mujer como Vanity a su lado.

Respiro profundamente cuando me vuelvo a sentir pequeña e insignificante, pero me obligo a forzar una sonrisa cuando Natasha pasa a mi lado.

Mañana será otro día, y quizá pueda convencerlo de que está cometiendo un error.

Supongo que soñar es gratis.