Morir a los 23 años no estaba en sus planes.
Renacer… mucho menos.
Traicionada por el hombre que decía amarla y por la amiga que juró protegerla, Lin Yuwei perdió todo lo que era suyo.
Pero cuando abrió los ojos otra vez, descubrió que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez no será ingenua.
Esta vez no caerá en sus trampas.
Y esta vez, usará todo el poder del único hombre que siempre estuvo a su lado: su tío adoptivo.
Frío. Peligroso. Celoso hasta la locura.
El único que la amó en silencio… y que ahora está dispuesto a convertirse en el arma de su venganza.
Entre secretos, engaños y un deseo prohibido que late más fuerte que el odio, Yuwei aprenderá que la venganza puede ser dulce…
Y que el amor oscuro de un hombre obsesivo puede ser lo único que la salve.
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Capítulo 9: posesivo y celoso
El amanecer apenas pintaba de gris el cielo cuando Zhao Lian terminó de correr alrededor del jardín. El sudor le corría por la nuca y la respiración seguía controlada. Se inclinó hacia un costado, estirando los brazos, cuando el celular vibró en su bolsillo.
Miró la pantalla: abuelo.
Respondió con voz seca.
—¿Qué pasa?
La voz al otro lado sonó como siempre: una orden disfrazada de petición. Que fuera a la casa de inmediato. La prometida ya había llegado.
El ceño de Lian se frunció. Otra jugada sucia de su abuelo. Colgó sin despedirse.
Por un segundo se quedó mirando el suelo húmedo.
"Si lo elimino, se acaba todo. Un movimiento y el tablero se limpia."
Una sonrisa torcida, casi divertida, se le escapó. No era una broma: si algún día se volvía necesario, lo haría.
Se puso la chaqueta y cruzó el pasillo rumbo a la salida. Ahí, en la puerta del comedor, apareció Yuwei con una mochila al hombro y un manual de pediatría en la mano. La bata blanca sobresalía un poco de la bolsa.
—¿Ya te vas, tío? —preguntó con una sonrisa ligera.
—Sí.
Ella se acercó, ajustando el libro entre los brazos.
—¿Me llevas al hospital? Tengo prácticas hoy.
La observó unos segundos en silencio antes de asentir.
—Vamos.
En el coche, Yuwei hojeaba sus apuntes, concentrada. Murmuraba en voz baja repasando términos médicos. Lian la observó de reojo mientras esperaba en un semáforo. Esa seriedad, esa forma de morderse el labio cuando estaba nerviosa, le resultaba entretenida.
—Gracias por traerme —dijo ella sin despegar la vista de sus apuntes—. Sé que siempre estás ocupado.
—Ocupado estoy —respondió él, girando el volante—. Pero no para ti.
Ella parpadeó, sorprendida. Una sonrisa pequeña le suavizó el rostro.
Cuando la dejó en la entrada del hospital, Yuwei se bajó rápido, ajustándose la bata. Antes de entrar, volteó hacia él.
—Que tengas un buen día, tío.
Lian no contestó. Solo la siguió con la mirada hasta que desapareció en las escaleras. Encendió el motor otra vez.
"Si lo mato, el problema se acaba. Tan simple como eso."
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El auto se detuvo frente a la mansión Zhao. El portón de hierro se abrió lento, pesado, como recordando la grandeza del apellido. Lian salió sin apuro, ajustándose el saco con un gesto seco.
Dentro, el abuelo lo esperaba con el bastón en la mano. La abuela, como siempre, sonreía tratando de suavizar lo inevitable.
—Llegaste —dijo el viejo. No fue un saludo, fue una orden.
Lian apenas inclinó la cabeza. El respeto estaba en el gesto, no en la mirada.
Entonces apareció ella. La prometida bajaba la escalera como en una pasarela, con un vestido claro y perfume dulzón que inundó el aire. Apenas llegó al último escalón, fue directo hacia él y se aferró a su brazo.
—Zhao Lian… —entonó su nombre con exagerada melosería—. ¡Qué guapo eres! Ahora entiendo por qué mi padre dice que haríamos una pareja perfecta.
Lian bajó la mirada a la mano que lo sujetaba. La sonrisa que le cruzó el rostro no tenía nada de amable.
—Suéltame.
Ella rió fuerte, sin vergüenza.
—¡No! ¿Por qué debería? Vamos a casarnos, ¿qué importa si te tomo del brazo? —alzó la barbilla, como una niña caprichosa—. Me gustas, y no voy a dejarte escapar.
El abuelo golpeó el bastón en el suelo, molesto.
—Ella será tu esposa, Lian. No juegues con el futuro de la familia.
La abuela intentó suavizar:
—Es una buena mujer, cariño, dale una oportunidad…
Lian soltó una carcajada baja. Se inclinó hacia la mujer, tan cerca que el aire entre ellos se volvió helado.
—Te advierto algo —susurró con calma peligrosa—. Cada vez que me toques sin permiso, voy a quitártelo de una forma que no te va a gustar.
Le arrancó la mano de un tirón tan brusco que ella tropezó hacia atrás.
La prometida abrió los ojos, indignada, y dio un berrinche golpeando con el pie el mármol.
—¡Eres un grosero! ¿Así tratas a tu futura esposa? ¡Nadie me rechaza a mí, Zhao Lian!
Lian la miró de arriba abajo. La sonrisa que se le escapó fue de puro fastidio.
—¿Sabes qué? Cállate. No soporto oírte.
Ella se quedó congelada, la boca entreabierta, con las mejillas enrojecidas de rabia e impotencia.
El abuelo lo fulminó con la mirada.
—Lian, esto no es un capricho. ¡Tarde o temprano tendrás que obedecer!
Él se giró lentamente hacia él.
—Cuando eso pase, abuelo… será el día en que deje de ser Zhao Lian.
La abuela bajó la vista, la prometida contenía las lágrimas de pura rabia y el abuelo se hundió en su enojo.
Zhao Lian se acomodó el saco y salió sin mirar atrás.
—Ya dije suficiente.
Horas después, al salir de la mansión, marcó en su celular.
—Sal ya, te recojo en diez —ordenó apenas oyó la voz de Yuwei.
—No hace falta, tío. Voy a almorzar con un amigo.
Lian entrecerró los ojos.
—¿Un amigo?
—Sí. —Su voz sonaba ligera—. Te veo en casa más tarde.
Colgó antes de que él pudiera replicar.
El silencio en el auto se volvió asfixiante. Apretó la mandíbula y encendió el motor. No importaba lo que ella dijera: iría de todas formas.
Lo que no sabía era que, a unos metros, otro auto lo seguía. En el asiento trasero, con gafas oscuras y una sonrisa venenosa, iba Meilin. No había aceptado la humillación.
Se acomodó el labial rojo y murmuró para sí:
—Veamos, Zhao Lian… hasta dónde puedes ignorarme.
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Cuando Zhao Lian llegó a la entrada del hospital, el sol de mediodía brillaba sobre el asfalto. Aparcó con calma y se quedó de pie junto al coche, las manos en los bolsillos, observando con atención.
A pocos metros, Yuwei salía acompañada de Minghao. Ambos conversaban animados, riendo por algo que él acababa de decir. Pero en cuanto lo vieron, las risas se apagaron al instante.
—¿Tío? —preguntó Yuwei, sorprendida—. ¿Qué haces aquí? Te dije que iba a almorzar con Minghao.
—Por eso vine —respondió él, sin apartar la mirada de su acompañante.
Minghao no se echó atrás. Avanzó un paso, firme, dejando claro que no pensaba apartarse.
—No parece que lo invitaran.
Las miradas chocaron, tensas, como si cualquier movimiento pudiera encender la chispa.
Antes de que Yuwei pudiera intervenir, otro auto se detuvo cerca. De él bajó una mujer con un vestido demasiado corto para la hora. El perfume dulzón la anunció incluso antes de hablar.
—¡Hola, cariño! —canturreó Meilin, directa hacia Lian, con una sonrisa cargada de confianza—. ¿Quién es esta chica?
El corazón de Yuwei dio un vuelco. La palabra cariño le arañó por dentro.
—Soy su sobrina —respondió, firme, aunque en su voz se colaba un tinte de posesión.
Meilin sonrió más, saboreando la incomodidad.
—Encantada. Soy Meilin… la prometida de tu tío.
Las palabras fueron como un golpe seco. Yuwei sintió que la sangre le abandonaba el rostro. Lo miró, esperando que lo negara, que dijera algo. Pero él guardó silencio. Solo la observó, con esa calma oscura que tanto la irritaba como la confundía.
El silencio se volvió insoportable. Yuwei respiró hondo, le tomó la mano a Minghao y se giró.
—Vamos.
Meilin aprovechó el momento y se pegó a Lian, estirando la mano hacia su brazo.
El movimiento fue seco. Él le plantó la palma en la frente y la empujó como quien aparta un estorbo. Meilin tambaleó sobre los tacones y estuvo a punto de caer. Varias enfermeras que entraban al hospital ahogaron una risa. La muñeca perfecta acababa de hacer el ridículo.
—Quítate. —Su voz grave no dejó espacio a réplica.
Ni siquiera la miró otra vez. Sus ojos ya estaban fijos en Yuwei, que intentaba alejarse con Minghao tomada de la mano. Esa imagen bastó para que el fuego le subiera a la sangre.
En dos zancadas los alcanzó. La sujetó de la cintura y, sin darle opción, la levantó, echándola sobre su hombro.
—¡TÍO! ¡Bájame! —pataleó, golpeándole la espalda con rabia.
Él no se inmutó. Siguió caminando hacia el coche con calma.
—¡Suéltala! —rugió Minghao, avanzando con los puños cerrados.
Lian se giró apenas, clavándole una mirada cortante. Una mueca de burla se dibujó en sus labios.
—No te metas… ella no es asunto tuyo.
El joven se tensó, listo para lanzarse, pero Lian no le dio ni la oportunidad. Ajustó el agarre en la cintura de Yuwei y siguió caminando. La puerta del coche se abrió con un chasquido metálico, y en un movimiento seco la acomodó dentro, cerrando tras ellos de golpe.
Dentro del vehículo, el aire era irrespirable. Yuwei lo miró con rabia, los labios temblando, lista para soltarle un reclamo.
—¿Estás loco? ¡¿Cómo te atreves a—
No terminó.
Zhao Lian se inclinó de golpe, la arrinconó contra la puerta y la besó con brutalidad. El contacto fue voraz, dominante, un choque que le arrancó el aire de los pulmones. Ella intentó resistir, empujándole el pecho, pero su fuerza era abrumadora.
Cuando por fin la soltó, Yuwei estaba jadeando, con las mejillas encendidas y los labios enrojecidos.
Entonces, él le sostuvo la cara con ambas manos, apretándola con firmeza como si temiera que escapara. Cerró los ojos un instante, pegó su frente contra la de ella y respiró hondo, como un hombre que acababa de reclamar lo que era suyo.
Su voz salió baja, ronca, peligrosa:
—Quiero que recuerdes esto. —Con dos dedos, le señaló la sien, rozando su piel con fuerza posesiva—. Tú solamente eres mía. De nadie más.