Rubí huye a Nápoles buscando escapar de Diego Salvatore, un pasado que la asfixia con su enfermiza obsesión. En Italia, creyendo encontrar un respiro, se topa con Donato Valletti, un capo mafioso cuyo poder y magnetismo la atrapan en una red de intrigas y deseos prohibidos.
Donato, acostumbrado a controlar cada aspecto de su mundo, se obsesiona con Rubí, una flor exótica en su jardín de sombras. La seduce con promesas de protección y una vida de lujos, pero la encierra en una jaula dorada donde su voluntad se desvanece.
Diego, consumido por la culpa y la rabia, cruza el Atlántico dispuesto a reclamar lo que cree que le pertenece. Pero Nápoles es territorio Valletti, y para rescatar a Rubí deberá jugar con las reglas de la mafia, traicionando sus propios principios para enfrentarse con el mismísimo diablo.
En un laberinto de lealtades rotas y venganzas sangrientas, Rubí se convierte en el centro de una guerra despiadada entre dos hombres consumidos por la obsesión.
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Capitulo 18
POV DIEGO
Desde mi imponente oficina, el eco de mis pasos sobre el suelo de mármol parecía burlarse de mi tormento interno.
Dos meses.
Dos meses desde que mi conciencia se convirtió en mi peor enemiga, atormentándome sin piedad por lo que hice con Rubí.
Ni un solo segundo de paz.
La imagen de su rostro, su sonrisa, sus ojos… todo me persigue.
He librado una guerra interna, una batalla campal contra el impulso irrefrenable de correr a buscarla, de pedirle perdón, de abrazarla y no soltarla jamás. Pero el miedo, ese maldito miedo a su rechazo, me paraliza.
He llegado al extremo de convertirme en un espectro, un fantasma que ronda su vida desde las sombras. He ido hasta su casa incontables veces, estacionando mi auto a una distancia prudente, observándola desde la lejanía. La he visto salir, radiante, hermosa. La he visto reír con sus amigas, una melodía que antes me pertenecía y que ahora se me niega. La he visto regresar, con la melancolía pintada en el rostro, una melancolía que me carcome por dentro al saber que yo soy el causante.
En un par de ocasiones, me he atrevido a seguirla, a espiar sus salidas con sus amigas. Me siento como un completo imbécil, un acosador, un ser despreciable. Pero la necesidad de verla, de saber que está bien, es más fuerte que mi propia dignidad.
De pronto, la puerta de mi oficina se abre de golpe, interrumpiendo mis tortuosos pensamientos.
Mi padre, un hombre de rostro pétreo y mirada gélida, entra sin siquiera tocar, sin un saludo que suavice su presencia. Su frialdad siempre me ha intimidado, pero hoy, su sola presencia me irrita.
—Tenemos que irnos— su voz, grave y autoritaria, resuena en la estancia. —Hay un viaje pendiente. Necesitamos reunirnos con el nuevo jefe de una mafia en Italia. Se rehúsa a seguir los acuerdos. Te necesito allí—
Su orden es un golpe seco, una bofetada a mi fragilidad. Italia… un viaje justo ahora, cuando mi mundo se desmorona. Pero sé que no puedo negarme. Mi padre no acepta un "no" por respuesta, y este asunto es demasiado importante para la "familia".
—¿Cuándo partimos?— pregunto, resignado, intentando ocultar mi frustración.
—Inmediatamente. El jet privado nos espera en el aeropuerto. No hay tiempo que perder—
Asiento en silencio, sintiendo cómo una nueva capa de hielo se instala en mi corazón. Rubí, mis remordimientos, mi deseo de redención… todo tendrá que esperar. Una vez más, mi vida está dictada por las obligaciones, por el legado de un apellido que me aprisiona y me aleja de lo que realmente importa.
EN ITALIA.
El humo del Cohiba danzaba perezosamente en el aire, mezclándose con el aroma fuerte del café recién hecho. Desde mi sillón de cuero, observaba las llamas crepitar en la chimenea, hipnotizado por su baile caótico. Nápoles en octubre tenía ese encanto melancólico, un preludio a los días fríos que se avecinaban. Pero el frío que sentía en el pecho no era por el clima.
Mi padre, Vincenzo, había muerto hacía apenas unas semanas. Un infarto fulminante, sin previo aviso. Se fue como un león viejo, en silencio, dejando un vacío que resonaba en cada rincón de esta casa, de esta familia. Y ahora, ese peso recaía sobre mis hombros.
Donato Moretti, el nuevo Capo.
Luigi, mi consigliere, permanecía de pie frente a mí, con la tensión dibujada en cada línea de su rostro. Sabía lo que venía. Sabía que esta conversación era inevitable.
—Donato, debemos reconsiderar esta decisión. Romper el acuerdo con Salvatore…— empezó, con su voz cautelosa.
Lo interrumpí antes de que pudiera siquiera terminar la frase. No tenía paciencia para rodeos.
—No hay nada que reconsiderar. He sido claro, Luigi. No me interesa seguir haciendo negocios con ese viejo—
Salvatore. Un nombre que había escuchado desde niño, un socio, un aliado… un lastre. Los negocios con él eran cosa del pasado, una reliquia de la vieja escuela. Mi padre se aferraba a esas alianzas por nostalgia, por costumbre. Pero yo no era mi padre—
—Pero Donato, este acuerdo tiene años. Ha sido beneficioso para ambas familias. Romperlo traerá problemas, muchos problemas— insistió Luigi, con la preocupación palpable en su voz.
Me levanté del sillón, sintiendo la necesidad de moverme, de liberar la energía que me consumía. Me acerqué a él, mirándolo directamente a los ojos, dejando que viera la determinación que ardía en mi interior.
—¿Problemas? ¿Acaso no sabes quién soy, Luigi? Soy Donato Moretti, hijo de Vincenzo. Los problemas los causamos nosotros, no los recibimos—
Luigi tragó saliva, pero mantuvo la compostura. Sabía que desafiarme era inútil, incluso peligroso.
—Lo sé, Donato. Pero Salvatore tiene contactos, tiene poder. No podemos subestimarlo—
Solté una risa amarga. Salvatore, con su séquito de matones de pacotilla y sus conexiones políticas compradas con dinero sucio. No me asustaba.
—Que haga lo que quiera. Estoy preparado. Que mande a sus matones, que llame a sus amigos. Los esperaré con los brazos abiertos. Y cuando termine con ellos, iré a buscarlo a su guarida y le haré pagar por cada gota de sangre derramada—
La idea de una guerra con los Salvatore me excitaba, me encendía la sangre. Era una oportunidad para demostrar mi valía, para consolidar mi poder, para dejar claro quién mandaba ahora.
—Donato, piensa en las consecuencias. Una guerra con los Salvatore…— Luigi intentó razonar, pero lo interrumpí de nuevo, con un tono que no admitía réplica.
—Ya basta, Luigi. No quiero oír más tus objeciones. Mi decisión está tomada. Quiero que le envíes un mensaje a Salvatore. Dile que Donato Moretti ya no está interesado en sus tratos. Dile que su tiempo ha terminado—
Luigi asintió con resignación, aceptando mi voluntad como la ley suprema.
—Como ordene, Donato—
Volví a sentarme en mi sillón, sintiendo el peso del poder sobre mis hombros, pero también la adrenalina correr por mis venas. Tomé un sorbo de mi café, saboreando su amargura.
—Y Luigi…— dije, llamando su atención.
—¿Sí, Donato?—
—Asegúrate de que entienda el mensaje. Que sepa que esto no es una negociación. Es una sentencia—
Sonreí, una sonrisa fría y despiadada. La guerra estaba a punto de comenzar. Y yo, Donato Moretti, estaba listo para liderar a mi familia a la victoria, sin importar el costo. El legado de mi padre estaba a salvo en mis manos. Y el imperio Moretti, estaba a punto de renacer.