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“La Reina Del Mar Y La Guerra”

“La Reina Del Mar Y La Guerra”

Status: Terminada
Genre:Traiciones y engaños / Capitán de Barco/Flota / Maldición / Completas
Popularitas:1.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Nani

En Halicarnaso, una ciudad de muros antiguos y mares embravecidos, Artemisia I gobierna con fuerza, astucia y secretos que solo ella conoce. Hija del mar y la guerra, su legado no se hereda: se defiende con hierro, sombra y espejo.

Junto a sus aliadas, Selene e Irina, Artemisia enfrenta traiciones internas, enemigos que acechan desde las sombras y misterios que el mar guarda celosamente. Cada batalla, cada estrategia y cada decisión consolidan su poder y el de la ciudad, demostrando que el verdadero liderazgo combina fuerza, inteligencia y vigilancia.

“Artemisia: Hierro, Sombra y Espejo” es una epopeya de historia y fantasía que narra la lucha de una reina por proteger su legado, convertir a su ciudad en leyenda y demostrar que el destino se forja con valor y astucia.

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Capítulo 14: El Traidor del Hierro

Capítulo 14: El Traidor del Hierro

La noche estaba cargada de un silencio extraño, pesado, como si incluso las olas hubiesen decidido contener el aliento. En el patio de armas del palacio de Halicarnaso, las antorchas ardían bajo una lluvia persistente, que no apagaba las llamas pero las hacía temblar. Artemisia había convocado a sus generales y consejeros con urgencia, tras recibir un mensaje envenenado que había atravesado las defensas de la ciudad.

El mensaje contenía solo una frase:

“El hierro se ha quebrado. Pregunta por Darion.”

Darion, hijo de una familia noble de Caria, había sido uno de los primeros en jurar fidelidad al trono después de la muerte del esposo de Artemisia. Con su fuerza y disciplina había ganado el título de Portador del Hierro, segundo al mando de las flotas armadas. Era él quien había dirigido las defensas contra los Serpente durante la última invasión, y quien había bebido del cáliz de sangre cuando el juramento fue sellado. Artemisia lo había considerado un hermano.

Pero ahora, las pruebas eran claras. Documentos interceptados mostraban que Darion había entregado a los Serpente la ubicación del arsenal sagrado, donde se guardaban los navíos con oricalco y las armas consagradas al mar. Con esa información, el enemigo podría desmantelar la raíz de su poder naval.

Artemisia caminaba en círculos, la lluvia empapando su capa oscura. Su rostro era una máscara impenetrable, pero en su interior hervía un fuego que quemaba más que la tormenta. Selene e Irina estaban a su lado, tensas, esperando la orden.

—¿Dónde está? —preguntó Artemisia, con voz firme.

—En el patio del templo de Ares, Majestad —respondió Irina—. Pidió hablar contigo. No niega lo que hizo.

Artemisia apretó la mandíbula.

—Entonces será aquí donde el hierro pruebe su verdad.

Darion estaba de pie bajo la lluvia, sin armadura, solo con una túnica de lino oscura que se pegaba a su piel. Sus manos estaban vacías, pero sus ojos tenían un brillo que Artemisia reconoció al instante: no el de un traidor cobarde, sino el de alguien que había tomado una decisión y estaba dispuesto a morir por ella.

—Majestad —dijo, inclinando la cabeza con respeto—. No vengo a suplicar. Solo a hablar.

Artemisia dio un paso al frente, el agua corriendo por su rostro.

—Habla, entonces. Explícame por qué entregaste a los Serpente lo que juraste proteger con tu vida.

Darion respiró hondo, como quien se prepara para cargar un peso insoportable.

—Porque el juramento está podrido, Artemisia. Nos ordenaste seguir el hierro, la sombra y el espejo, como si fueran eternos. Pero yo he visto la grieta en el espejo, la debilidad en la sombra. Y tú… —la miró a los ojos, desafiante—, tú te has dejado arrastrar por tu corazón. Lyra es tu condena, y yo no pienso hundirme con un reino destinado a quebrarse.

Las palabras cayeron como dagas. Selene dio un paso adelante, furiosa, pero Artemisia alzó una mano para detenerla.

—Traicionaste a tu reina, a tu pueblo, a tu juramento. ¿Y lo llamas lucidez?

Darion esbozó una sonrisa amarga.

—Lo llamo supervivencia. Cuando los Serpente gobiernen, yo seré el hierro que sostenga la nueva era.

La reina desenfundó lentamente su espada, el acero reluciendo bajo la tormenta.

—El hierro no sobrevive traicionando. Solo se oxida.

El duelo comenzó en silencio. Darion desenvainó su propia espada, una hoja larga, pesada, con la que había vencido a decenas de enemigos. Ambos se midieron con calma, la lluvia golpeando el suelo y haciendo resbalar las piedras.

El primer choque de espadas resonó como un trueno. Artemisia atacó con precisión, buscando el corazón, pero Darion bloqueó con fuerza bruta, haciéndola retroceder. El segundo choque fue más violento; el eco del metal se confundió con el rugido del mar.

La reina era rápida, moviéndose como una sombra entre las gotas de lluvia. Darion, en cambio, era puro hierro: firme, implacable, resistente. Cada vez que ella intentaba abrir una brecha, él respondía con un muro de acero.

—Aún puedes rendirte —dijo Artemisia, jadeando, aunque sin perder la firmeza en la voz—. El mar perdona a los que aceptan su culpa.

Darion rugió, arremetiendo con un golpe que casi la derribó.

—¡Prefiero morir de pie que arrodillarme ante un eco roto!

La batalla se prolongó. El agua en las piedras se volvió roja por los cortes superficiales, pero ninguno cedía. Artemisia comprendió que no luchaba contra un traidor cualquiera, sino contra el reflejo de lo que ella misma había forjado: un guerrero indomable, endurecido por la guerra y la fe en el juramento.

Fue entonces cuando recordó las palabras de la profecía: el hierro se oxida.

Con un movimiento calculado, Artemisia dejó que Darion la hiriera en el brazo. El golpe fue limpio, pero lo bastante para que él creyera tener la ventaja. Y en ese instante, ella giró sobre sí misma, hundiendo su espada en el costado de su antiguo general.

Darion quedó paralizado, la sangre mezclándose con la lluvia. Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga.

—Lo sabía… —susurró—. Hasta el hierro se corrompe… incluso el tuyo.

Artemisia lo sostuvo mientras caía de rodillas.

—El hierro no es eterno —dijo con voz grave—. Pero el juramento vive, incluso sobre la traición.

Con un último aliento, Darion se desplomó en el suelo, la lluvia lavando su sangre.

El silencio volvió, más pesado que antes. Selene e Irina se acercaron lentamente, sin decir palabra. Artemisia miró el cuerpo de su general, y aunque la ira la sostenía, una punzada de dolor atravesó su pecho. Había matado a un hermano, y con él había muerto también una parte del juramento.

Se giró hacia sus aliadas, empuñando la espada todavía manchada.

—Que todos lo vean —ordenó con voz firme—. El hierro que traiciona será quebrado. El eco no se sostiene en la traición.

Irina asintió, solemne. Selene, en cambio, la miró con tristeza, sabiendo que esa herida no sanaría jamás.

Esa noche, Artemisia se encerró en su sala privada. Frente a ella estaba el Espejo de Oricalco, con la grieta cada vez más profunda. Al mirarse, vio no solo su reflejo, sino también la silueta de Darion, observándola con reproche desde la sombra.

El espejo le susurró, en un murmullo apenas audible:

La traición es eterna, como el eco. No puedes matar lo que ya está en ti.

Artemisia cerró los ojos, sosteniendo el peso de esa verdad. Había vencido, pero comprendió que no importaba cuántas veces cortara la traición: siempre renacería, como una sombra inseparable del poder.

Esa noche, en Halicarnaso, la lluvia no cesó.

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Vianey Hernandez Ortiz
Excelente Novela 💯💯💯
Vianey Hernandez Ortiz
Excelente Novela 💯💯💯
Liliana Rivero
excelente historia felicitaciones escritora éxito en todas las demás que escribas gracias por compartirla con nosotras bendiciones 👏🥰/Rose/
Liliana Rivero
excelente capitulo me gustó mucho sigue así
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