EL APRENDIZ DE LA MUERTE

"Detective, toque ese botón de una maldita vez", dijo Lucía con voz desesperada, "porque si no lo hace, yo voy a tocar el mío y yo ya sé cuál es el botón que activará el rifle de su hermana. Si no aplasta su botón primero, yo voy a aplastar el de su hermana y ella es la que va a morir. O muere usted o muere ella. Pero apresúrese, que el tiempo se acaba."

Sofía gritó, su voz llena de lágrimas. "¡No, Haniel! ¡No lo hagas! ¡No te atreves a tocar ese botón! ¡Hay que encontrar otra forma!"

Haniel se detuvo, su mano temblando sobre el botón. La voz de Lucía sonaba desesperada, pero también había una nota de determinación en ella. Sabía que no podía confiar en ella, pero la amenaza era real. Si no presionaba el botón, Lucía podría disparar el rifle que apuntaba a Sofía.

Miró el reloj y vio que solo quedaban 30 segundos. Su corazón latía con fuerza, y su mente estaba en blanco.

Haniel se encontraba en un sótano oscuro y claustrofóbico, iluminado solo por una lámpara débil que parecía temblar con cada segundo que pasaba. El reloj en la pared marcaba los segundos que faltaban para el desenlace con una lentitud agonizante. Lucía, con una mirada desesperada y wild, le gritaba que presionara el botón que activaría su propio rifle, su voz como un cuchillo que cortaba el aire.

Pero justo cuando Haniel estaba a punto de hacerlo, un disparo resonó en el sótano como un trueno, haciendo que el corazón de Haniel se detuviera. El sonido fue tan intenso que lo dejó sordo por unos segundos, con un zumbido en los oídos que parecía no cesar. Era como si un timbre ensordecedor resonara en su cerebro, un sonido agudo y penetrante que lo hacía sentir como si su cabeza estuviera a punto de estallar.

La luz de la lámpara se intensificó durante un par de segundos, iluminando la escena con una claridad brutal y macabra. Haniel vio sangre derramada por todas partes, como un río rojo que corría por el piso, y un cuerpo colgando del techo, destrozado por la bala, como una marioneta rota.

Su corazón latía con fuerza, pensando que era Sofía quien había muerto, que su hermana había sido asesinada delante de sus ojos. Pero al mirar de nuevo, vio que era Lucía quien yacía en el piso, con la mano todavía presionando uno de los botones de su tablero, como si tratara de enviar un mensaje desde el más allá. La parte superior de su cabeza había desaparecido, dejando solo un agujero enorme y sesos esparcidos por todas partes, como si su cerebro hubiera estallado en mil pedazos.

Haniel se sintió invadido por una mezcla de emociones: alivio, tristeza, pánico, y un miedo que lo paralizaba, que lo hacía sentir que estaba atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.

Marcos soltó una risa de asombro, "Wow, no esperaba este resultado. Impresionante". La iluminación regresó en su totalidad, eliminando por completo la oscuridad del sótano y revelando la escena con una claridad brutal. La mujer de Marcos se acercó con su arma en mano, su mirada fría y sin piedad, mientras Marcos y Haniel seguían hablando con una tensión que parecía cortar el aire.

Los tres rifles que aún estaban cargados cayeron del mecanismo frente a cada uno de los tres: Haniel, Sofía y Jessica, la niña. Marco le dijo a Haniel, "Bueno, se supone que hoy tú ibas a morir. Pero las cosas no salieron del todo como lo planeé. Pero al fin y al cabo, de una manera u otra, tienes que morir hoy". Le dio una señal a su esposa, quien se acercó a Haniel, le apuntó directamente a la cabeza y estaba a punto de disparar.

Sofía miraba la situación con pánico y desesperación, su corazón latiendo a mil por hora, mientras la atención de Marco y su mujer se enfocaban en Haniel. Pero en un movimiento rápido y desesperado, Sofía tomó el rifle que estaba frente a ella, su mano temblando de miedo y adrenalina. Justo cuando la mujer de Marco estaba a punto de disparar, se escuchó nuevamente el disparo de otro rifle, destrozando la cabeza de la mujer por completo. Antes de caer al suelo, logró jalar el gatillo, pero la bala se desvió y golpeó en el hombro de Haniel, hiriéndolo y haciendo que un grito de dolor escapara de sus labios.

El asombro de Marco era genuino esta vez. Después de los dos balazos, tomó el arma de su esposa muerta y la levantó, apuntando directamente a Haniel, quien aún estaba dolorido por el disparo en el hombro. Haniel se esforzaba por tomar el rifle que estaba frente a él, mientras Sofía se movía sigilosamente hacia el rifle que estaba cerca de Jessica.

"Padre", dijo Haniel, mirando a Marcos con una mezcla de desafío y advertencia, "aunque me dispares, no tendrás el tiempo suficiente para dispararle a Sofía. Ella va a disparar también a ti". Marcos se quedó mirando a Haniel, una sonrisa siniestra en su rostro.

"Sin duda alguna, aprendiz", dijo Marcos, "esta noche te has convertido en el maestro. Has ganado el juego". Su voz estaba llena de admiración y resentimiento. "Pero muy pronto nos veremos otra vez, en circunstancias distintas. Y esta vez, yo no voy a perder.

Marcos le dio la espalda a sus hijos y salió a toda prisa del sótano, dejando a Haniel herido, a Sofía en pánico y a Jessica llorando desconsoladamente. La escena era sangrienta y caótica: la mujer muerta de Marcos, Lucía colgando del techo, y la niña pequeña que había sido testigo de todo.

Sofía se acercó a Haniel, su rostro pálido de miedo. "¿Estás bien?", preguntó, mientras miraba el hombro herido de su hermano. Haniel asintió, aún tratando de procesar lo que había sucedido. La niña Jessica se acercó a ellos, llorando y temblando de miedo. La familia había sobrevivido, pero a qué costo.

Cuando Marcos salió a toda prisa del sótano, dispuesto a huir, Monserrat lo emboscó, apuntándole con una revolver directamente en la cara. "Suelta el arma, Marcos", le ordenó, con una mirada firme y decidida.

Marcos se sorprendió al ver a Monserrat, la madre de sus hijos, frente a él. "¿Qué quieres?", preguntó, con una mezcla de rabia y confusión.

"La culpable de todo este sufrimiento por el que has pasado soy yo, no tus hijos", dijo Monserrat, con una voz firme. "Y ahora, es momento de que vayamos a dar un último paseo para aclarar nuestras diferencias".

Marcos se sintió impactado por las palabras de Monserrat. No entendía por qué ella estaba haciendo esto, pero sabía que no podía escapar. Con una sensación de resignación, soltó el arma y siguió a Monserrat, dispuesto a enfrentar lo que viniera.

Monserrat ordenó a Marcos que subiera a su auto y condujera hacia la carretera que salía de la ciudad. Mientras avanzaban, Monserrat seguía apuntándole con el arma, y Marcos se sentía frustrado pero también reflexivo.

"¿Cuántos años han pasado desde la última vez que nos vimos?", preguntó Marcos, mirando a Monserrat con una mezcla de nostalgia y resentimiento. "Mis hijos ahora son fuertes y decididos. No necesitan temerte.

Monserrat no respondió, manteniendo su mirada firme y su dedo en el gatillo.

Llegaron a un lugar alejado de la ciudad, donde la carretera se perdía en la nada. Monserrat le pidió a Marcos que parara el auto y bajara. Marcos obedeció, sintiendo que su destino estaba sellado.

"10 años pensando que ya estabas muerto", dijo Monserrat, su voz llena de veneno. "La pesadilla de mi vida había cambiado, había acabado. Por fin me había librado de un psicópata, de un asesino, de la peor decisión de mi vida.

Y ahora, después de todos estos años, vuelves a aparecer para atormentarnos, para atormentar a mis hijos y a mí. Estoy a punto de irme de esta vida debido al cáncer que me mata lentamente, y me voy a asegurar de que cuando yo no esté aquí, tú ya no existas.

Marco intentó defenderse: "No voy a volver a aparecer frente a mis hijos. Haniel me ganó, ganó el juego. No hay nada que yo necesite de él o que quiera de él.

Monserrat se rió, una risa fría y despiadada. "No te creo. Hace 10 años que fingiste tu muerte , y puedes volver a aparecer otra vez para jodernos. Así que hasta aquí llegó tu camino, desgraciado

Con esas palabras, Monserrat disparó la Magnum .357 directamente en la frente de Marcos, asesinándolo instantáneamente. Su cuerpo cayó al suelo, y Monserrat se quedó mirándolo con una mezcla de alivio y satisfacción. La pesadilla había terminado.

Después de haberse vengado de Marcos, Monserrat regresó al asiento del copiloto, abrió su bolso y sacó los frascos de medicamentos. Recordó la cantidad exacta que el farmacéutico le había dicho que podría ser mortal. Con una determinación serena, tomó las pastillas y las tragó. Luego se sentó en el asiento, reflexionando sobre el final de su sufrimiento. Sabía que pronto podría descansar en paz, libre del dolor del cáncer que la había consumido durante tanto tiempo. Minutos después, cerró sus ojos y la vida se desvaneció de su pecho.