Abril Ganoza Arias, un torbellino de arrogancia y dulzura. Heredera que siempre vivió rodeada de lujos, nunca imaginó que la vida la pondría frente a su mayor desafío: Alfonso Brescia, el CEO más temido y respetado de la ciudad. Entre miradas que hieren y palabras que arden, descubrirán que el amor no entiende de orgullo ni de barreras sociales… porque cuando dos corazones se encuentran, ni el destino puede detenerlos.
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CAPITULO 02: Primer encuentro
Para una joven que siempre había sido recibida con todas las atenciones en la empresa de su padre, esperar de pie en la recepción de otra compañía era la peor de las humillaciones.
Abril Ganoza Arias, acostumbrada a que le abrieran puertas y la recibieran con sonrisas serviles, ahora sentía el peso de la indiferencia.
Hasta hacía unos días era la niña mimada de la poderosa familia Ganoza: vivía de tiendas en tiendas, entre fiestas interminables y borracheras con amigas que juraban ser inseparables. Sin embargo, cuando perdió el respaldo de su apellido y su fortuna, esas mismas amigas desaparecieron, cerrándole las puertas y tratándola como a una desconocida más.
En el pasado, con el apoyo de sus padres millonarios, Abril se había convertido en el centro de atención de todos. Sus supuestos amigos la trataban como a una celebridad, incluso llegaban al extremo de humillar a quienes tenían menos poder económico con tal de hacerla reír.
Ese cruel espectáculo era casi un ritual en su honor.
Ahora, en el silencio incómodo de la recepción, la soberbia heredera recordaba el instante en que su mundo se desplomó.
Fue aquel fin de semana, cuando entró tambaleándose a su casa al amanecer, con la resaca aun latiendo en sus sienes. Intentaba llegar a su cuarto sin ser vista, pero apenas tocó la cerradura, la voz atronadora de su padre cortó el aire:
—¡¡¡Abril Ganoza Arias, al despacho!!!
El tono firme de Arturo Ganoza le heló la sangre. Nunca antes la había llamado de esa manera. Con el corazón encogido, lo siguió hasta el despacho. Allí la esperaban su madre y su hermano, sentados en silencio. Arturo permanecía de pie, la mirada severa, las manos hundidas en los bolsillos.
—Qué decepción, Abril —dijo con voz cargada de dolor—. Me avergüenza verte así. Te dimos todo lo que podías desear para que aprovecharas las oportunidades y fueras alguien en la vida, y lo único que has hecho es desperdiciarlo.
Abril bajó la cabeza, incapaz de mirarlo a los ojos.
—Estoy cansado de tu actitud. Desde este momento, tus tarjetas están bloqueadas. Si quieres mantener tus privilegios, tendrás que trabajar. Como último acto de compasión, conseguí un empleo para ti: desde el lunes trabajarás en la empresa de los Brescia. —Se detuvo, observando cada gesto de su hija—. No sé en qué puesto exactamente, pero es lo último que haré por ti.
Ella quiso replicar, pero su padre la interrumpió con dureza:
—Mañana mismo te mudarás al departamento que fue de tu madre. Si algún día quieres regresar, tendrás que demostrar que has cambiado. Aprende que la vida no es fácil, que nada se regala.
Dereck, su hermano, quiso protestar, pero Arturo lo fulminó con la mirada.
—No te metas en esto. Algún día me lo agradecerás, hija… aunque temo que para entonces ya sea demasiado tarde, que me encuentres muerto de tanto coraje.
Dicho esto, dio media vuelta y salió, azotando la puerta.
Abril rompió en llanto. Su madre, con lágrimas en los ojos, se levantó para abrazarla y acariciar su rostro.
—Es por tu bien, pequeña. Nunca lo dudes. Te amo, y siempre estaré aquí para ti.
Luego salió tras su esposo, pues lo conocía bien: sufría más de lo que mostraba.
Abril quedó con Dereck, su hermano y cómplice de toda la vida. Él la abrazó con fuerza.
—No te preocupes, hermanita. Yo te ayudaré, no te faltará nada.
Pero ella, entre sollozos, se limpió las lágrimas con una determinación que jamás había tenido:
—No, Dereck. No hagas nada que lo enoje. Todos creen que soy una cabeza hueca, pero les demostraré que no lo soy. Triunfaré y los haré sentirse orgullosos. Este es mi reto… y lo acepto.
Su hermano sonrió con tristeza, pero también con esperanza.
—Entonces estaré a tu lado hasta la meta. Nunca estarás sola.
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En la recepción, la recepcionista tuvo que tocar suavemente el brazo de Abril para sacarla de sus recuerdos.
—¿Señorita, está bien?
—¿Eh? Disculpe… ¿qué dijo? —respondió desorientada.
—El presidente Brescia la espera en el piso treinta.
Abril asintió y se dirigió al ascensor exclusivo del CEO, sin darse cuenta del error.
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La oficina de Alfonso Brescia era un templo de lujo y poder. El ventanal mostraba una vista majestuosa de la ciudad. Sentado tras un escritorio de caoba, con la barbilla apoyada en una mano y en la otra jugueteando con una pluma de colección, Alfonso aguardaba.
Sus ojos azules, fríos y calculadores, estaban fijos en la puerta. Abril Arias, repetía en silencio. El nombre no dejaba de darle vueltas desde que lo oyó de su asistente.
El ascensor se abrió y una figura deslumbrante apareció. Boris, con media sonrisa, la condujo hasta la oficina y le susurró antes de dejarla pasar:
—Buena suerte, señorita.
Abril ignoró la advertencia y entró como si desfilara en una pasarela. Alfonso levantó la vista y quedó sorprendido: aquella mujer era una mezcla perfecta de dulzura y sensualidad, con un halo de misterio en sus ojos negros y una cabellera castaña que enmarcaba un rostro de muñeca.
El CEO la analizó en segundos: más parecía modelo de su hermana que una secretaria. Sospechaba que su abuela lo estaba manipulando para que conociera a esa mujer.
El silencio entre ambos se volvió casi incómodo. Alfonso lo rompió con tono irónico:
—Si ya terminaste de admirarme, toma asiento. Te indicaré tus funciones - dijo Alfonso al ver la mirada fija de Abril en él.
Abril frunció los labios en un puchero.
—Fíjate que no. Me gustan los de mi edad. Tú estás demasiado viejo para mi gusto. Y con lo amargado que eres ya debes tener arrugas. ¿Quieres que te recomiende una buena crema?
Alfonso se quedó helado. Nadie, absolutamente nadie, le había hablado así.
—Mocosa insolente… —apretó la pluma con rabia—. Aquí no eres más que una empleada. Si quieres conservar tu puesto, aprenderás a respetar y a obedecer. Y recuerda: lo que veas o escuches en esta empresa no debe salir de aquí. Si me fallas, te arrepentirás el resto de tu vida. ¿Estamos claros?
Abril apretó los puños y lo fulminó con la mirada.
—No me importa lo que opines de mí. No estoy aquí porque quiera, y si me quieres despedir, me harías un favor. No soy una de tus muñecas con patas.
Se levantó con elegancia, ajustó su bolso y añadió con ironía:
—Sin más que decir, señor amargado, prefiero que el guapo de afuera me explique mis funciones. Desde ahora seré sorda y muda.
Le sacó la lengua y salió con un portazo, dejando tras de sí al CEO más poderoso del país, con la vena de la frente marcada y los restos de una pluma rota en la mano.
Nadie, jamás, lo había llamado viejo y feo. Todas las mujeres lo veneraban, lo buscaban, lo idolatraban… pero esa mocosa lo había desafiado, y esa afrenta no se la perdonaría.
IG: Yoisy Ticliahuanca Huaman