Nunca imaginé que una simple prueba de embarazo cambiaría mi vida para siempre. Mi nombre es Elizabeth, y hace unos meses, mi vida era completamente diferente. Trabajaba como asistente ejecutiva para Alexander, el CEO de una de las empresas más importantes del país. Alexander era todo lo que una mujer podría desear: inteligente, carismático y extremadamente atractivo. Nuestra relación comenzó de manera profesional, pero pronto se convirtió en algo más. Pasábamos largas horas juntos en la oficina, y poco a poco, la atracción entre nosotros se volvió innegable.Nuestra relación terminó abruptamente cuando Alexander decidió que era mejor para ambos si seguíamos caminos separados. Me dejó con el corazón roto y una promesa de no volver a cruzar nuestros caminos. Pero ahora, con un bebé en camino, mantener ese secreto se vuelve cada vez más difícil.Decidí no decirle nada a nadie, especialmente a él. No podía arriesgarme a que esta noticia se filtrara y arruinara su carrera.
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Capítulo 2
Elizabeth
El trabajo se convirtió en una distracción muy necesaria para mí. Me entregué por completo a mis responsabilidades laborales, esforzándome por mantener mi mente activa y lejos de la cruda realidad que me aguardaba fuera de esas cuatro paredes. Cada vez que cruzaba miradas con Alexander, era como si un torbellino de emociones se desatara en mi interior: amor, dolor, y ahora, un secreto que tenía el potencial de transformar nuestras vidas para siempre. Intenté esquivarlo tanto como fuera posible, pero en un espacio de oficina tan reducido, esa era una tarea casi imposible de llevar a cabo. Cada interacción con él despertaba en mí una tormenta de sentimientos que trataba desesperadamente de controlar.
Al finalizar la jornada, me sentía completamente exhausta, tanto en el aspecto físico como en el emocional. Era consciente de que al llegar a casa tendría que confrontar a mis hermanos y fingir que todo estaba en orden, a pesar de la carga que llevaba en mi interior. Al cruzar la puerta, me recibieron con alegres sonrisas y el cautivador aroma de una sabrosa cena hecha en casa. Mis hermanos, siempre tan considerados y atentos, se habían esforzado por preparar mi platillo favorito, lo que me hizo sentir un poco más aliviada en medio de la tormenta emocional que enfrentaba.
—¡Elizabeth! ¡Llegas justo a tiempo para la cena! —exclamó mi hermano mayor, Tomás, mientras me envolvía en un cálido abrazo.— Hemos preparado algo muy especial para ti.
—Gracias, chicos —respondí, esforzándome por sonar lo más alegre posible—. ¡Huele realmente delicioso! .
Tomamos asiento alrededor de la mesa y empezamos a disfrutar de la comida. Las palabras de los demás circulaban con naturalidad, creando un ambiente distendido y alegre; sin embargo, yo apenas prestaba atención a lo que se decía. Mi mente divagaba hacia otros pensamientos, sumida en la incertidumbre del futuro y las decisiones importantes que debía enfrentar. Intenté concentrarme en la comida, llevándome un bocado a la boca, pero cada vez que lo hacía, sentía que la comida se convertía en una carga pesada en mi estómago, como si cada trozo fuera una roca que dificultaba mi digestión y aumentaba mi ansiedad.
De pronto, una intensa sensación de náuseas me invadió. Mi estómago comenzó a revolverse con una incomodidad creciente, y en ese instante comprendí que ya no podía continuar disimulando mi malestar. Sin pensarlo dos veces, me levanté de la mesa con rapidez y, a toda prisa, corrí hacia el baño, logrando llegar justo a tiempo para evitar un desastre mayor. Detrás de mí, pude escuchar a mis hermanos, que, alarmados, me siguieron preocupados por mi estado.
—Elizabeth, ¿te encuentras bien? —preguntó mi hermano menor, Javier, con una clara preocupación en su tono de voz.
—Sí, solo... un pequeño malestar —mentí, intentando sonar convincente—. Debe ser algo que comí.
Tomás me observó con desconfianza, sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y duda.
—No aparenta ser simplemente un malestar. ¿Estás completamente segura de que todo está en orden?
A pesar de su interrogante y de la inquietud que me generaban sus palabras, asentí con la cabeza. Sin embargo, en el fondo de mi ser, era consciente de que no podría seguir ocultando la realidad por mucho más.
— Sí, estoy bien — respondí, tratando de sonar convincente. —Solo necesito descansar un poco.
Mis hermanos se miraron entre sí con una expresión de preocupación en sus rostros, pero al final decidieron dejarme sola. Me acomodé en el suelo del baño, encogiendo mis piernas y abrazando mis rodillas con fuerza, mientras luchaba por contener el llanto que amenazaba con desbordarse. Era consciente de que debía tomar una decisión en un futuro cercano; no podía continuar cargando con este secreto y enfrentando el miedo constante de que alguien lo descubriera. La presión era abrumadora y cada instante se sentía como una eternidad.
Esa noche, después de que mis hermanos se habían acomodado en sus camas y el silencio invadió la casa, me quedé despierta, absorta en mis pensamientos. La confusión y la preocupación sobre mi situación me mantenían inquieta, dando vueltas en mi mente. Era evidente que necesitaba desahogarme y hablar con alguien sobre lo que me atormentaba, pero no me sentía preparada para enfrentar a Alexander y la complicada conversación que eso implicaría.
Fue entonces cuando decidí que lo más sensato sería buscar el apoyo de mi amiga más cercana, Laura. Desde siempre, ella había sido mi confidente, esa persona en la que podía confiar sin reservas. Era la única que verdaderamente me entendía.
................AL DÍA SIGUIENTE...............
Al día siguiente, llamé a Laura y le pedí que nos encontráramos en nuestro café favorito. Cuando llegué, ella ya estaba allí, esperándome con una sonrisa.
—Elizabeth, ¿qué pasa? Te ves preocupada.
Me senté frente a ella y tomé un sorbo de mi café, tratando de encontrar las palabras adecuadas. — Laura, necesito contarte algo. Algo importante.
Ella me observó con una expresión de inquietud en su rostro. —¿Qué está pasando? Puedes contarme lo que sea, estoy aquí para escucharte.
Suspiré profundamente, intentando ordenar mis pensamientos antes de hablar. Con cierta hesitación, empecé a relatarle toda la historia: cómo había sido mi relación con Alexander, los momentos felices y las complicaciones que habían surgido; luego, mencioné la prueba de embarazo positiva que había hecho recientemente, y cómo esa noticia había desencadenado una serie de sentimientos encontrados dentro de mí. Finalmente, le confesé mi decisión de no revelar nada de esto por el momento. Laura me escuchaba en silencio, prestando atención a cada palabra que salía de mi boca.
—Elizabeth, esto es... esto es realmente enorme—dijo finalmente, con un tono que denotaba asombro y preocupación. —¿Estás completamente segura de que no piensas decírselo a Alexander? Él tiene todo el derecho a enterarse de esto.
—Lo sé —respondí, mientras las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos y a dificultar mi visión—. Pero no puedo. No después de lo que sucedió al final. No quiero arruinar su vida ni su carrera.
Laura, con una expresión de comprensión en su rostro, me tomó de la mano y me miró profundamente a los ojos.
—Entiendo que tengas miedo —dijo suavemente— pero también debes pensar en ti misma y en tu bebé. No puedes llevar este peso sola.
Asentí, reconociendo que efectivamente tenía razón en lo que decía. Sin embargo, la mera idea de tener que enfrentar a Alexander me llenaba de un terror profundo.
—Necesito un tiempo para reflexionar. Aún no me siento preparada para decírselo — respondí.
—Sea cual sea la decisión que tomes, quiero que sepas que estaré aquí para ti, —me aseguró, con sinceridad en su mirada. —No tienes que lidiar con esto solá si no quieres.
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