Emma es una mujer que ha sufrido el infierno en carne viva gran parte de su vida a manos de una organización que explotaba niños, pero un día fue rescatada por un héroe. Este héroe no es como lo demás, es el líder de los Yakuza, un hombre terriblemente peligroso, pero que sin embargo, a Emma no le importa, lo ama y hará lo que sea por él, incluso si eso implica ir al infierno otra vez.
Renji es un hombre que no acepta un no como respuesta y no le tiembla la mano para impartir su castigo a los demás. Es un asesino frío y letal, que no se deja endulzar por nadie, mucho menos por una mujer.
Lo que no sabe es que todos caen ante el tipo correcto de dulce.
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Marcas
Emma
Cuatro años después...
Sonrío al ver a mi pequeño jugar con Colin, el hijo de Conor y Mel, sobre el suelo de la oficina de mi jefa, quien es también mi mejor amiga. Mel me ha ayudado tanto, que sé, nunca podré retribuirle todo lo que ha hecho por mí.
–Colin extrañará a su amigo Dylan.
–Y yo extrañaré a mi mejor amiga y jefa –digo y coloco mi mano sobre su vientre–. Pero la pequeña está por nacer, es bueno que descanses, ya que luego no lo harás –agrego cuando recuerdo los primeros meses después que nació mi pequeño. Creo que estuve a punto de volverme loca gracias a la falta de sueño.
–Se verá mal que después de que me hayan nombrado directora del canal, me vaya a descansar.
Sonrío y me siento a su lado. –No se verá mal, porque primero, tu esposo y sus amigos son los dueños del canal, y segundo, vas a tener a un bebé. Diría que luego que nazca Taylor, lo último que podrás hacer será descansar.
–Al menos tengo a Conor, él se encargará de los niños, lo prometió. Una vez que nazca mi pequeña quiero dormir por días. Ahora, con mi enorme barriga, no puedo conciliar el sueño.
–Imagino que debe ser agradable tener ayuda –susurro y miro a mi pequeño, quien cada día se parece más a su padre–. ¿Crees que…? No, olvídalo.
–Renji. Estás pensando en él, en si hubiese sido un buen padre –dice Mel y yo asiento–. No sé cómo hubiese tomado la noticia, pero al menos estaría obligado a ayudarte, porque si sabiendo la verdad, no te hubiese ayudado, lo habría matado... Pero imagino que nunca lo sabremos.
–Temo el momento en que Dylan crezca y me pregunte por su papá. Sé que cometí muchos errores, pero no quiero que estos errores alcancen a mi hijo. Él es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Mel toma mi mano y me sonríe. –Dylan estará bien, cariño. Tiene a la mejor mamá del mundo y es un niño muy feliz. Es lo único que importa.
–Supongo que tienes razón.
–Mami –me llama mi niño. Me acerco de inmediato y me arrodillo a su lado–. Una torre.
Beso la cima de su cabecita. –Es la torre más alta y bonita que he visto alguna vez.
Mi pequeño me sonríe y yo beso su naricita antes de volver a ponerme de pie.
–Tengo miedo de que…
Mel me detiene con una sonrisa. –Hablé con Recursos Humanos y te aseguro que no importa quién me reemplace, esta oficina puedes seguir ocupándola, y por supuesto que Dylan puede seguir viniendo a trabajar contigo. Está en tu contrato.
Suspiro, agradecida. –No puedo dejarlo con nadie. No todavía –digo y mi cuerpo tiembla al pensar en todos los peligros que hay ahí afuera. No voy a dejar que mi pequeño sufra como lo hice yo.
–No tienes que hacerlo, no tienes que dejarlo solo si no estás lista –dice levantándose torpemente de la silla–. Conor ya debe estar por llegar –agrega y ambas sonreímos cuando escuchamos un pequeño golpeteo en la puerta.
–Adelante –digo y entra Conor.
–¡Papi! –grita Colin.
–¡Tío! –grita mi pequeño, y ambos abrazan las piernas de Conor.
Conor le entrega a Dylan una nueva maleta plástica llena de legos, que mi hijo recibe con una hermosa sonrisa.
–Gracias, tío.
–Lo que sea para el futuro arquitecto –dice y le desordena el cabello.
Los niños comienzan a abrir la maleta y Conor besa a su mujer, y luego me abraza y deja un beso sobre la cima de mi cabeza.
–No puedo creer que le siga gustando construir –dice pensativo mientras mira a mi niño–. Se parece a Renji –le dice a Mel, quien se tensa visiblemente al igual que yo–. Termina un hotel y pasa a construir el siguiente. Creo que lo único que realmente le gusta es crear edificios, no le importa lo que viene después; administrar, solo le gusta diseñar y construir. ¿Pueden creer que este año ya ha construido dos edificios de oficinas en Nueva York y tres hoteles en Las Vegas? Desde que su mamá murió no ha dejado de crear edificaciones.
Me obligo a sonreír.
–Mi amor, es tarde, y recuerda que quiero pasar a despedirme de mis papás primero. Tenemos que viajar a Iowa y quiero pedirle a mi papá que me haga tortillas –le pide con un adorable mohín, que su marido se apresura en besar.
Respiro tranquila cuando Conor se distrae con su mujer y deja de hablar de Renji.
–Quiero ver a mi tata –exige Colin desde el suelo.
–Me gustaría tener un tata –dice mi niño y mi corazón se parte en cientos de pedazos.
Mel y Conor me miran, ambos con una sonrisa triste en sus rostros.
–Puedo prestarte mi tata –le dice Colin, logrando que mi hijo vuelva a sonreír–. Es muy divertido. Y tengo dos abu, también puedo compartirlas.
Mi corazón se derrite ante el gesto de solidaridad de Colin con su amigo. Mel y Conor también miran a su hijo con el corazón en los ojos.
–Gracias –le dice mi pequeñito y ambos niños se abrazan.
–Hijo, tenemos que irnos –le recuerda Mel mientras seca un par de lágrimas que corrieron por sus mejillas–. Te dejo a cargo, Emma.
Asiento. –No te preocupes por nada –le pido.
–Créeme, no tendré tiempo para preocuparme por el trabajo, este par de hombrecitos, que viven conmigo, me mantienen ocupada –dice divertida.
Me despido de ellos y le doy un largo abrazo a Mel, voy a extrañarla mucho. Si bien es verdad que no está todo el mes aquí, de hecho, hay meses que solo viene una semana a la oficina, ya que ella y su familia viven tanto en Nueva York como en Irlanda, ahora es distinto porque sé que no la veré en un largo tiempo, mi corazón se contrae al pensar en eso.
Mi niño también se despide de sus tíos y su amigo, y luego, cuando la familia Sullivan Harper se va, se abraza a mi cadera.
–¿Cuándo volveré a verlo? –pregunta.
–Pronto, cariño –le juro–. La tía Mel volverá en unos meses, el tiempo pasará tan rápido que no te darás cuenta.
Asiente antes de volver a lanzarse al piso para seguir armando torres.
Me siento en la silla mientras comienzo a contestar los correos pendientes. Miro a mi hijo jugar y no puedo evitar sonreír con tristeza.
Mi niño se parece a su papá.
Mi corazón duele, pero acostumbrada a ignorarlo sigo trabajando.
Un corazón roto no es nada, hay peores dolores, eso lo sé bien. Dolores tan profundos que dejan marcas para toda la vida. Dolores, que juro, mi hijo no vivirá jamás.
Dylan