CONTRATO CON EL CEO: PROHIBIDO ENAMORARSE

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...CAPÍTULO 11...

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...EMMA RÍOS...

Faltaba una semana para la boda.

Una maldita semana.

Leonardo lo había dicho con la misma naturalidad con la que anuncia una junta de inversionistas:

“Será fuera del país. Lo más probable es que en Grecia.”

Grecia.

Yo apenas podía organizar mis apuntes de la universidad sin colapsar, y él ya estaba planeando un matrimonio internacional como si fuera un desfile de modas con presupuesto de película.

Aunque, claro, según el contrato, eso ya estaba estipulado:

“La ceremonia se llevará a cabo en el destino que el Sr. Blake considere más conveniente para la imagen pública.”

Traducción: donde él diga.

Mientras me miraba al espejo esa mañana, con ojeras y el cabello hecho un desastre, solo podía pensar en dos cosas:

1. Sofía entraría a cirugía en unos días.

2. No tenía tiempo ni cabeza para pensar en nada más.

La universidad, mi pobre carrera, había pasado a segundo plano. A mitad de semestre y ya me sentía reprobando todo.

Tomé mi bolso y salí de la mansión con prisa. Susan insistió en que me llevara el chofer, pero le dije que no.

Necesitaba, aunque fuera por una hora, sentirme normal.

Tomar el bus, escuchar música, mirar por la ventana sin escoltas siguiéndome los pasos.

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El sonido de los tacones apresurados, los gritos del profesor de patronaje, las risas de mis compañeras… Extrañaba eso. Aunque, cuando entré al salón, esas risas se apagaron.

Todos me miraron.

Y no fue precisamente con cariño.

—Mírala, llegó la futura señora Blake —dijo una voz con sarcasmo desde el fondo.

Respiré hondo y forcé una sonrisa.

—Buenos días a ti también, Valeria.

—Buenos días —respondió ella, cruzándose de brazos—. ¿Vienes a entregar el trabajo o a dar consejos de cómo conseguirte un suggar multimillonario?

Las risas se extendieron por el salón.

Genial. Exactamente lo que necesitaba para empezar la mañana.

Me senté en mi puesto, intentando ignorar los murmullos. Pero era imposible.

—Dicen que se casó con él por dinero —susurró una—. Que ni siquiera lo quiere.

—Por favor, ¿qué amor? Ese tipo no sabe ni sonreír —dijo otra—. Seguro le ofreció mucho dinero, y ella aceptó como la interesada que es.

Apreté el lápiz con fuerza.

Un mes atrás, yo también me habría reído de esa historia.

Pero ahora… yo era la historia.

—Emma —me llamó el profesor, sacándome de mis pensamientos—, tu boceto final, por favor.

Caminé hacia el frente con la hoja enrollada en la mano.

Mis dedos temblaban.

No por nervios de la exposición, sino por la sensación de que todos estaban esperando que me cayera, que tropezara, que probara que sin dinero no era nada.

Extendí el boceto sobre la mesa.

Era un diseño de vestido de novia.

Ironía cruel.

El profesor lo observó en silencio.

Yo contuve la respiración.

—Interesante —dijo al fin—. ¿Inspiración?

Tragué saliva.

—Romanticismo en la actualidad—mentí.

Porque “un contrato con 17 cláusulas y cero besos reales” no sonaba tan inspirador.

El profesor asintió.

—Tiene fuerza. Pero parece… vacío. Como si le faltara algo de alma.

Sí, como mi vida.

Asentí, recogí el papel y volví a mi asiento.

Atrás, Valeria y su grupo me lanzaban sonrisas falsas.

—Ay, qué coincidencia —dijo ella en voz alta—. Su vestido también es de novia.

—Será que se está probando antes del grande —rió otra.

Decidí ignorarlas. Pero claro, el universo tenía otros planes.

Cuando salí del salón, Valeria me alcanzó en el pasillo.

—Oye, Emma, solo una pregunta —dijo, deteniéndome del brazo—. ¿Cuánto te pagó?

—¿Perdón?

—El CEO, Blake. ¿Cuánto costó una noche contigo? Y también ¿Qué hiciste para que él se quedara enganchado a ti?

Sentí la sangre hervirme.

—No te incumbe —dije despacio, soltándome.

—Tranquila, solo es curiosidad. Es que hay que admirar tu talento, ¿eh? No cualquiera pasa de becada a millonaria en un mes.

—Mira, Valeria… —respiré hondo para no hacer algo que después me costara una demanda por agresión—. No necesito explicarte mi vida. Eso a ti no te importa.

Valeria se cruzó de brazos, con esa sonrisa de superioridad que me daban ganas de enmarcar… y prenderle fuego.

—Claro que no, futura señora Blake —dijo, entonando cada palabra con veneno—. Pero ojalá recuerdes quién eras antes de venderte.

Le sonreí.

Una sonrisa dulce, peligrosa.

Esa que normalmente precede a un desastre.

—Pobre Valeria… —dije despacio, y el murmullo del pasillo se apagó—. Creo que desperdiciaste tantos semestres en la carrera equivocada.

Ella frunció el ceño.

—¿Perdón?

—Sí, en serio —continué con una calma casi terapéutica—. Con lo bien que se te da inventar historias, deberías haber estudiado literatura. Aunque… pensándolo bien, puede que no.

Sus amigas empezaron a mirarse entre sí.

—Porque ni para inventar sirves —rematé—. Tus chismes son mediocres, igual que tus diseños. Y mira que eso ya es mucho decir.

El grupo soltó un “¡uuuh!” colectivo.

Valeria abrió la boca, pero no salió sonido alguno.

—Te pasas —balbuceó.

—No, cariño, te pasas tú —repliqué, avanzando un paso—. Siempre estás pendiente de mi vida, de mis clases, de lo que llevo puesto, de a quién beso o no.

Sonreí con un toque de ironía.

—¿Sabes qué es lo más triste? Que lo único que te motiva a levantarte por las mañanas es la envidia.

Los murmullos subieron de tono.

Un par de chicos grababan con sus celulares.

Y antes de que alguien interviniera, Valeria me empujó el hombro.

—¡Cállate! —gritó.

Yo di un paso atrás, sin perder la sonrisa.

—¿Ves? Hasta para gritar eres ordinaria. Mejor madura y búscate una vida.

Ella me lanzó su carpeta, que cayó justo al borde de la fuente del campus.

Y claro, como mi vida últimamente era una telenovela, terminé empapada de gotas que salpicaron.

—Perfecto —dije, levantando los brazos—. ¡Agua bendita! A ver si así se me quita el pecado de casarme con un multimillonario.

Las risas estallaron.

Valeria, roja como un tomate, se acercó furiosa.

—¡Eres una hipócrita!

—Y tú una diseñadora frustrada, pero bueno, nadie es perfecto —respondí con toda la dulzura del mundo.

De pronto, un auto negro se detuvo justo al frente de la plaza del campus.

Dos hombres bajaron del vehículo y caminaron directo hacia mí.

Detrás de ellos, Susan, impecable como siempre, con un IPad en mano y su cara de “otra vez esta mujer”.

—¿Hay algún problema, señorita Ríos? —preguntó uno de los hombres, mirando de reojo a Valeria.

—No, para nada —respondí, sacudiendo mi cabello húmedo—. Solo una basurita en el ojo molestando.

Susan contuvo la risa y asintió.

—Entiendo. El señor Blake la espera en el auto.

Giré lentamente hacia ella.

—¿En serio? Les dije que quería estar sola al menos hoy.

—Lo sé, señorita Emma —dijo Susan, bajando un poco la voz—, pero el señor Leonardo tiene cosas importantes que hablar con usted.

—Claro, porque mi prometido no entiende el concepto de “espacio personal” —murmuré entre dientes.

Valeria me miraba con la mandíbula desencajada.

—¿Señor Blake? ¿Leonardo Blake? —repitió, casi tartamudeando.

Le dediqué mi mejor sonrisa de comercial de joyas.

—Sí, el mismo. Y, si me disculpas, tengo un jet privado esperándome en algún lado.

Y antes de que pudiera responder, los hombres se hicieron a un lado y me abrieron la puerta de un Aston Martin negro.

Toda la universidad se quedó en silencio.

Solo se escuchaban los clics de los celulares grabando.

Entré al auto, intentando mantener la dignidad mientras mi corazón latía como tambor.

Susan se subió al asiento delantero y cerró la puerta tras de mí.

—¿Qué miras? —le dije con media sonrisa al chofer que ajustaba el espejo retrovisor.

—Nada, señorita. Solo… es raro verla así—respondió, conteniendo la risa.

—Créame, yo también pienso lo mismo —murmuré.

El auto arrancó, dejando atrás a medio campus con la boca abierta.

Podía sentir las miradas pegadas al vidrio, los flashes, los susurros que probablemente serían trending topic en el grupo de diseño.

Por dentro, quería llorar.

Por fuera, me limité a respirar y mirar por la ventana.

Si algo había aprendido desde que acepté ese estúpido contrato era esto:

A veces, la mejor venganza es brillar tanto…

que los demás tengan que usar gafas para poder soportarlo.

El celular vibró.

Mensaje de Gisela.

“Prepárate. El vuelo a Grecia sale en tres días. Te enviaré la lista de cosas que debes empacar. Y sí, Leonardo está insoportable.”

Solté una risita.

Claro que lo estaba.

Probablemente aún furioso por lo de anoche.

Guardé el celular y suspiré.

Me quedaban tres días para fingir ser una novia perfecta.

Tres días para despedirme de mi hermana, mi universidad, mi libertad…

Tres días para convertirme, oficialmente, en la señora Blake.