Mariana siempre fue una joven independiente, determinada y llena de sueños. Trabajaba en una cafetería durante el día y estudiaba arquitectura por las noches, y se las arreglaba sola en una rutina dura, viviendo con sus tíos desde que sus padres se mudaron al extranjero.
Sin embargo, su mundo se derrumba cuando decide revelar un secreto que había guardado por años: los constantes abusos que sufría por parte de su propio tío. Al intentar protegerse, es expulsada de la casa y, ese mismo día, pierde su trabajo al reaccionar ante un acoso.
Sola, hambrienta y desesperada por las calles de Río de Janeiro, se desmaya en los brazos de Gabriel Ferraz, un millonario reservado que, por un capricho del destino, estaba buscando una madre subrogada. Al ver en Mariana a la mujer perfecta para ese papel —y notar la desesperación en sus ojos—, le hace una propuesta audaz.
Sin hogar, sin trabajo y sin salida, Mariana acepta… sin imaginar que, al decir “sí”, estaba a punto de cambiar para siempre su propia vida —y la de él también.
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Capítulo 15
Capítulo 15 – Como Si Fuera Tuya
La ausencia de Mariana era un ruido constante en los días de Gabriel.
No conseguía concentrarse.
¿Los informes de la empresa? Pasaban ante sus ojos como humo.
¿Las reuniones? Un montón de voces sin sentido.
Hasta Gustavo, siempre enfocado en los negocios, lo notó.
— ¿De verdad quieres que crea que todo está bien? — dijo, dejando una carpeta sobre la mesa del despacho. — Porque, sinceramente, tío… pareces un zombi.
Gabriel, con un traje impecable, miraba el horizonte por la ventana de cristal, pero su mente estaba lejos de allí.
— Lo he estropeado todo — dijo, finalmente.
— Lo estropeaste cuando decidiste esconderte a ti mismo que estabas enamorado de ella — respondió Gustavo, directo. — Y ahora estás pagando el precio.
Más tarde, ya en casa, fue el turno de Luísa de invadir su silencio.
Entró en la habitación con una expresión decidida.
— Ok. Ya es hora de que te levantes y hagas algo. Mariana no es un contrato, ni una barriga que te va a dar un heredero. Ella es una persona, Gabriel. Y tú… eres un idiota que está dejando que se escape.
— Intenté mantener el control — murmuró él.
— ¿Y en qué momento de la vida eso ha funcionado, eh? Solo eres feliz cuando sientes. Cuando vives. Ve tras ella. Pide perdón. Haz lo que tengas que hacer.
Él se quedó en silencio.
Y fue entonces cuando un golpe en la puerta del despacho resonó.
Era el abuelo.
El anciano, siempre tan reservado, de pocas palabras, entró con su andar lento, pero firme. Se sentó en el sillón y lo miró fijamente.
— ¿Sabes cuál fue el mayor error que cometí en mi vida, Gabriel?
— ¿Cuál? — preguntó él, curioso.
— Haber amado y no haberlo dicho. Haber perdido el tiempo intentando fingir que no sentía nada. Y al final… ella se fue. Y yo me quedé demasiado viejo para correr tras ella.
Gabriel bajó los ojos.
— ¿Crees que vale la pena?
El abuelo esbozó una leve sonrisa.
— Si cuando piensas en ella, tu pecho se oprime… entonces sí, vale.
—
A la mañana siguiente, Gabriel fue hasta la facultad de Mariana.
Sabía que ella tendría clase hasta el mediodía.
Esperó en el aparcamiento durante más de una hora, impaciente, hasta que finalmente la vio salir por la puerta principal.
Estaba con Lucas.
Riendo de algo que él dijo.
Y entonces sucedió de nuevo.
El pecho se oprimió.
La sangre hirvió.
Pero respiró hondo.
No explotaría esta vez.
No de esa forma.
Cruzó la calle.
Se acercó a los dos.
Mariana lo vio llegar, sorprendida.
Antes de que ella dijera cualquier cosa… él la besó.
Allí, delante de todos.
Un beso firme, intenso, posesivo.
No de rabia — sino de deseo.
De querer.
De no querer perder.
Lucas se quedó inmóvil por algunos segundos.
Después carraspeó, incómodo, y se alejó, visiblemente molesto.
Gabriel soltó los labios de ella despacio.
— Tenemos que hablar.
Ella, sin conseguir razonar bien después de aquel gesto impulsivo, solo asintió.
Él la llevó hasta el mismo café que ella frecuentaba con sus amigos. Se sentaron a la mesa en la esquina.
— Lo siento — comenzó él, con los ojos fijos en los de ella. — Por todo. Por haberte gritado. Por haber actuado como si fueras mía. Por haberte confundido cuando ni yo me entendía.
Mariana apretó los dedos alrededor de la taza, nerviosa.
— Gabriel…
— No quiero a otro hombre a tu lado. No te quiero con nadie. Pero no porque seas una barriga de alquiler, sino porque… me gustas. Mucho más de lo que imaginé que sería posible.
Ella se quedó en silencio.
Él continuó:
— Sé que puedo ser difícil. Frío, a veces. Pero no soy de piedra. Y no quiero perderte. Así que si todavía hay alguna oportunidad…
Ella respiró hondo, con el corazón latiendo descompasado.
— No sé qué pensar, Gabriel. Pero… tal vez podamos intentarlo. Despacio.
Él sonrió. Una sonrisa verdadera, con alivio.
— Despacio sirve. Con tal de que sea contigo.