Lo que empezó como una noche de copas y diversión termina por unir los destinos de dos personas con vidas completamente opuestas.
Marcos Ashford es un hombre frió, arrogante y calculador, acostumbrado a tener todo a sus pies.
Miranda Gonzales es una chica amable y extrovertida que no tiene miedo a divertirse.
¿Podrán ambos sobrellevar las adversidades y abrirse paso al amor?
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Dormido
Llegamos a mi casa casi llevándonos todo por delante, desde que nos subimos al auto había atacado mis labios ferozmente y no parecía tener intención de alejarse.
—¿Dónde está tu cuarto?— Lo agarré de su corbata y lo guíe hasta mi habitación en medio de la oscuridad.
—Quería hacer esto hace mucho tiempo— Me recosté en la cama sin apartar la mirada de él mientras se quitaba la ropa.
Demonios, si que es jodidamente sexy. No voy a mentir, este hombre está como el pan pero se que nada bueno resulta de enredarse con él, por eso siempre había tratado de mantener muy alejada de él. Él es un completo energúmeno, mujeriego y sin sentimientos. Esos definidos brazos, ese abdomen de Dios griego, ese cabello negro revuelto, nada de eso va a ser que me distraiga. Esta noche el está en mi territorio, no pienso dejar que crea que el tiene el control de esto.
Cuando al fin logró deshacerse de su ropa clavó esa mirada que de seguro debe tener a muchas en este momento llorando por él en mí. Me jaló de las piernas hasta acercarme a él y se posicionó en medio.
—No planeas quitarme mi vestido— Dije dejando caer uno de los tirantes de este a propósito. Él acercó una de sus manos lentamente a mi hombro y retiró el otro tirante, estaba por acercarse a mi cuello pero enrede mis piernas en su cintura, lo atraje hacia mi y le di la vuelta dejando que cayera en la cama. Aproveché su sorpresa levanté mi vestido y me subí sobre él.
—Apuesto que estás acostumbrado a tener siempre el control, ¿no es así, Ashford?
—Tengo todo lo que quiero cuando quiero— Empecé a mover mi cintura en círculos sobre él y no tengo ni idea si en verdad lo estaba haciendo bien pero por su rostro podría decirse que si.
—Es algo aburrido si no tienes que esforzarte un poco— Detuve mi movimiento en cuanto sentí lo muy duro que estaba.
—¿Por qué te detienes?
—Porque puedo y quiero— Llevó sus manos a mis caderas intentando que volviera a moverlas pero me hice a un lado.
—No, no, no. No piensas dejarme así ¿o sí?
—¿Tu que crees Ashford?— Sus ojos se oscurecieron, tomó mi vestido por un extremo y lo rompió develando mi cuerpo cubierto tan solo por mi fina ropa interior de color negro.
—Creo que estás tan dispuesta como yo— Hizo a un lado mis panties y deslizó un dedo por mi intimidad. —Ya vez. Tan dispuesta como yo.
—Entonces, ¿Qué estás esperando?— Deslizó mi ropa interior por mis piernas dejándome completamente desnuda bajo su vista.
Acercó su rostro al mío y primero me dio un corto beso, se detuvo y retiró su bóxer dejándo expuesta ante mi su erección.
—No quiero ser gentil está noche— Volvió a posicionarse sobre mí y unió nuestros labios desviando mi atención a la prominente erección que se abrió paso entre mis piernas.
—Argh— Él creciente dolor de algo rompiéndose dentro de mi me devolvió a la sobriedad. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Perder la virginidad con su jefe? Pero a quién se le podría ocurrir algo así.
Con cada movimiento suyo el dolor se hacía más y más tolerable, hasta que ya solo podía sentir el placer recorrer cada centímetro de mi cuerpo, mientras sus ardientes manos recorrían cada centímetro de mi piel.
—Gonzales, te deseaba tanto— Su voz ronca abrumada más mis sentidos.
Con un rápido movimiento, me dejó a horcajadas sobre él, por lo que pude tomar el control.
Con cada movimiento que realizaba podía sentirlo más y más adentro de mi, llevando oleadas de placer a cada parte de mi cuerpo.
De pronto, mi espalda se arqueó para recibir el liberador clímax que poseyó mi cuerpo y en respuesta él suyo también hizo lo mismo, dejándome caer sobre la cama.
Ambos nos recostamos uno junto al otro mientras acoplabamos nuestras respiraciones.
—Señor Ashford— Estaba a punto de pedirle que se fuera pero sus ronquidos me dejaron muy en claro de que no había forma de sacarlo del sueño en el cual se había sumergido.