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Maneras de Reconquistarte

Maneras de Reconquistarte

Status: Terminada
Genre:CEO / Aventura de una noche / Embarazo no planeado / Embarazada fugitiva / Reencuentro / Romance de oficina / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:62
Nilai: 5
nombre de autor: Melissa Ortiz

Alexandre Monteiro es un empresario brillante e influyente en el mundo de la tecnología, conocido tanto por su mente afilada como por mantener el corazón blindado contra cualquier tipo de afecto. Pero todo cambia con la llegada de Clara Amorim, la nueva directora de creación, quien despierta en él emociones que jamás creyó ser capaz de sentir.

Lo que comenzó como una sola noche de entrega se transforma en algo imposible de contener. Cada encuentro entre ellos parece un reencuentro, como si sus cuerpos y almas se pertenecieran desde mucho antes de conocerse. Sin oficializar nunca nada más allá del deseo, se pierden el uno en el otro, noche tras noche, hasta que el destino decide entrelazar sus caminos de forma definitiva.

Clara queda embarazada.
Pero Alexandre es estéril.

Consumido por la desconfianza, él cree que ella pudo haber planeado el llamado “golpe del embarazo”. Pero pronto se da cuenta de que sus acusaciones no solo hirieron a Clara, sino también todo lo verdadero que existía entre ellos.

NovelToon tiene autorización de Melissa Ortiz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 1

...Alexandre Monteiro....

^^^Florianópolis, Santa Catarina^^^

Contemplo la vista que tengo desde la terraza de mi empresa. Desde aquí, puedo apreciar un vislumbre magnífico de Florianópolis, y es casi imposible creer que aquel niño de piernas delgadas, que creció en el interior, se convertiría en el dueño de la mayor empresa de tecnología de América.

Si contara esta historia, mucha gente se reiría. Y lo entiendo. Porque es difícil de creer.

Mi madre era pobre. Trabajaba como limpiadora en la casa de un hombre rico, Emanuel Martínez. Él estaba casado y, en la época, su esposa también acababa de anunciar que estaba embarazada. Está claro que él jamás pondría en riesgo la imagen de familia perfecta que cultivaba. Entonces, el embarazo de mi madre se mantuvo en secreto.

Ella me tuvo sola. Crecí ayudándola en el trabajo en la misma casa en que mi hermana, Luíza Martínez, vivía como una princesa. Mientras yo cargaba baldes y aprendía a defenderme, Luíza era tratada como una niña prodigio. A los siete años, hablaba cinco idiomas y era halagada por todos. Creció bajo el brillo de la validación académica y del estatus que jamás nos pertenecieron.

Fue en esa fase que mi madre quedó embarazada de nuevo de mi padre. Ellos continuaron viéndose a escondidas. Pero, cuando Angélica, la esposa de él, descubrió, todo se derrumbó. La frágil estabilidad que teníamos desapareció. Mamá estaba a punto de dar a luz, y Angélica se aseguró de echarnos.

Cuando mi hermana menor, Cibele, nació, yo tenía apenas ocho años. No sabía qué hacer. Mamá estaba sin empleo, con la salud debilitada tras complicaciones en el parto. Fueron semanas durmiendo en bancos de hospital mientras ella se recuperaba. Cuando finalmente volvimos a casa, ya estábamos casi siendo desalojados.

Mi padre pagó cuatro meses de alquiler y también costeó mi escuela, para que yo continuara estudiando. Cibele aún luchaba contra la desnutrición.

Pasé hambre al lado de mi madre. Ella volvió a trabajar como camarera y llevaba a Cibele con ella. Por la tarde, yo cuidaba de mi hermanita. Y así fue hasta mis 14 años, cuando mi madre murió ahogada en la piscina de la casa de la patrona. Ella no sabía nadar, porque nunca tuvo tiempo para aprender.

En el velorio, aparecieron mi padre, Angélica y Luíza. La señora vino solo por la apariencia. Besó mis cabellos con falsedad y nos invitó a vivir con ellos.

Por obligación legal, mi padre tuvo que acogernos, ya que éramos menores de edad. Y allí comenzó nuestro verdadero infierno. Angélica solo fingía bondad cuando él estaba cerca. Cuando no había testigos, mostraba su verdadera cara. Era una víbora hasta con la propia hija.

Luíza vivía bajo reglas absurdas: tenía que comer poco, estar siempre impecablemente vestida como una adulta y hablar con dicción perfecta. Bastaba un error y su madre se transformaba en una fiera. Yo no entendía cómo ella soportaba aquello. Pero, al fin y al cabo, era su madre.

Cibele, con apenas seis años, era tratada como una muñeca delante de nuestro padre. Por detrás, Angélica se aseguraba de repetir que ella no era su madre y partía el corazón de mi hermanita en mil pedazos.

A los 18, después de noches interminables de estudio, aprobé el examen de ingreso de la USP y me mudé a São Paulo. Mientras yo construía mi camino, Luíza ya había sido enviada a Harvard y Cibele continuaba en la enseñanza básica, aprendiendo a sobrevivir en medio de las ruinas de una familia que nunca fue de verdad.

En la misma época, el avión en que mi padre y la madre de Luíza viajaban cayó, matando a todos los pasajeros. La familia Martínez se deshizo de un día para otro, y sobraron apenas los tres herederos legales — nosotros — que heredamos no solo propiedades, coches, lanchas y aviones, sino dinero suficiente para tres vidas enteras.

Me gradué en Administración y abrí mi propia empresa de tecnología, lanzando mi primer proyecto. Luíza asumió las empresas de nuestro padre. Fue solo a los 24 años, después de mucho silencio, que nosotros dos volvimos a conversar como personas civilizadas. Y juntos hicimos la fusión de las compañías.

Luíza es orgullosa, presumida y callada. Observa todo a su alrededor, habla apenas cuando algo le incomoda. Angélica siempre intentó transformarla en un proyecto personal, y yo juro que intenté cambiar eso desde que nos reaproximamos.

Ella tampoco habla con Cibele. Siempre culpó a mi hermana menor por haber sido el motivo de las peleas entre nuestros padres. Pero Cibele era solo una niña.

— ¿En qué estás pensando? — oigo la voz de Cibele detrás de mí y me giro.

— Hola, Bele. Pensando en lo buena y cruel que la vida fue con nosotros al mismo tiempo.

— Pero es así mismo — dijo, quedando a mi lado. — Primero los obstáculos, después las conquistas. Acabo de llegar. Dejé a Alice en la casa de la abuela.

— ¿Cómo está mi sobrina?

— Bien. Hoy se le cayó el primer dientecito — habla, orgullosa. — Mi niñita está creciendo. ¿Pero qué estabas haciendo aquí arriba solo?

— Vine a despejar la cabeza.

— ¿Mucho trabajo?

— Demasiado. Luíza fue a Suiza a resolver un problema con uno de nuestros aparatos. El cliente reclamó de mal funcionamiento, y él es importante de más para que lo perdamos.

— ¿Y Clara? — preguntó, mirando alrededor. — No la vi por aquí hoy. ¿Ya se fue?

Clara había mandado un mensaje más temprano, diciendo que no se sentía bien y preguntó si podía faltar. Yo dije que sí y que pasaría por allá así que fuera posible.

Nuestro caso ya duraba mucho más de lo que habíamos combinado. Habíamos dejado claro que sería solo una noche, pero ya pasaron ocho meses desde aquel primer encuentro movido por puro deseo.

— No estaba bien, no vino hoy — expliqué.

— ¿Pero ella ya está mejor? — preguntó, preocupada.

— Voy a ver cómo está cuando salga de aquí.

— Humm. Todo preocupado con alguien que es solo un “casito” — provocó, con aquella expresión curiosa que ella siempre hacía cuando quería sacarme de mis casillas.

— Ah, cállate, Cibele — hablé, rodando los ojos. — Ve a cuidar de tu vida, que tampoco anda tan bien que digamos.

— Vaya, me dolió — dijo, colocando la mano en el pecho de forma dramática.

Cibele había quedado embarazada de un hombre mayor, un jugador de fútbol. Alice nació y Daniel hasta asumió la paternidad, pero ellos nunca llegaron a estar juntos de verdad. Él se mudó a otro país y, desde entonces, solo manda dinero, como si la única cosa que mi sobrina necesitara fuera eso.

— ¿Alex?

— Hola.

— ¿Te gusta ella? — preguntó de la nada, y yo miré a Cibele, medio sin saber de dónde había venido aquello.

— ¿Pero qué pregunta es esa, guria?

— Te estoy preguntando si te gusta ella, pues. Tú y Clara están en este rollo hace unos ocho meses, yo no vi tu nombre en ningún chisme con otras mujeres desde que comenzaron a enrollarse. Pero tampoco nunca te vi crear vergüenza en la cara y pedirla en noviazgo.

— Yo la respeto, Bele.

Mi hermana dio aquella sonrisita de lado, bien pícara, como quien ya sabe lo que yo no quiero admitir.

En ese instante, mi secretaria me llamó por llamada para resolver un problema, y nosotros bajamos para el piso de la presidencia. Eran como las tres de la tarde, yo aún tenía mi última reunión a las cinco.

Tomé el celular y mandé un mensaje a Clara, preguntando si ella estaba mejor. La falta de respuesta de ella todo el día me dejó en alerta. Yo iba a dar una pasada por la cobertura de ella más tarde, solo para ver si todo estaba bien.

Di inicio a mi penúltima reunión del día. Así que terminó, fui hasta la cafetera y preparé un café bien fuerte para espantar el cansancio. Después, volví a la mesa y pasé un tiempo revisando informes, organizándome para la última reunión que iba a acontecer más tarde.

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