Cristóbal Devereaux, un billonario arrogante. Qué está a punto de casarse.
Imagínatelo. De porte impecable, a sus 35 años, está acostumbrado a tener el control de cualquier situación. Rodeado de lujos en cada aspecto de su vida.
Pero los acontecimientos que está a punto de vivir, lo harán dar un giro de 180 grados en su vida. Volviéndose un hombre más arrogante, solitario de corazón frío. Olvidándose de su vida social, durante varios años.
Pero la vida le tiene preparado varios acontecimientos, donde tendrá que aprender a distinguir el verdadero amor. Y darse la oportunidad de amar libremente.
Acompañame en está nueva obra esperando sea de su agrado.
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Su imperio
Solo tiene que firmar señora y todo lo que está aquí en específico será de usted, podrá llevar una vida digan. --
-- Señor Lancaster, lo único que yo quiero es ver a mi hija las veces que yo quiera, y no estar pidiendo permiso a nadie. --
Henry solo la quedó viendo antes de responder.
-- Está bien, trataré de hablar con Cristóbal. --
-- Bien, espero una respuesta. Dígale a la señora Devereaux, que yo no puedo aceptar nada de lo que dicen esos documentos. --
Henry se dispone para salir, se levanta acomodando su elegante traje y se dirige hacia la salida. Maria al cerrar la puerta se queda ahí inmóvil. No hay lágrimas. Pero si un ligero temblor en sus manos. Por primera vez en mucho tiempo, se pregunta si en algún momento la verdad que ha guardado como secreto saldrá a la luz.
*ñCristóbal se encuentra en el corazón de su mismo mundo: en el glamuroso edificio Devereaux, un edificio que más bien parece un santuario. cuidadosamente diseñado, en el piso más alto de los rascacielos un edificio de cristal de acero que conforta entre lo elegante y la elegancia. Cristóbal se encuentra tras su escritorio de ébano africano, más parecido a un altar que a una mesa de trabajo. Sobre él descansa ordenadamente varios objetos: un teléfono de diseño minimalista. Una pluma de edición limitada, una bandeja de cuero con documentos clasificados, y una pequeña escultura de bronce: Atlas sosteniendo el mundo, regalo de un jeque árabe tras una negociación exitosa.
Cristóbal viste un traje azul medianoche a medida, con una camisa blanca de hilo egipcio Y una corbata de seda italiana pero perfectamente anudada. su reloj, un Parker Philippe, brilla discretamente bajo el puño de su camisa. No lleva joyas más que el anillo de sello familiar, que gira con discreción en su dedo mientras decia.
-- no me interesa que tengas dudas. --
Decía, con voz baja, pero afilada como un cristal roto.
-- Ciérralo. Hoy. No vuelvas a llamarme. --
Colgó, la llmada. Sus palabras no necesitaban volumen. Tenían el peso de una decisión. Inmediatamente, tomó otro teléfono, marcó una extensión interna.
-- Rachel, tráeme el expediente Heston y que me confirmen la cena con los chinos. Que no haya errores esta vez. --
Otro de, Sus asistentes, un joven brillante con reflejos de acero, apareció minutos después con una carpeta delgada. Mientras se la entregaba, Cristóbal ya estaba escribiendo en un documento digital proyectado por un fino panel de cristal qué energía del escritorio al contacto de su huella.
-- Gracias. Y dile Michelle, que quiero el reporte de Seúl antes del almuerzo. --
Cuando volvió a quedarse solo, el silencio lo envolvió como una segunda piel. Pero era un silencio lleno de electricidad, de planes en movimientos, de decisiones que se. Tenían en el aire. Sobre una consola lateral reposaban tres teléfonos internacionales, cada uno conectado a una región estratégica: Europa, Asia y medio Oriente. Alado, una bandeja de plata una taza de café recién hecho, humeante, preparado con una mezcla traída de una plantación privada en Colombia. Cristóbal bebió un sorbo contemplando la ciudad a través del cristal.
La pista desde su despacho era como una pantalla desde ahí había aprendido a leer la ciudad como un tablero de ajedrez. Cada edificio era una pieza. Cada rastro, un posible aliado o amenaza. Y él, el jugador maestro, no aceptaba perder.
Vuelve a su escritorio. Encendido. El monitor secundario y repasó los informes: movimientos de bolsa, análisis de riesgo, proyecciones de crecimiento. Con un solo movimiento de su dedo, descartó lo innecesario. Leía con la velocidad de quien ya había memorizado la escritura del mundo. Fue entonces que un leve sonido y le rompió su concentración: un mensaje encriptado parpadeó en la pantalla principal. Lo abrió con una contraseña que solo él conocía. Era de un contacto de Dubai. Una oferta de adquisición. Potencial, riesgosa, pero con promesas de alto rendimiento. Frunció el ceño. Apretó el botón del intercomunicador.
-- Rachel, consígueme a Karim. Ahora. --
Cristóbal se quedó por algunos minutos en silencio, esperando que Karim se comunicará con él. Cuando entraba la videollamada cifrada en la pantalla lateral, era Karim le pidió que le diera todo un informe detallado sobre los nuevos Noor Holdings. ¿Qué hay detrás de su fachada?
Mientras escuchaba su analista desde el otro lado del mundo, sus dedos acariciaban el borde de la escritura de Atlas. Cada nuevo dato, su mente tejía posibilidad. Las decisiones de Cristóbal nunca eran impulsivas sí de negocios se trataban: eran construcciones exactas, detrás de su calma había un cálculo constante. Casi, firmó con su pluma uno de los documentos que Rachel había dejado sobre la mesa. Era la venta de un edificio en Berlín. Una jugada secundaria, pero útil, para hacer otra operación mayor.
Las horas pasaron sin que se notara el cambio de luz. solo el ángulo de las sombras sobre el piso indicaba que el día había terminado. Cristóbal no mostraba signo de fatiga. Solamente una concentración más densa. Más filosa. a las 5 en punto, se levantó. Camino hasta una pequeña cama oculta detrás del panel de madera. Se vi una copa de whisky japonés de 18 años, apenas un par de dedos. No bebía más en horas de trabajo, pero ese sorbo era un ritual, una marca del día bien encaminado.
De pronto la tarde se nubló con lentitud y amenazante que sería una tarde lluviosa. Los jardines de. La mansión Devereaux. La sombra de los árboles se alargaban como si quisieran tocar las piedras del camino. Henry Lancaster con el rostro tenso y el corazón agitado cruzaba el sendero de grava con paso firme. La bruma ligera del atardecer comenzaba amenazar con pequeñas gotas de agua caer sobre los setos, la señora Leonora lo esperaba sentada en un sillón de terciopelo junto a la chimenea, sostenía una taza de té con ambas manos. Su expresión era aguda vestida con elegancia, sin llevar ningún adorno innecesario sus ojos observadores aunque cansado por los años. Cuando, Henry entró, ella apenas levantó la vista, como si ya supiera lo que él le iba a decir.
-- Señora leonera. --
dijo Henry, haciendo una leve inclinación.
-- Siéntese. Supongo que viene a decirme de la decisión de María. --