— Advertencia —
La historia está escrita desde la perspectiva de ambos protagonistas, alternando entre capítulos. Está terminada, así que actualizo diariamente, solo necesito editarla. Muchas senkius 🩷
♡ Sinopsis ♡
El hijo de Lucifer, Azaziel, es un seducor demonio que se obsesiona con una mortal al quedar cautivado con su belleza, pero pretende llevársela y arrastrar su alma hacia el infierno.
Makeline, por su lado, carga con el peso de su pasado y está acostumbrada a la idea del dolor. Pero no está segura de querer aceptar la idea de que sus días estén contados por culpa del capricho de un demonio.
—¿Acaso te invoqué sin saberlo?
—Simplemente fue algo... al azar diría yo.
—¿Al azar?
—Así es. Al azar te elegí a ti.
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Propiedad indebida
Azazel estaba de pie junto a nosotros, yo seguía preguntándome mil cosas en tanto lo escaneaba. ¿No me había dicho que nadie más podía verlo?
—No quise interrumpir ni molestarlos —dijo—. Es que… —pasó a fijarse en Regina, que lo estaba mirando muy provocativa, me pareció notar que él estaba regresándole el juego y sonrió. La estaba embobando—. Soy de intercambio.
¿Qué cosa?
—¿De qué facultad? —no tardó en preguntar Regina.
—Psicología.
Mira tú, qué conveniente.
—¿De verdad? —continuó ella—. Nosotros también estamos ahí. ¿Y de dónde vienes?
Azazel seguía siendo amable. Era una falsa amabilidad que me estaba desconcertando. No entendía con exactitud qué era lo que estaba haciendo.
—Soy de Italia —contestó—. Llegué hace apenas unos días y llevo deambulando toda la mañana. No tengo idea de dónde están los edificios que corresponden a mi horario, mucho menos conozco las demás áreas.
—¿Cuánto tiempo te quedarás? —le preguntó.
Él seguía sonriendo, consciente de lo que estaba causando en ella. A mí me empezaba a preocupar la reacción que estaba obteniendo. Regina ya estaba vulnerable con todos sus otros problemas antes de que él llegara, y ahora me daba la impresión de que Azazel se divertía removiendo sus emociones a conveniencia. Mike también estaba irritado, lo podía notar, aunque supuse que por razones completamente distintas.
—De hecho, probablemente me quede un buen rato, sí. He oído que está universidad tiene muy buena reputación.
—¿Qué es lo que quieres? —interrumpió Mike, en un intento por acabar con su exagerada cordialidad.
Azazel regresó a mirarlo, Mike puso más firmeza en el agarre que tenía sobre mí. Sentí que estaba tratando de marcar territorio como un chiquillo inmadura y me asqueada. Era obvio que intentaba imponer su presencia. Sin embargo, Azazel permaneció siendo agradable, mantuvo su aura de gentileza.
—Solo buscaba a alguien para que me guiara por el campus de la universidad —explicó—. Como dije, estoy un poco perdido todavía.
Claro que Regina fue la primera –y única– en ofrecerse.
—Yo podría —dijo, pero Azazel la omitió, ignorando magníficamente su oferta para desviar su atención hacia mí.
Yo no dije nada, no quería entrar en su juego, así que él decidió proceder.
—¿Crees que tú podrías? —preguntó directamente.
—¿Yo?
—Sí, ¿tú podrías hacerme un recorrido?
—Pero Regina —señalé en su dirección—. Ella está dispuesta a hacerlo.
Antes de que pudiera replicar, Mike intervino. Se inclinó hacia él, siguiendo el pie de mis palabras.
—Además, Mak tiene clases en un rato. Está muy ocupada.
—No, no te preocupes por eso —habló con calma—. No tomaría mucho tiempo de todos modos. Solo me gustaría saber dónde están algunos salones y otras cosas más. Nada complicado.
—Mike tiene razón —respondí—. Tengo muchas cosas que hacer. La verdad no puedo.
Por su parte, Azazel mantenía la fachada de simpatía, pero yo pude notar cómo una leve sombra lúgubre se cruzaba en su rostro. El silencio que siguió a mi rechazo fue tenso. Y cuando él habló de nuevo, reparé en que su tono era ligeramente más serio, más incisivo.
—¿Estás segura —recalcó lentamente— de que no puedes?
Lo observé, incrédula. ¿Estaba presionando, casi como una amenaza, frente a mis amigos? Me mosqueé al pensar que tenía control sobre mí, y pesar de eso, tuve que pensar mejor mi decisión. Francamente, no conocía sus límites, ni de qué era capaz un demonio con tal de obtener lo que quería. Pero no quise atreverme a probar suerte. Comencé a recoger mis cosas.
—De acuerdo, yo voy. Tal vez pueda explicar la situación a mi docente. Seguro entenderá si llego un poco tarde —me puse de pie.
—¿Es en serio? —preguntó Mike.
Sentí el peso de la mirada de todos.
—Sí, estaré bien, no importa. Igual puedo revisar el tema de clase por mi cuenta, más tarde.
Me despedí de ellos antes de que pudieran objetar más, seguí los pasos de Azazel a regañadientes. Él no dejaba de verificar si aún estaba detrás de él, por el rabillo del ojo. Me aseguré de que estuviéramos lo suficientemente lejos y fuera de su vista para frenar y poder encararlo.
—¿Qué carajos fue eso?
Él también se detuvo, se vio obligado a girar para mirarme con desdén.
—¿Disculpa?
Por un momento, olvidé a quién le estaba levantando la voz, pero no me importaba ahora, estaba enojada.
—¿Por qué hiciste eso?
Él enarcó una ceja— ¿Hacer qué cosa exactamente?
Respiré hondo, tratando de controlarme.
—¿Por qué quisiste alejarme de ahí? Estaba tranquila conversando con mis amigos, ¿qué te pasa?
—Ah, sí —soltó una risa burlona—. Esos amigos tuyos, el que se sentía dueño de ti como si fuera tu novio y la otra, que se veía muy emocionada por ayudarte.
—¿Cuál es tu problema, Azazel? Habíamos quedado en que me podrías vigilar, no que podrías intervenir en mi vida personal.
Se mostraba enojado, yo no terminaba de comprender la razón, la que debería estar frustrada era yo, y ni siquiera me permitía ese derecho.
—Solo no me agradó la forma en cómo te miraba ese —hizo un gesto despectivo con la mano—. Y el hecho de poner su brazo alrededor de ti, como si te estuviera presumiendo o reclamándote de alguna forma.
—¿Y eso qué?, ¿qué más da cómo me miraba o lo que hacía? No es tu asunto. No te pedí que intervinieras, y no tienes ningún derecho sobre quién puede o no, acercarse a mí.
Dio un paso hacia mí, invadiendo mi espacio.
—¿Eso qué? Tu alma me pertenece a mí, no me gusta que te reclame como si fuera tu dueño —recalcó—. Y claro que tengo derecho. Recuerda quién soy, Makeline. Y lo que estás dejando entrar en juego. Si alguien intenta interferir, eso me concierne.
—No —respondí con firmeza—. Eso no te da carta blanca para manipular mi vida personal como a ti te plazca.
—No es manipulación, preciosa. Es precaución —me molesté más al escuchar cómo me llamaba—. Porque por si no te has dado cuenta, las decisiones que tomas ahora, tienen un peso mayor de lo que crees.
Y no entendí a qué se refería exactamente. Tampoco pregunté, estaba nublada por la frustración.
—Además —siguió diciendo él—, estabas bastante incómoda con ese imbécil, no sé por qué estás tan molesta ahora—desvió la mirada en otra dirección—. Deberías estar dándome las gracias.
— ¿Te estás escuchando? No soy un objeto. Y mucho menos un título de propiedad. No me gusta que pienses en mí como si alguien pudiera "robarme" o algo.
Él permaneció en silencio un rato. Creí haber notado un poco de vergüenza por mis reproches, pero estaba demasiado orgulloso para admitirlo.
—No te estoy viendo como un objeto. Pero admite que tú también estabas pensando en lo desagradable que era, y que claramente estaba tratando de presumirte como si fueras algo de él.
Apreté los labios sin querer admitir que tenia razón.
—Yo soy perfectamente capaz de manejar mis propios problemas.
Soltó una risa sarcástica.
—Y lo manejaste muy bien.
Jamás le agradecería abiertamente por ello, y aunque es cierto que me sentí aliviada de que me sacara de allí, me enojaba saber que podría volver a sentirse con la autorización de intervenir cuando quisiera. Y yo quería seguir fingiendo que nada había alterado mi vida.
Saqué mi teléfono del bolsillo para comprobar la hora y empecé a caminar en dirección a la clase sin decir nada. Él me siguió, como era de esperar. Al llegar, subimos las escaleras, me senté hasta arriba, en las últimas butacas.
—Ahora que ya me di cuenta de que evidentemente puedes hacerte visible cuando se te antoje. ¿Al menos puedes decirme cuándo seas visible para los demás y cuándo no? —dije, acomodándome en el pupitre. La docente aún no llegaba y todavía había gente deambulando—. No sé, dame una señal, no quiero actuar como idiota o hacer el ridículo frente a otras personas.
Más de lo que ya había hecho.
—¿Qué esperas? ¿Quieres que lo vaya anunciando todo el tiempo?
— Yo que sé. Cambia el color de tus ojos o algo así.
— ¿De verdad piensas que cambiaría el color de mis ojos solo por esto? —no dije nada, esperaba otra respuesta, además seguía fastidiada por la intervención de hace un rato—. Tsk —soltó un click con la lengua—. De acuerdo, está bien. Si realmente quieres saber cuándo puedo ser visto por otros, fíjate en mis ojos —escuché atentamente—. Si son verdes, significa que cualquiera puede verme. Si están ámbar, solo tú puedes. ¿Te parece bien?
Asentí sorprendida. Ni siquiera tuve que pedírselo dos veces.