En un pintoresco pueblo, Victoria Torres, una joven de dieciséis años, se enfrenta a los retos de la vida con sueños e ilusiones. Su mundo cambia drásticamente cuando se enamora de Martín Sierra, el chico más popular de la escuela. Sin embargo, su relación, marcada por el secreto y la rebeldía, culmina en un giro inesperado: un embarazo no planeado. La desilusión y el rechazo de Martín, junto con la furia de su estricto padre, empujan a Victoria a un viaje lleno de sacrificios y desafíos. A pesar de su juventud, toma la valiente decisión de criar a sus tres hijos, luchando por un futuro mejor. Esta es la historia de una madre que, a través del dolor y la adversidad, descubre su fortaleza interior y el verdadero significado del amor y la familia.
Mientras Victoria lucha por sacar adelante a sus trillizos, en la capital un hombre sufre un divorcio por no poder tener hijos. es estéril.
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Capítulo 20
El año 2012 comenzó con esperanza para Victoria Torres. Atrás quedaban los pañales de recién nacidos y las noches interminables de lactancia exclusiva. Ahora, con los trillizos caminando, comiendo papillas, frutas, sopas y hasta trocitos de pan, la vida se sentía un poco más llevadera… aunque no menos agotadora.
Acordó con doña María que buscaría trabajo. No podía seguir dependiendo de Lisseth ni de favores. Necesitaba ingresos. Ropa, leche, pañales, medicamentos, frutas, juguetes. Todo costaba. Y aunque los bebés ya no pedían pecho de día, aún lo hacían por las noches, cuando la casa dormía y ella los acurrucaba en sus brazos con ternura.
—Abu, abu… —decían Valeria y Valentina mientras se aferraban al delantal de doña María, que no podía evitar reírse de amor.
—Estos angelitos me tienen más engatusada que su propia madre —decía con orgullo _¿Quieren colada mis amores?
_No _respondió Valeria.
_Chi _respondió Valentina.
_Tete _pidió Victor, sentado en el sofá.
...
Victoria consiguió trabajo como mesera en un restaurante de barrio reconocido por sus almuerzos caseros. Entraba a las siete y media y salía entre cuatro y cinco de la tarde. El ritmo era agitado, pero ella aprendió rápido. Los clientes la apreciaban, sus compañeros la trataban con respeto, y su carisma le ganaba buenas propinas.
Un día, en medio de un almuerzo ligero en la cocina con sus compañeros, salió el tema de los estudios.
—¿Y tú, Victoria? ¿Terminaste el colegio? —preguntó Maricela, una de las cocineras.
Victoria bajó la mirada, avergonzada.
—No. Me faltó el último año… justo cuando quedé embarazada.
—Pues puedes retomarlo —respondió Maricela con una sonrisa—. Ahora hay programas virtuales. Puedes estudiar en las noches y solo vas presencial para los exámenes finales.
_¿Enserio?
_Sí, Avda y anímate.
Esa noche, Victoria llegó a casa con un brillo en los ojos. Le contó la idea a doña María, quien la abrazó emocionada.
—¡Claro que puedes, mi niña! Eres fuerte. Y yo me encargo de tus pequeños en las noches cuando estés ocupada. Adelante, hazlo.
_¿No creé que abusaré demasiado de usted?
_Para nada. Me haría muy feliz verte culminar tus estudios y más adelante puedes hacer una carrera técnica o un curso de algo que te apasione y de plata.
_Gracias, abuela María, te quiero tanto.
_Y yo a tí mi niña, yo a tí.
Así, con algo de sus ahorros, Victoria se compró un celular sencillo pero funcional. Comenzó sus clases virtuales a las ocho de la noche, una vez los niños estaban dormidos. Con una taza de café tibio y el apoyo constante de doña María, cumplió cada tarea, cada prueba, cada lectura.
Ese año pasó volando.
Los trillizos cumplieron dos años, ya corrían, saltaban, reían a carcajadas. Victor era el más tranquilo, siempre con un carrito en la mano. Las niñas, en cambio, eran dos torbellinos de energía.
—¡Valeria, no subas al mueble! —gritaba Victoria al escuchar un estruendo.
El 10 de diciembre, Victoria cumplió 19 años y seis días antes había recibió su diploma de bachillerato. La ceremonia fue sencilla, pero para ella fue más que un título: fue una victoria contra la vida misma. Se graduó con honores.
Esa noche celebraron con un pequeño pastel, una sopa caliente y música bajita. Carlitos y los trillizos bailaban, y Victoria lloraba.
—Estoy orgullosa de ti —le dijo Lisseth, que había llegado con provisiones, un abrazo y unos zapatos nuevos como regalo.
...
En el restaurante, un compañero llamado Julio empezó a fijarse en ella. Era simpático, de sonrisa fácil.
—Oye, ¿y qué haces después del trabajo? —le preguntó un viernes.
—Vuelvo a casa —respondió ella, con tono amable.
—¿Tan rápido? ¿Ni una cervecita? —insistió él. Ven conmigo está noche, salgamos, podemos divertirnos.
—No puedo. Mis hijos me esperan.
El chico la miró, sorprendido.
—¿Tienes hijos?
Victoria asintió con orgullo.
—Sí. Trillizos.
—¿Trillizos? —repitió, como si acabara de escuchar algo increíble. Su rostro cambió de inmediato—. Bueno, mejor olvida lo que te dije. Yo... no me metería con una madre soltera. Y menos con tres.
Ella no respondió. Simplemente le sonrió con dignidad y se marchó a atender otra mesa. Sintió un nudo en el pecho, mezcla de tristeza y enojo, pero no iba a quebrarse. Sus hijos eran su vida. Quien no pudiera entender eso, no merecía su tiempo.
Así se repitió con otros hombres, que al enterarse de su maternidad, retrocedían. Pero Victoria siempre se hizo respetar. Jamás aceptó migajas de afecto ni atenciones vacías. Ya llegaría el indicado tarde o temprano, ella no se acababa por eso.
...
Un día, ya cerca de acabar su turno, le tocó atender una nueva mesa. Un hombre elegante, de unos cincuenta años, entró solo, pidió un plato sencillo y un café. Victoria lo atendió con calidez y profesionalismo, era raro ver a un hombre tan elegante por esos lugares. Él hombre la miró con amabilidad, sin incomodarla, preguntó por el menú del día y sonrió con gusto al ver lo eficiente que era.
Al retirarse, dejó una propina generosa, mucho más alta de lo usual. En la servilleta, un mensaje: “Gracias por su atención. Es usted una joven admirable.”
Victoria se quedó mirando el billete y la nota sin entender del todo. No sabía que ese hombre había llegado allí por una cita con Mathias Aguilar, quien, debido a un problema de última hora en su empresa, había tenido que cancelar.
Una vez más, el destino los rozó como una brisa sutil.
Pero el viento cambiaría de dirección… muy pronto...