Abril es obligada a casarse con León Andrade, el hombre al que su difunto padre le debía una suma imposible. Lo que ella no sabe es que su matrimonio es la llave de un fideicomiso millonario… y también de un secreto que León ha protegido durante años.
Entre choques, sarcasmos y una química peligrosa, lo que empezó como una obligación se convierte en algo que ninguno puede controlar.
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Capitulo 1
Abril
El sol de la tarde se filtraba entre los árboles de mango que rodeaban la finca, pintando de dorado el porche donde me senté a respirar hondo. No podía evitar sonreír. A mis 24 años, por fin había terminado la universidad.
Administración agropecuaria. No era la carrera más glamurosa del mundo, pero era la que necesitaba para salvar lo que nos quedaba. Y estaba orgullosa. Más que orgullosa… estaba feliz.
La finca El Retiro no era ni la sombra de lo que algún día fue. Tres potreros secos, una casa grande venida a menos, establos que crujían cada vez que el viento soplaba fuerte, y las montañas al fondo—esas sí seguían igual de imponentes, guardianas silenciosas que me recordaban por qué valía la pena luchar.
—Mi hija… —escuché la voz cansada de mi padre detrás de mí.
Cuando me giré, lo vi acercarse despacio, apoyando una mano en la baranda de madera vieja. Su rostro lucía más delgado que de costumbre, pero sus ojos brillaban orgullosos.
—No puedo creer que ya eres profesional —dijo con una sonrisa suave.
—Lo logré, papá. —Me levanté para abrazarlo—. Y ahora sí podremos organizar todo esto. La finca todavía tiene salvación.
Papá suspiró hondo, como si mis palabras pesaran demasiado.
—Ay, Abril… ojalá todo fuera tan sencillo. —Se dejó caer en la mecedora—. A tu viejo le han visto la cara los peores desgraciados de este mundo.
Fruncí el ceño.
—¿Otra vez con eso? Papá, ya te lo dije, yo puedo ayudarte. Podemos revisar cuentas, deudas, arreglar lo que—.
—No entiendes, hija. —Su voz tembló un poco—. Hay gente mala… gente que no perdona. Me robaron, me engañaron… confié en socios que parecían buenos cristianos y terminaron dejándome en la ruina. Todo… todo lo que construyó tu abuelo se fue por culpa de ellos.
Me arrodillé a su lado y tomé su mano.
—No estás solo. Vamos a salir adelante.
Él me miró con una mezcla extraña de amor, cansancio y algo que no supe reconocer.
—Tú siempre tan fuerte —susurró—. Como tu madre.
Pasamos el resto de la tarde hablando de mis planes y de cómo reorganizaríamos la finca, aunque él cada vez lucía más distraído, como si las sombras del pasado lo acorralaran.
Las semanas siguientes fueron una mezcla de esperanza y preocupación. Yo quería empezar a trabajar, pero papá se quejaba de dolores constantes, de cansancio que no se le quitaba con nada. Cuando por fin insistí en llevarlo al médico, ya era tarde.
Tres semanas después de mi graduación, mi padre murió.
La casa se quedó en silencio. Un silencio que dolía.
El día del entierro, la finca estaba gris. El cielo encapotado parecía acompañar la tristeza de los árboles inclinados por el viento.
Familiares, vecinos y algunos trabajadores se acercaron a darme el pésame. Yo mantenía la compostura, como él habría querido, aunque por dentro me rompía en pedazos.
Fue entonces cuando lo vi.
Un hombre alto, de hombros anchos, piel tostada por el sol y sombrero negro cruzó el portón como si la finca le perteneciera. Sus pasos firmes atraían miradas incómodas. Al acercarse, pude notar su expresión dura, casi severa, y un brillo frío en sus ojos oscuros.
Se detuvo frente a mí justo cuando el sacerdote terminaba la oración final.
—Abril Perdomo —dijo con voz grave.
—¿Sí? —respondí, sin reconocerlo.
Él se quitó el sombrero con una cortesía que no combinaba con su presencia intimidante.
—Soy León Andrade. Tu padre y yo teníamos asuntos pendientes.
No lo había invitado nadie. Ni siquiera sabía quién era. Pero su postura lo decía todo: no venía a dar pésames.
—Este no es el momento —murmuré, sintiendo un mal presentimiento recorrerme la espalda.
—Para mí, sí lo es. —Clavó su mirada en la mía—. Tu padre me debía dos millones de dólares. Y ahora, esa deuda es tuya.
El aire desapareció de mis pulmones.
El entierro de mi padre… y un desconocido reclamando una fortuna imposible.
Abril Perdomo, 24 años.